Todo para su verga
Me llamo Dolores, tengo 23 años y estoy casada. Espero que esta historia no sea leída por ninguna feminista, pues se escandalizaría y, realmente, no andaría encaminada. Ya que no puede gustar a ningún tipo de mujer y, sobre todo, a las de esta condición. Les resultaría imposible de entender cómo una colega suya esté totalmente sometida a una verga, aunque ésta sea de primera calidad.
El hecho real es que me siento incapaz de resistir ante la de Enrique. Nos presentó una amiga mía. Estábamos las dos en un bar, tomando un café, cuando él apareció. La saludó y pasó, luego, a darme la mano a mí.
Este simple contacto fue suficiente para que la sangre se me subiera a la cabeza. La verdad es que media hora después, él ya me metía la polla en el coño.
Sí, de la misma forma como se lo cuento. La cosa ocurrió en un portal, sin importarnos en absoluto la gente que pasaba por la calle. Desde aquel momento dejé de pertenecerme, para ser toda suya.
Cuando quiere follar conmigo, no tiene nada más que telefonearme y, aunque esté trabajando o sea cual sea la hora, corro a su encuentro. En una ocasión me llamó a casa a media noche.
Naturalmente yo estaba en la cama, con mi marido.
—¡Ven inmediatamente! — me ordenó.
Y yo fui, sin preocuparme de lo que mi marido pudiera decir. Pues en realidad no me importaba lo más mínimo. Por joder con Enrique estaba dispuesta a aceptar cualquier tipo de consecuencia.
Luego, mi marido, el pobre, no puede hacer nada. Se limita a aceptar la situación y ya está.
Reconoce que sufre y mucho; pero... se debe aguantar. Enrique me tiene totalmente dominada. Me jode de tal manera que me parece estar siempre a punto de correrme. Es increíble el número de orgasmos que llego a tener.
Además posee una fantasía inagotable. Me toma, me gira y vuelve a girar como si fuera una muñeca; por último, me introduce su verga, que la siento llegar casi hasta el estómago. Todo es inútil; por ella soy capaz de cualquier cosa, incluso de perder mi personalidad.
Ya habíamos follado; pero, en aquel ambiente de libertad, tener a ese hombre a mi disposición, con todo su vigor sexual que ya conocía, me levantó una ola de deseo. Por eso me tendí a su lado, mi diestra fue el encuentro de la verga, acariciando los costados internos de sus muslos, que se veían cubiertos de una negra y tupida pelambrera.
Mis dedos avanzaron por debajo de sus testículos, y mis uñas se restregaron contra su escroto. Enrique estaba casi en el trance de dormirse, pero volvió a la plena conciencia, ya que su verga, acicalada por el roce de mis uñas, había izado velas.
Me miró, sonriente, y se montó sobre mí. Inició una follada tranquila, como si se la dedicara a la madre naturaleza. Por mis fosas nasales penetró el fuerte olor de sus cojones, y sentí el profundo bombeo de aquel macho.
Mis caderas le siguieron en sus movimientos y, extendiendo mis brazos, le acaricié los firmes y redondos glúteos. Levanté mis piernas al aire, y él se estrechó más a mí, regalándome hasta el último centímetro de su verga.
Mi pelo púbico y el suyo se mezclaron con los jugos que soltaban nuestros genitales. Acabamos juntos en un clímax delicioso, inolvidable... ¡totalmente liberado!
Sólo tardaremos unos minutos en recuperarnos. Le llevé la diestra hasta mis muslos, y él se dio la vuelta. Se quedó mirando mi cuerpo... Su verga comenzó a endurecerse, probando que yo seguía excitándola. Nunca había visto a un macho con tanta virilidad.
Pasé mi mano sobre su capullo; era suave y estaba mojado. Hice que uno de mis dedos le rodeara el escroto, y que otros le toquetearan la largura del falo.
Su verga se había encrespado y se lo agradecí con una buena sobada. Y él me acarició de nuevo el coño. Abrió un poco mis piernas, para permitirle el paso. Mis ojos se cerraron y, obviamente, disfruté con plenitud de la caricia de su mano.
Con infinita suavidad, le sobé la verga, y con mis dedos desplegué la piel del glande, para dejarlo desnudo. Su capullo estaba muy caliente, y el contacto me resultó deliciosamente excitante.
Me acerqué a su lado; pero sin soltar la polla. Pasados unos segundos, me la metí en la boca. Mi húmeda lengua se enroscó en su contorno. Le brindé una sensación distinta, sometiéndosela a unos suaves mordiscos; y la caricia, sobre todo al impulsar el capullo hacia fuera, le resultó una extrema delicia...
Seguí chupando y apretando, hasta que el placer nació en sus terminaciones nerviosas: se hallaba a punto de la eyaculación.
Aceleré los movimientos de la lengua; pero, en el momento que los jugos salían, me la quité de la boca, y me regué los labios, la cara y las tetas. Luego, chupeteé los goterones blanquecinos.
Entonces, él se entregó a darme un masaje en el coño, actuando con una sabia presión sobre el clítoris. Volví a cerrar los ojos, y todo mi cuerpo luchó para alcanzar el orgasmo. Fue el instante en que Enrique me penetró con una pasión especial.
No pude por menos que sonreír, ya que me estaba pagando con la mejor de las monedas: haciéndome gozar, y llevándome a un fabuloso orgasmo en libertad temporal. Después, me sentiría más atrapada a aquella verga. De la que me considero una esclava.
Dolores - Cuenca
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