Miedo a los globos

Me ha costado escribir este relato, porque siento un miedo atroz frente a los Globos. Pero, también debo admitirlo, despiertan en mí una singular fascinación. Me explicaré. Soy bibliotecario y me gusta leer muchísimo.

Acabo de cumplir los cuarenta años, no estoy casado, pero tengo mis pequeñas aventuras, y dos ligues fijos, en distintos pueblos de la comarca, con casadas a las que sus maridos no saben darles lo que ellas necesitan. Son unas chicas estupendas, de tetas regulares, y con las cuales organizo unas orgías de campeonato, en todas las cuales los pezones juegan un papel predominante: ¡me enloquecen que me los froten sobre la punta del capullo, o me los metan en el culo, buscando la próstata!

Bueno, creo que me he ido del problema principal, o de la cuestión que me ha movido a escribiros. Cuando yo era muy niño, en casa había un ama de cría, que la contrataron para mi hermanito recién nacido, debido a que mi madre perdió la leche por ciertas causas que no vienen al caso... ¡Aquella mujerona era un auténtico monstruo! La criatura se perdía en sus tetas, y yo soñaba muchas noches que el pobrecito se ahogaba en aquel océanos de carne. Tanto me llegué a obsesionar, que me pasaba horas y horas vigilando a la mujerona, con el fin de evitar que sucediera la tragedia que yo consideraba tan posible como inmediata. Hasta que un día ella se cansó de mi celo, y me propinó una hostia —no le llamo bofetada porque quedaría muy corto— que me sacó dos dientes y me inflamó el carrillo y la oreja... Yo contaba unos seis años, y fue tal mi dolor que la relación Globos-Mujer Feroz se me hizo permanente...

Hoy día, como me considero un hombre culto y poco amigo de los tabúes, he luchado contra mi obsesión. Recuerdo la primera vez que follé con una tía de esas características. Era una chica muy tímida, asustadiza, que venía a la biblioteca como buscando un escondite. No era guapa, tampoco alta, se vestía de una manera antigua, y todo ello le acarreaba las burlas de sus compañeras. Tenía complejo de solterona, y eso la llevó a buscar refugio en la lectura...

El ligue me resultó muy fácil. Sólo tuve que invitarle a tomar un café, proporcionarle unas entradas para el teatro —fue con su madre— y facilitarle un ejemplar de «La lozana andaluza» y todas las obras de Felipe Trigo —tened presente que estoy refiriéndome a una época en la que estos libros se hallaban prohibidos, especialmente en mi ciudad...

Como una flor que abre sus pétalos al sol, confiada y natural, ella se me ofreció en la orilla del río. Estábamos solos, hacía una temperatura ideal, y habíamos estado leyendo algunos pasajes de «Sexus». de Henry Miller, en una edición mexicana que un amigo me había traído de Madrid... Estaba muy caliente... ¡Qué escalofríos invadieron mi cuerpo ante la visión de sus Globos! ¿Podéis entender por qué se los mordí? Pero no le hice daño... Luego los lengüeteé, los besé, los acaricié, y hasta me atreví a meter mi polla entre ellos... Una singular inercia me empujaba a gozar con los Globos, acaso porque necesitaba demostrarme que ya no me asustaban...

Hoy está casada, y tiene dos preciosos niños. Ninguno es mío porque jamás se la he metido por el coño. Esto no quita para que de vez en cuando, venga a la biblioteca y en algunos rincones solitarios nos demos un filete de campeonato...

No obstante, la verdad, continuo sintiendo un cierto miedo frente a los Globos. ¿O acaso será un inmenso respeto nacido de una honda admiración? Os volveré a escribir cuando haya dado con una respuesta...

Benjamín - Valladolid

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