Como un caramelo de palo
La historia que les voy a contar ocurrió hace poco tiempo. Creo que a la gente le interesará leerla. Tiene de principal protagonista a Cristina, una vecina mía de 19 años de edad. Se halla en pleno desarrollo y, en realidad, ya es toda una mujer.
Yo me llamo Alberto y he cumplido los 24 años. Cristina siempre se ha llevado de maravilla conmigo. Cada vez que nos íbamos a cualquier sitio, todos los de la familia procurábamos llevarla con nosotros.
Debo reconocer que ella me atraía desde hacía mucho tiempo, pues es alta, guapa y delgada. Cada ocasión que se me presentaba, procuraba estar a su lado, y la rozaba disimuladamente.
La cosa dio comienzo una noche que estábamos en su casa. Nos encontrábamos sentados alrededor de una mesa camilla, con las faldas de la misma por encima de nuestras piernas. Entonces me decidí a meterla mano por los muslos. Al principio dispuse de unas ciertas facilidades, ya que Cristina no dijo nada. Estaba claro que sentía la presión de mis dedos ansiosos.
Le retiré un poco el uniforme de trabajo y acaricié la zona próxima a sus ingles. Manteniendo el contacto durante bastante tiempo. Pero, justo cuando me proponía llegar hasta su coño, aparecieron los padres de Cristina.
Al día siguiente, aprovechando que ella había entrado en casa para ver una película con mi hermana, reanudé los avances.
Nos hallábamos solos. Ella se volvió, me miró y no dijo nada. Seguí con entusiasmo.
Le introduje dos dedos en las bragas, y fui a comprobar que no tenía vello en el pubis. Al mismo tiempo, cogí una de sus manos y la llevé a mi bragueta. Entonces ella la quiso apartar, pero no se lo permití. Al final cedió.
Le desabotoné la blusa, la quité el jersey y las demás prendas. Se quedó delante de mí totalmente desnuda. Sólo llevaba unas diminutas bragas de color blanco. No tuve necesidad de quitarle el sujetador, pues nunca lo había llevado debido al tamaño de sus tetitas.
La liberé de las bragas y, procurando controlarme, la empecé a besar por todo el cuerpo. Busqué su boca, sus orejas y sus tetitas. Me recreé lamiéndolas, mordisqueándolas y viendo de que manera sus pezones se ponían erectos.
En aquel momento descendí hasta su coño, donde la hice gozar empleando la lengua sobre su clítoris. Después, Cristina se decidió a bajarme la cremallera y sacó mi verga, que estaba en condiciones de ir a explotar. Como me pareció que no se decidí a mamármela, rodeé su cabeza con mis dos manos y la metí mi miembro en la boca.
Me lo chupó como una verdadera maestra. Le encantan los helados, los polos y los caramelos de palo. Sólo tuvo que aplicar la misma técnica. Instintivamente comprendió que no debía utilizar los dientes. Para ser su primera vez no me quedó más remedio que otorgarla una matrícula de honor.
Una matrícula de honor que se selló cuando me corrí. Todo el esperma le llegó a la garganta, y no vaciló en tragárselo.
A partir de ese instante me entraron unas ciertas prisas. Y la llevé a mi cama, dispuesto a penetrarla.
—¡No, Alberto... Te lo ruego, soy virgen!
—Opinabas muy distinto hace unas horas, cuando razonabas en función de una secuencia que acabábamos de ver en la película. Me pareció que te considerabas toda una mujer madura.
Me costó convencerla, pero al final aceptó. Le chupé el coño a conciencia, para que mi polla entrase bien. Cristina estaba ante su primera vez y me ofrecía un túnel vaginal bastante estrecho.
Procuré introducirla únicamente la puntita y, poco a poco, fui metiendo más cantidad. Hasta que ella soltó un gritito de dolor. Un sonido de alarma que resultó muy corto. Se cambió en un susurro de placer al momento. Seguí empujando, hasta que se la metí por completo. Y después de un rato de subir y bajar nos corrimos los dos a la vez.
Claro que yo tuve precaución de salirme de ella. No estaban las cosas para pagarle con un embarazo cuando acababa de ofrecerme lo mejor de su cuerpo. Jamás en la vida había disfrutado tanto con una mujer. Y a medida que Cristina va haciéndose más experta, podemos construir unos encuentros muy largos y frecuentes.
ALBERTO - ÁVILA
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