Aquellas provocativas ilustraciones
En los retretes públicos de Bilbao se encuentran verdaderas joyas de machos. Sólo tienes que entrar a mear, quedarte en los urinarios más del tiempo normal que se tarde en echar la meada, para que llegue un chico y te pregunte si quieres que te haga una paja o una mamada. Algunos pretenden cobrar por el servicio, pero la mayoría lo hacen porque les gusta la nueva mercancía.
Además, se dispone de un buen equipo de vigilancia, que pasa el aviso de «peligro» con los minutos suficientes para que todos adoptemos la posición más normal e inocente. No importa si alguien se la están mamando, porque la retirada de la polla y la subida de pantalones es tan rápida como la de los bomberos al vestirse después de sonar el timbre de alarma.
Estamos todos tan escamados, que no podemos correr el riesgo de que nos «enchironen» o se arme un escándalo. Luego, seguimos con lo nuestro, igual que se hace ante la «tele» cuando se interrumpe la película por culpa de los anuncios. Resumiendo la introducción: «nos lo pasamos bomba todos con las mamadas, pajotes y enculadas».
A Josetxu le encontré en uno de los retretes públicos. Fui yo el que me aproximé a él para preguntarle si me necesitaba. Su respuesta fue pedirme que le siguiera. Me llevó a un estudio de dibujante de cómics, en cuyas paredes aparecían las ilustraciones más provocativas que he podido contemplar en todo mi vida. Superiores a las de «Tom de Finlandia», que como sabéis pasa por ser el artista que mejor ha sabido representar el «amor gay». Quedé subyugado. Mucho más cuando Josechu me dijo que eran de su padre, y que jamás serían publicadas. Mientras hablaba me fue desnudando.
No parecía tener prisa. Me desabotonó la camisa siguiendo un proceso de erotización: besarme las zonas que iba descubriendo. Pero se mostró algo inquieto a la hora de llegar a la bragueta. Desde el primer momento no había dejado de echar una mirada tras otra a mi paquete. Y al tener mi polla en sus manos, se quedó contemplándola durante un rato y susurró:
—¡Es más hermosa de lo que yo había supuesto!
Mientras, mis ojos no podían separarse de aquellas ilustraciones tan fabulosas y provocativas. Cada una de ellas representaba un instante de pasión homosexual. Algo parecido a lo que Josechu me estaba haciendo: besando mis tetillas, mamando mi polla, llenando de saliva mi ojete y, por fin, enculándome.
Hizo de mí lo que le apeteció, contando con mi total aprobación. Más tarde, le devolví el trato, con mayor fogosidad que la recibida. Por algo era más experto que él y le sacaba cinco años. Nos brindamos una total felicidad, a pesar de haber sido nuestro primer encuentro. Seguro que bajo los efectos de las hermosísimas ilustraciones.
En ellas había algo familiar; pero no dispuse del tiempo suficiente para obtener una conclusión exacta, debido a la excitación del momento. Me preocupan más los genitales de Josechu, besar sus cojones y dejar que su verga entrase en mi culo, o la mía en el suyo. Todo un juego de posesiones recíprocas, que nos servía para eyacular a mansalva. No sé la cantidad de veces que nos corrimos. Perdí la cabeza por completo.
Lo más sorprendente llegó cuando decidimos vestirnos. En aquel momento fue descorrida una cortina del fondo del estudio, y apareció un hombre impresionante, de unos cuarenta o cincuenta años. Llevaba un enorme block de dibujo en las manos, donde había realizado más de veinte bocetos de las posturas que nosotros acabábamos de componer. Era Rafa, el padre de Josechu.
Enseguida me enamoré de aquel hombre. Creo que fue un «flechazo» en toda la regla. Por este motivo quise ver los dibujos. Me quedé estupefacto al comprobar la belleza y perfección de los mismos. Pero todas las figuras se hallaban de espaldas o colocadas en unos escorzos que no se veían las caras.
No había ninguna duda de que éramos Josechu y yo. A pesar de que ciertos dibujos no tenían cabeza.
—¿Por qué no has completado estas figuras, Rafa?
—Nunca lo ha hecho al dibujarme a mí, Félix.
—Tiene razón mi hijo. Me gusta dibujar del natural, como una satisfacción individual. Mi obra sirve de estímulo a los chicos guapos, como tú. Pero nunca será publicada.
Yo había empezado a quitarle las ropas. Rafa me dejó hacer. No empleé la misma parsimonia que Josechu. Lo mío resultaba más apremiante. Quería gozar con aquel hombre que poseía un dominio tan asombroso de la belleza. Que era de una sensibilidad genial. Creo que recibí todo lo que deseaba, a manos llenas y con una generosidad propia de homosexuales.
La verga de Rafa empezó a endurecerse una enormidad, porque ya me estaba viendo entregado a la masturbación. Nunca había contemplado la polla de un hombre de cuarenta años en erección, por lo que me sorprendió lo grande que era; además, sus cojones parecían crecer cuando se balanceaban entre los peludos muslos a impulsos de la excitación que yo le provocaba. Estaba totalmente descapullado, y me sentí fascinado al verle moverse al compás de mis acciones.
De pronto su cuerpo empezó a ponerse tenso.
—¡Oh... Qué chico más golfo...! —murmuró Rafa—. ¡Estás tan bueno...!
La cabeza le rodaba de un lado a otro de los cojines del sofá, donde se acababa de echar, y sus piernas se estiraban hacia mí. Los músculos de su estómago se hallaban a punto del disparo.
—¡Ya me viene...! ¡Adelante, chico! ¡Me masturbaré contigo! ¡Vamos a corrernos juntos!
Yo dudé un momento; luego, rápidamente, me senté frente a él y seguí pajeándome. Cerré los ojos y traté de evocar las hermosas ilustraciones. Pero lo único que acudió a mi mente fue la del hombre, sobre todo en su mitad inferior, donde resaltaba la enorme y descapullada verga metiéndose entre sus dedos.
Traté de quitármela de la imaginación; pero, con cada movimiento del dibujante, me penetraba hasta las ramificaciones más profundas del cerebro. Repentinamente, mis ojos se abrieron cuando sentí la mano del amigo agarrando mi propia polla. Quise pedirle tranquilidad; sin embargo, el sonido que se escapó de mi garganta fue un largo gemido de placer...
¡Aquello resultaba estupendo! ¡Demasiado bueno! ¡Nunca había pensado que pudiera sentir tanto gozo al ser masturbado por una mano distinta a la mía!
En aquel instante, me notaba muy feliz entre los dedos de Rafa.
Volví la cabeza y miré a mi amigo a los ojos. La expresión de Josechu era —dos veces la había puesto aquella tarde— tan especial que me produjo un escalofrío. Y lo comprendí todo: me había traído al estudio para que al final, lo hiciese con su padre.
Una leve sonrisa apareció en mi boca, y bajé la mano derecha para tomar la verga de Rafa.
—¡Sí, te lo agradezco! — exclamó, cuando empecé a masturbarle—. ¡Ahora vamos a corrernos juntos!
El sofá gemía debajo de nuestros cuerpos a medida que los dos nos movíamos sin dejar de pajearnos. Nuestras naturalezas estaban tensas, y llenas de expectación según íbamos acercándonos al orgasmo.
— ¡Oh! —gritó el dibujante—. ¡Más fuerte, más fuerte, chico!
Mi mano se movió tan deprisa como pudo; pero me hallaba demasiado emocionado. Mis dedos rompieron el ritmo agitando al polla del amado.
—¡Ya no puedo más...! ¡Ohhh! —gritó—. ¡Dios, Dios... Félix! ¡Me corro... Me corro...!
Su picha soltó un chorro de esperma hacia mí y, luego, otro, y otro, duchándome la mano y el brazo. Emitió unos sonidos entrecortados; mientras, mis dedos se separaban de él. Abrió los ojos, mirando hacía abajo, y me vio cubierta la polla con su esperma: extendió el jugo cremoso por la longitud de mi asta. Después, sus dedos se movieron por toda ella durante unos segundos antes de que, a mi vez, consiguiera eyacular...
Bajo el feliz relajamiento que nos había producido la corrida, nos miramos como si nos estuviéramos contemplando por vez primera. Sólo quería admirar a mi amante, extasiarme con su belleza. Porque era un hombre totalmente distinto, que me dominaba con el gran poder de sus ojos.
Rafa adelantó un poco la cabeza y me besó en la boca. Sus labios no estaban calientes, pero encerraban tal agresividad que debí abrir los míos. Nuestras lenguas se buscaron afanosamente. Con el fin de que un caudal de salivas fueran generando la embriaguez sexual más enloquecedora.
Y yo me vi tocando aquel apetecible cuerpo; mientras, una sensación de felicidad me llenaba por completo, sometiéndome.
Un amago de temor me devolvió el hecho de que estaba con un hombre que casi me doblaba la edad. Mientras, sus dientes me estaban mordisqueando las tetillas, inundándome de descargas eléctricas que jamás había sentido. Y recuperé el entusiasmo. Quería experimentar hasta sus últimas consecuencias aquella nueva manifestación sexual. Por eso, cuando Rafa se mostró más osado al meterme un dedo en el ano, culeé con un ritmo de agradecimiento.
El dibujante se hallaba tan interesado en el excitante juego, en aquella suprema prueba de amor, que se comportó como un verdadero sibarita de la enculada. Buscó un tarro de vaselina, y aplicó una gran cantidad en mi orificio anal y en su polla, la cual, ante la proximidad de la novedad que iba a disfrutar, ya ostentaba la mayor rigidez. Después, abandonando la tarea de la lubricación, me colocó en la posición adecuada.
Durante unos instantes el tiempo se detuvo. Nuestras respiraciones se agitaron, nuestros planos y musculados vientres se hicieron más duros, las rodillas nos temblaron y las bocas se nos entreabrieron... Había llegado el momento supremo: las manos de Rafa se apoyaron en mis glúteos, adelantó el cuerpo, y clavó su espada de carne en mi diminuto orificio.
¡Y se produjo ese ajuste que sólo nace del amor! Muy despacio, saboreando el sublime contacto total con mis paredes, que se expandían a medida que se iba efectuando la penetración. Entró en mi cuerpo ofrecido, sin olvidarse de realizar el conveniente «mete-saca».
Hasta que, en un instante que los dos jamás olvidaremos, la expectativa del posible dolor se desvaneció, y la enculada cobró su primer ritmo mutuo para dar vida a una excitación que nos demostró el acierto de la experiencia.
—¡Félix, chiquillo mío...! ¡Jamás pude creer que ésto pudiera ser tan delicioso... tan maravilloso! —exclamó, con los ojos desorbitados de puro gozo, el cuerpo espejado de sudor y la polla convertida en hierro candente—. ¡Tu picha ha crecido más que nunca... Te ayudaré a correrte, a la vez que lo hago yo...!
Sólo tuvo que masturbase un poco más, sin abandonar la gozosa enculada. Con esta tarea continuamos unos minutos más. De pronto, en un estallido de gloria, se produjo la doble eyaculación: su leche bautizó mis prietas galerías, donde mi esfínter había comprobado, por enésima vez, la auténtica función para la que le había diseñado la naturaleza. Y mi semen cayó en las manos del amigo, impregnándolas de una sustancia de conquista amorosa.
— ¡Qué maravilla...! — reconoció el dibujante.
Durante las semanas siguientes, repetimos la experiencia en infinidad de ocasiones. Pero dejando que Josechu participase.
Como aquella tarde en la que mi culo palpitaba en medio de la resistencia natural a volver a sentir la invasión de una polla. Pero, al poco rato, se adaptó a la forma de la invasora de Josechu, que estaba empujando un poco más. El dolor y el placer se unieron en una sola emoción, y no me importó gritar.
Mi amante se detuvo. Sacó la verga de mi agujero, y la cubrió de crema lubricante desde el glande hasta el pubis.
—Ahora irá mejor, ya verás.
—También necesita mi colaboración —intervino Rafa, recogiendo mi picha con su boca.
El hijo empujó de nuevo, y mi esfínter ya reaccionó positivamente. Acaso porque agradecía la intervención del dibujante. La caliente penetrante corrió con suavidad por mi interior. Me dolió un poco, como siempre me ocurría; pero también se produjo un placer insólito y extraordinario. Gracias a que el joven amigo estaba realizando un maravilloso bombeo.
Yo mantenía apretados los puños, y me esforzaba por recibir una mayor cantidad de aquel gigantesco trozo de carne que se estaba apoderando de mis entrañas. Mientras, la mamada de Rafa me transportaba a lugares inconfesables. No sé el tiempo que aguanté «vivo». Pero, en el momento que Josechu eyaculó en mis carnes, yo lo hice en la garganta de mi hombre amado.
Después, los dos nos volcamos en él, queriendo regarle con nuestro esperma: pinceles agradecidos que nunca podrían superar a los suyos, esos que utilizaba para inmortalizar nuestros cuerpos en las láminas de su block de dibujo.
Para entonces ya había visto las ilustraciones colgadas en la pared del estudio. El trato se había cumplido: en ninguna estaba mi cara; pero el culo, la polla y el resto del cuerpo me pertenecían. Claro que son tan pocos los hombres que me han contemplado desnudo...
Félix - Bilbao
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