El teléfono era fuego líquido

Siempre he sentido una atracción especial por el teléfono, debido a que me permite vencer la timidez y utilizar la imaginación. Las largas conversaciones con las amigas, para contarnos esas cosas que nadie debe escuchar me permitieron desarrollar una suerte de especialidad transformadora. Si añado que mi trabajo es de encargada de una centralita telefónica, podréis comprender fácilmente cómo se desarrolló en mí una necesidad sexual hacia este invento.

La cosa viene de lejos. Algunos chicos que estaban cumpliendo el Servicio Militar, en el momento que eran encargados de la centralita del cuartel, jugaban a llamar casualmente a una abonada, que elegían en la guía, para enrollarse con ella; y se cruzaban apuestas entre ellos para premiar al que consiguiera mantener la conversación más larga. Lógicamente, si se obtenía un «ligue» el premio era mucho mayor.

Así fue como salí con varios soldados, y no pude lamentar los resultados. Supongo que también ellos quedarían satisfechos de la cita y de los resultados consiguientes de la misma.

Pero ya soy una mujer adulta, me gusta andar seguro y concedo a todas las llamadas telefónicas una gran importancia: en especial a las que mantengo con Mariano. Es un hombre casado, que trabaja en mi misma empresa. Y está como un tren.

Debido a que nos resulta imposible encontrarnos todos los días, hemos de recurrir a ese tipo de comunicación. Con la ventaja de saber cuándo vamos a estar solos...

—¿Cómo se encuentra mi coñito preferido? —me preguntó una noche, haciendo uso de una voz que siembra temblores en las proximidades de mi clítoris.

—Un poco sequito desde el martes que te dejó libre tu «parienta»... ¿Cuál ha sido su último regalo?

—Eres muy mala, Lucia... ¿Por qué me la recuerdas ahora? Precisamente cuando me acabo de sacar la polla del pantalón y la estoy empezando a estrujar... ¿Me la darías un besito?

—¡Y mil! Me tiene loquita... Debe ofrecer una tonalidad rosada; estará un poquito abierta en la punta, temblando de ansiedad... ¡Porque ella podría aparecer en cualquier momento!

—¡Calla! Sabes que eso no puede suceder... Tiene sus lazos familiares: la abuelita, los tíos y el resto... Ella obtiene los orgasmos ganando dinero; jugando a la bolsa, comprando oro y cuadros de grandes firmas...

—De vez en cuando tú te la follas... ¿Crees que de eso no se da cuenta una mujer enamorada? Tu polla está más floja; en el prepucio hay una elasticidad distinta y tus cojones los recibo menos pesados; por no hablarte de los sabores que recojo al metérmela en la boca...

—Me estás llamando guarro. ¡Yo me lavo a conciencia antes de ir a tu apartamento!

—Las esencias de un coño no desaparecen con ningún jabón, ni siquiera con el «gel» más potente...

—Me paso una hora en el bidé.

—¡Lo que no impide que me traigas el gusto del chichi de Soledad! —repliqué, en un reproche que no pretendí que sonara con tanta fuerza.

Me había dejado caer, con mi largo cabello suelto por cualquier parte de las que me servían de asiento y apoyo; mientras, el hilo telefónico se enrollaba por mi cuerpo: tentáculos de deseo, que yo necesitaba para sentir los brazos y el cuerpo de Mariano alrededor de todas mis zonas erógenas.

—Me estoy haciendo una paja mientras hablas. Cuando te enfadas, siento como si tus dientes se posaran en mi escroto... Un temblor ante la amenaza del mordisco... Voy a quitarme la camisa. ¿Qué llevas tú puesto?

—El batín de baño. Hace calor.

—Suéltate el cinturón... ¿Lo has hecho?

—Sí.

—¿Verdad que tus pezones no están duros todavía; pero tienes las aréolas más negras?... ¡Y esos dos lunares que bordean la derecha, hacia el interior del canal de tus tetas, destacan como unas gotas de tinta china que acabaran de caer en tu piel!

—Es cierto... ¿Cómo puedes saberlo?

—Te he aprendido, LUCÍ. Me sé todo tu cuerpo... Siento en mi paladar el sabor de esos lunares, unido a la totalidad de la piel que los rodea... ¡Mi polla ya da cabezadas de derecha a izquierda! ¿Quieres oírla?

—¡Crees que el teléfono es un «tan-tan» africano? —bromeé, echada y con el auricular apoyado en la oreja, pero con las manos libres.

Las necesitaba para acariciarme los pezones y el clítoris. De repente, escuché un golpeteo lejano, y tuve la más absoluta certeza de que era el capullo endurecido golpeando el teléfono.

—Pasa dentro de mí, Mariano —musité, dando el valor a aquellos sonidos de la llamada a mi puerta— ¡Cómo desearía que me la pudieras meter en el coño, dando sacudidas de izquierda a derecha y perforando... Limpiando de «telarañas» las paredes y llenándomelas de jugos y delirios!

¡Acabo de introducirme el puño, aunque sólo en la puerta... Aaaahh... Háblame, mi vida... Dime lo que se te ocurre... Para acompañar este delirio que siento por ti...!!

—Tranquila, no te encabrites... Eres una chavala muy impulsiva; una fierecilla incontrolada cuando no dispones del «domador» que es mi polla... He cerrado las dos manos con fuerza alrededor del tallo; y me he echado en el asiento... Como si estuviera dentro de ti, e intentando imaginar que esta presión que ejerzo es la que tú me brindas en las emboladas de follada... Vamos a coger el ritmo... ¡Ahora... Uno, dos; una frotación arriba cada tres segundos; porque lo que realizamos hacia abajo debe contar con el mismo tiempo... Pausadamente, hermosa mía... Cierra los ojos... Piensa que mis labios están sobre los tuyos; que mis manos acarician tus tetas... Revuélcate sobre algún tejido suave, la moqueta o una toalla...

—Me envuelve un cable telefónico... ¡Tentáculos de pulpo jodedor... O lianas de una jungla carnal, en la que tú eres el dueño de todo... Tú falo ha adquirido más de cinco metros de longitud, y me ofrece unas ventosas que se adhieren a mi cuerpo... Aaahhh... Cómo te amooo... Húndete en mí... Hasta que me entregues tu leche...!

—Ya está a punto de dispararse... ¡Oh, temo que la lengua se me quede gordísima, incapaz de formular ni una sola palabra... Ya me viene... Aquí está... Es tuya, Lucia... Recíbela toda...!

Escuché como una lejana lluvia densa o igual que una granizada; y me vino el orgasmo mientras reía pensando que su esperma estaba bañando el auricular del teléfono. Un acto excelso. Un ritual que practicamos cada tres días. Nunca con las mismas palabras...

LUCÍA - VALLADOLID


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