Experiencias bisexuales

De niña recibí una educación muy «liberal». Nunca hubo muchos problemas referentes a si yo salía por las noches o llegaba a casa tarde. Y empecé a hacer todas esas cosas desde muy joven. Estaba bastante adelantada en el colegio y terminé la primaria muy joven, pasando entonces a estudiar el bachillerato en Madrid. Aquello representó un choque para mí.

Luché para mantenerme a nivel escolar; pero me costaba mucho adaptarme socialmente. Creo que el deseo de lograr ser aceptada resultaba tan abrumador que apenas puse en duda mi sexualidad. Había tenido intensos «encaprichamientos» con maestras en mi previa fase colegial, y me sentía emocionalmente atraída hacia las mujeres. No obstante, en mi nuevo medio estudiantil, todas las charlas parecían girar alrededor de los muchachos y era necesario que una tuviese novio y, de ser posible, que se acostara con él con el fin de estar en el «rollo».

Como resultado, hice todas esas cosas y las encontré más bien molestas hasta que tuve dieciocho años. Por entonces mi aspecto era bastante atractivo, había perdido mucho peso sobrante y ganado en confianza en mí misma. Quizá estaba empezando a disfrutar del poder que ejercía sobre ciertos hombres y no contaba con muchas amigas. Pero sí tenía una favorita, Luisa, que me había «adoptado» en tiempos pasados, solitarios.

Era dos años mayor que yo, y en una época en que nadie me hablaba —más tarde descubrí que esto se debía, en parte, a que tenía la reputación de ser terriblemente lista, o quizá un bicho raro — ella me protegió.

Yo era la niña que ella exhibía a sus amistades en las reuniones. Esto suponía una demostración de su poder y ejercía mucho control sobre mí. Creo que así fue como se truncó nuestra relación hace unos años. Estaba harta de ser protegida. Aunque nos acostábamos juntas muchas veces, supongo que conservábamos demasiado la consciencia de nosotras mismas para ni siquiera tocarnos.

Me sorprendió saber que recientemente ha participado en reuniones activas «gay». Pongo en duda que renuncié fácilmente al hecho de poder ser heterosexual.

Relacionarme sexualmente con otras mujeres me ha demostrado la clase de juegos que realizan. Pasé a través del Instituto y la Universidad con una serie de relaciones no satisfactorias. Mi primer amante, Carlos y yo fuimos amigos durante unos cinco años con alternativas. De hecho, seguimos siendo amigos, aunque ahora no nos acostamos juntos. Muy pronto me aburrí de él sexualmente, a pesar de que todavía disfrutaría de la calidad e intimidad de nuestras relaciones.

Mi siguiente gran susto fue con Tomás. No era ingenioso y brillante como Carlos. Resultaba más bien moderado en muchos aspectos, me tenía una gran devoción y, al contrario del otro que siempre se estaba riendo de mí, éste me trataba con un gran respeto.

Vivíamos juntos en un apartamento de Serrano, compartiéndolo casi todo. Hasta que metí a una muchacha muy agraciada oriunda de Argentina, Nely. Más tarde, cuando dejé la Universidad, intenté escribir una novela en la que toda la acción giraba en torno a Nely. Como habíamos mantenido unos contactos sexuales muy intensos, en el argumento me enamoraba de ella y nos acostábamos juntas. Pero, en realidad, las cosas entre nosotras habían ido así...

Aquella tarde palpé las zonas bajas de Nely, tocando sus macizos glúteos, rozando todo su canal anal, llegando con mis dedos hasta las puertas del coño y enredando casi toda mi mano en su pelambrera vaginal.

Empleé la lengua para degustar la dureza de su clítoris, debiendo meter la cabeza entre sus muslos porque mi amante le había vuelto de espaldas. Terminé tragándome aquella delicia.

—¡Esto no hay quien lo resista, guapísima... Me estás enviando al paraíso con un billete de primera especial, y sin tener que vencer el miedo al avión...!

¡Y me gustaría devolverte el trato... Sería lo más justo...!

En aquella ocasión el torrente de sus humores resultó impetuoso, abundante y muy grato. Por eso abandoné la posesión del clítoris y busqué un vibrador. Era el momento ideal.

Pienso que el hecho de disponer de un vibrador y de otros elementos «penetrantes» respondía a nuestras evidentes inclinaciones bisexuales. Claro que ésta es una cuestión que no he analizado hasta ahora.

Permití que Nely se colocara en el sofá con la mayor comodidad. Después, le metí el gigantesco artilugio entre las tetas, lo accioné para que vibrase en el canal igual que una polla encabritada.

—¡Esto... Esto es lo que yo estaba esperando...! —susurró la argentina, derritiéndose de gusto—. Me había hablado de ellos... Pero se han quedado cortas las amigas que me describieron las emociones que proporcionan...

—Sólo estáis recibiendo los primeros efectos. Ya verás más adelante.

Lo fui desplazando con una gran lentitud por el centro de su cuerpo, me detuve a escarbar hervores en su mismo ombligo, aceleré la presión en el plano vientre y logré que se erizaran las masas de pelos que cubrían la zona alta de su monte de Venus.

—Ahora vas a ponerte de rodillas en el sofá, con el cuerpo apoyado en el respaldo. De tal manera que dejes tus glúteos a mi disposición. ¡Voy a clavártelo en el coño! ¿Crees que estás preparada, Nely?

—¡Claro que sí!

—Lo pondré en la primera velocidad. Suele impresionar un poco, ya que es más feroz y eficaz que la polla de un tío... ¡Además jamás pierde la erección y ocupa toda la galería vaginal!

Aquella picha de toro ligeramente encabritada, que golpeaba sus paredes, vibrando y destilando todas las gotitas de sudor, llevó a mi amante a otro mundo. Donde los colores eran los del arco iris, pero sin una fijación permanente. Y donde sus emociones se multiplicaron y todos los placeres parecieron concentrarse en sus terminaciones nerviosas, para ir a parar a las puertas del chumino...

¡No, se concentraban en la misma punta del vibrador!

Liberó un tropel de gemidos y suspiros. Las fuerzas se le fueron hacia aquel ajuste en el que ella aportaba la quietud y el vibrador una acción demoledora. Por esta causa el orgasmo le obligó a exclamar:

—¡Carmen, tienes el mejor elemento... para amarte...! ¡Jamás he sentido tanto... y en un espacio de tiempo tan mínimo...!

—Ahora te toca a ti aplicármelo a mí, preciosa! ¡Es tu turno!

Nely tomó el vibrador en sus manos. Lo estuvo examinando durante un largo rato, como si no pudiera creer que aquello hubiese estado dentro de su chumino y lo puso en funcionamiento. La mano le temblaba con la presión del ingenio.

—¡Con este cacharro se «pueden morir» los tíos para mí, bonita!

El curvado vibrador tocó el umbral de mi chumino, castigándomelo con sus agitaciones rítmicas y bestiales. Y ya brotaron mis primeros humores, anticipándose al inmenso placer que iba a recibir.

Porque el artefacto se ajustó en mí casi por sus propios medios, con un poco que la argentina lo manipuló.

Entonces tres elementos se pusieron a danzar el baile de la follada: la mano de Nely, mis músculos y el artilugio mecánico. Yo supe poner la mejor parte, lo mismo que era la mayor beneficiaria de todo el momento, al arquear los muslos, rotar las caderas y apretar las manos en el respaldo del sofá.

Comencé recibiéndolo echada y boca arriba; pero, casi al mismo instante, de producirse la penetración, me elevé con gran habilidad y fui buscando la postura más propicia para obtener la mayor cantidad de orgasmos.

Minutos después, empezó a aparecer el sudor en las manos de Nely y en mi vientre. Mis jadeos se intensificaron y mis manos descendieron hasta mis propios glúteos, como si aún me quedase algún miedo a ser herida. Pese a que mi felicidad no podía ser mayor y más satisfactoria.

La verdad es que deseaba fundirme con la maravilla de unos contactos encabritados que multiplicaban por mil mis excitaciones. Llegando a ese límite donde el placer parece embriaguez, pero sin rebasarlo. Sólo es delirio, frenesí y un triunfo de la sexualidad más incendiaria. Yo era una fuerza empeñada en obtener un único resultado: el orgasmo infinito.

—¡Dios, Dios...! ¡Qué hermoso... Este vibrador nos pone cachondas a las dos...!

—¡Y a muchas otras mujeres, según tengo entendido, Carmen! —añadió Nely, apretando todavía más el ingenio.

Todo lo que acabo de escribir lo adorné en la novela. No la he terminado por muchas causas. La principal es que no me veo como una lesbiana completa. Me gustan los hombres, pero tienen que ofrecerme algo especial: su superioridad en todos los terrenos. Si han de ser inferiores a mí, prefiero a las mujeres pues todas ellas son mis iguales.

CARMEN - MADRID


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