Mi estreno como lesbiana

Amar a una mujer es algo distinto, sobre todo si quien os escribe es otra mujer. No quiero recordar mis fracasos con los hombres, que los ha habido, ni los «sapos» que he tenido que tragar por parte de mi familia y mis amistades. Todos se hallaban al tanto de que Rosalía era lesbiana, debido a su insistente negativa a no querer saber nada de los tíos que la asediaban. Porque es una pelirroja hermosísima y elegante.

A su lado encontré ayuda para terminar la carrera, una amiga fiel y una compañera. Puedo aseguraros que nunca me obligó a mantener relaciones sexuales. También tuvo la delicadeza de traer a casa a sus amantes cuando yo me encontraba ausente.

Vivíamos juntas desde hacía más de seis meses, compartíamos todos los gastos y jamás se produjeron choques de ningún tipo entre nosotras. Cada una vivía a su aire, respetando las costumbres y las manías de la otra.

Pasé dos años de confusión, en los que llegué a creer que era frígida. Fui querida por unos hombres bastantes guapos y me acosté con tres de ellos, sin que la cosa resultara. Yo me notaba fuera de lugar, y llegué a visitar a un psicoanalista, que terminó por descubrirme lo que yo sentía realmente:

—Señorita Hernández, su homosexualidad es tan evidente, que yo podría ayudarle a usted a que la mostrase de una forma espontánea, natural. Porque intentar otra cosa resultaría un esfuerzo inútil.

Desde aquel momento comencé a fijarme en Rosalía de otra manera. Y le confié mis sentimientos, sin ocultarle ni una sola de mis dudas.

—Tengo que pasar unas cortas vacaciones en la Costa Brava —me propuso ella—. ¿Quieres acompañarme?

—¡Será un placer!

El viaje en coche no resultó animado, debido a que las dos sabíamos que íbamos a vivir un momento crucial. El salto desde la amistad a la compenetración total que supone la intimidad sexual.

En el puerto deportivo, Rosalía saludó a un par de negros que se hallaban al cuidado de los barcos. Subimos a un yate y salimos a alta mar, donde ella paró el motor y nos quedamos a merced de una suave corriente.

—Ahora contamos con el mejor escenario para nuestro primer encuentro —me dijo, a la vez que se iba quitando la mayoría de sus ropas y sacudía su cabellera pelirroja—. Deja que te desnude, querida...

Sus manos se hicieron de seda al acariciar mi cuerpo, gracias a que cada prenda que retiraba lo convirtió en una ceremonia. Sus dedos presionaban mi piel y sus labios marcaban humedades y calor por mis hombros, cuello y rostro. Sin quererlo, empecé a jadear. Ya entregada por completo.

En aquel preciso instante, la diestra de Rosalía se deslizó por mis muslos, tomó posesión de mis glúteos y fue deslizándose con las yemas de los dedos hasta la pendiente temblorosa de mis ingles.

Unos profundos escalofríos avivaron las llamas que empezaban a arder en mi espina dorsal y en la totalidad de mi sistema nervioso. Toda una fuerza sorprendente que acabó concentrándose en las puertas de mi chumino.

Entonces me giré por completo, ruborizada y con la boca entreabierta de pasión y deseo. Ya no quedaba ni una sola barrera en mi mente, ni en mi cuerpo, que pudiese obstaculizar el placer que me disponía a conquistar. Necesitaba amar y ser amada por otra mujer... ¡No, por una sola mujer, la hermosa Rosalía que tan pacientemente había sabido esperar!

Me quedé mirando sus tetas deliciosas, que se hallaban coronadas por unos pezones oscuros y turgentes. Con decisión los palpé con una mano; mientras, que con la otra me atrevía a medir la flor de su coño.

—¡Sigue, sigue...! —me animó, en un susurro de voluptuosidad.

A la vez, ella formaba una sonrisa muy sensual y cerraba los ojos. Acaso porque yo le estaba abriendo los labios vaginales, después de atravesar las guadejas de su vello púbico. Me encontré con el regalo de unos caldos abundantes y aromáticos. Y ya me lancé.

Hice presa de su clítoris, y me entregué a titilarlo de la misma forma que yo me masturbaba. Presionándolo levemente y empleando únicamente los dedos pulgar e índice. Rosalía liberó un gemido y me acarició los oídos con un suspiro profundo. Sin embargo, inesperadamente, se incorporó dispuesta a que las dos cambiásemos los papeles.

Consiguió que nos echásemos en la postura más cómoda y, no sé de dónde, sacó un dildo gigantesco, cuyas puntas hundió en nuestros chuminos. Las vulvas entraron en contacto. Empezó a clavarme y a clavarse aquella maravilla, actuando con gran voluptuosidad. Los humores recorrieron nuestras cavidades tan abiertas y temblorosas.

Manteniéndose unida a mí, Rosalía siguió gimiendo y moviéndose cada vez con mayor intensidad. Parecía estar nadando en un universo de sensualidad. Por último, en aquella primera fase, la vi completamente activa y sentí que algo desconocido, pero indescriptiblemente hermoso, se estaba apoderando de mí, me estaba entorpeciendo los miembros y me aproximaba a marchas forzadas al gran placer.

Bajé el rostro y contemplé a la amiga amante, que se estaba retorciendo apasionadamente y de una forma furiosa. No me dio tiempo a hablar, pues sólo conseguí emitir un grito largo y agradable. Mis piernas se relajaron. Todo mi cuerpo se distendió y de mi boca salió una palabra:

—¡Gracias!

Como no era cuestión de dejar las cosas así, sin demostrarle lo mucho que le agradecía el detalle de haberme permitido gozar de ella con aquel dildo fabuloso, me puse a su entera disposición. Rosalía acostumbraba a ser muy ocurrente en lo sexual. Me colocó un almohadón debajo del culo, y procuró que mi coño se situara en el mismo borde. Seguidamente, se acomodó como si fuera a beber en una fuente... ¡Vaya tragos que recogió a mi costa!

Manteniendo mis muslos bien separados, hundió el rostro en mi chumino y comenzó a sorber, a lamer y a succionar. De la misma forma que un hábil fontanero consigue desatascar un lavabo, ello logró que fluyesen los líquidos densos y olorosos de mi abertura. Porque yo no sufría ningún atasco, y unos efectos tan agresivos se multiplicaron por diez.

Me vi dando botes sobre el cojín, gimiendo y gritando como una gatita herida; mientras, Rosalía se lo pasaba a lo grande. Y me entregó el dildo; al mismo tiempo, me decía:

—¡No tengas miedo en introducirlo todo lo dentro que puedas! Ya verás cómo mi coñazo se dilata a medida que me lo clavas...

Me decidí a hundir la totalidad del artefacto en su coño. Ella debió espatarrarse totalmente, casi como si fuera una contorsionista. Súbitamente se me ocurrió algo más divertido... ¡Saqué el falo de plástico y, aprovechando que sus humores habían lubricado perfectamente todo el orificio anal, se lo introduje en éste!

—¡Estupendo, Olga... Sabía que en cualquier momento te ibas a convertir en una golfa, como a mí me gusta! ¡Ay, ay... Me desgarras las carnes... La piel y todo lo que tengo dentro...! —aulló mi amante, pero sin bajar las manos en una actitud defensiva.

En ningún momento hizo intención de expulsar al «intruso». Tenía lágrimas en los ojos, estaba sufriendo por el dolor y se quejaba débilmente. Sin embargo, el placer de la sodomización se iba imponiendo en su mente y en su cuerpo a todas las demás sensaciones. Pronto pareció relajarse, jadeó felinamente y susurró:

—Has sabido darme lo que estaba necesitando, cariño... Yo quería probarlo por el culo... Quizá te parezca algo «loca», pero no le hago ascos a ninguna forma de placer cuando estoy con una chiquilla que me gusta... ¡A pesar de que el dildo me proporcione unas penetraciones que parecen estar exigiendo la intervención de un hombre! Es la mejor forma de prescindir de «ellos», pero contando con todas las posibilidades que pueden ofrecernos.

Las dos seguimos dándonos las lenguas; mientras, yo soportaba feliz el peso de su cuerpo. Sus vibraciones se transmitían a mi piel, a mis músculos y a todas las ramificaciones nerviosas que se hallaban enlazadas a mi chumino.

Lo mejor llegó cuando Rosalía se decidió a lamerme la raja y el agujero anal. Dando unas largas pasadas cargadas de saliva, y golpeando, de vez en cuando, mi clítoris. Como yo estaba muy empapada, con su lengua pudo ir llevando los líquidos de un lado a otro, en una especie de trasiego que a ambas nos puso excitadísimas.

Luego, empleó de nuevo el dildo para materializar una doble penetración. Mi chumino se lo agradeció una enormidad, pues se cerró igual que un tentáculo alrededor de la picha artificial. Cumpliendo esa necesidad de «todo para mi interior».

—¡Preciosa, me siento incompleta —supliqué al mismo tiempo que me convulsionaba llamando a mi tercer orgasmo—. ¡Te quiero sobre mi cuerpo, devorándolo porque te pertenece por completo!

Tardó algunos minutos en hacer caso de mi petición. No obstante, en el momento que nos encontramos sentadas, halló la mejor forma de que yo me convirtiese en el centro de todos sus ataques.

Me cogió por ambos lados del cuerpo, acariciándome por el bajo vientre y llegando con su boca al monte de Venus; después, se colocó de rodillas para mamarme las tetas. Permaneció aplicándome el mismo tratamiento por espacio de un cuarto de hora.

Cuando entendió que me hallaba perfectamente encharcada. Se bajó a mi coño, y empleó la punta de la lengua para capturar fácilmente mi clítoris. Lo retorció y...

—¡Voy a terminar más deshecha que si hubiera estado un mes entero dentro de una sauna...! —suspiré, gozosa.

Y es que Rosalía también se estaba dedicando a mis pezones, pero manteniendo mi pierna derecha bien levantada para saltar de arriba a abajo. Me sentí dominada por un torbellino de felicidad, bajo un martirio de placer, que me dejó las ingles completamente saturadas de caricias y penetraciones: lenguas, dedos, manos... ¡Y el dildo entrándome por la abertura dilatadísima, en el colmo de la posesión total!

—¿Qué te ha parecido, Olga?

—me preguntó, tendida en cubierta y completamente abierta al sol, como si pretendiera secarse los caldos que aún rezumaban por su chichi.

—Demasiado para ser la primera vez, ¿no crees?

—Llevas casi dos años viviendo conmigo... ¿Cuántas veces te has masturbado? ¿Trescientas... o acaso han sido cuatrocientas?

—¡No me digas que me has estado espiando, Rosalía!

—He oído cómo ibas al cuarto de aseo y te lavabas en el bidet. Eso nunca has de entenderlo como un «espionaje». Tengo la suficiente experiencia para deducir tu comportamiento por unos cuantos detalles... Las masturbaciones te han dejado muy dilatada, lista para el empleo de este dildo o de cualquier otro medio más penetrante... ¡Lo que importa, ahora, es saber si has sido feliz, cariño! Lo mejor de nosotras se halla en juego, ¿no lo comprendes?

—¡Nunca había sido tan dichosa, amor!

OLGA - BARCELONA


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