La importancia de los pendientes
Mi esposa y yo nos encaminamos a los cincuenta años y ya hemos pasado las bodas de plata en el matrimonio. Quizá ya os parezcan un poco extrañas mis costumbres sexuales, la mayoría de las cuales las hemos ido adquiriendo por culpa de mi profesión de ejecutivo de varias multinacionales. Como anuncio de mis aficiones, os señalaré que me pongo muy cachondo al contemplar unos pendientes en los lóbulos de las orejas. Me refiero a unos pendientes enormes, de esos que van provistos de unos anillos que van agrandando los orificios.
En la actualidad cuento una colección de pendientes de todos los tamaños y a cual más singular. Al poco tiempo de casarnos, cuando residíamos en Malasia, mi mujer se hizo perforar los lóbulos de las orejas. Entonces descubrimos que eso nos ponía a ambos calentísimos. De no haber sido por las apariencias, tan rigurosas en alguien que como yo debía respetar las conveniencias sociales, también me hubiese puesto unos pendientes. Hoy en día no habría resultado tan extraño, aunque sí en un cincuentón.
A mi esposa los lóbulos se los perforó nuestra Amah, una doncella nativa. Le practicó dos orificios en cada oreja, según la costumbre ritual del lugar. De esta forma pudo lucir aretes o pendientes de botón. Esto nos supuso un verdadero incendio sexual, cuyas brasas se terminaron de apagar en menos de cuatro o cinco meses.
Años después, visitando lo que por aquella época era el norte de Borneo, nos enteramos que los nativos se perforaban el bálano, con el objeto de proporcionar a la mujer una mayor satisfacción y sensibilidad en el momento de la follada. Los dos habíamos oído que ciertas tribus agrandaban las pollas de sus hombres por medio de inserción de distintos objetos; pero jamás habíamos asociado ambos métodos.
Poco más tarde, supimos que existían unos curanderos chinos que llevaban a cabo la «operación». Como mi esposa era enfermera en una aldea indígena, tuvo la ocasión de ver a algunos nativos que se habían sometido a la misma. Quedó tan entusiasmada que le resultó muy fácil transmitirme su ansiedad.
Sin embargo, era conveniente tomar ciertas precauciones higiénicas. Varios de los indígenas habían terminado por lucir unos cipotes deformadísimos por culpa de las infecciones. La «operación» consistía en practicar unas incisiones alrededor de la polla. Y en el momento que los orificios resultantes se habían agrandado y curado, se insertaban en ambos extremos unas varillas con tornillos.
Esto provocaba una fricción adicional contra las paredes del coño. Pero en ningún momento se entorpecían las normales funciones corporales: orinar, asearse en el bidet o el simple hecho de ponerse el pantalón.
Decidí someterme a la «operación», porque mi mujer me la iba a practicar. Ella reunió distintos objetos, y yo solicité unos días de vacaciones en la empresa. Para contar con un tiempo «posoperatorio». La perforación casi no resultó dolorosa, y tampoco se produjeron complicaciones ulteriores.
Yo llevaba un cordel de seda en la incisión, cuyo grosor se fue haciendo cada vez mayor hasta que se curó el agujero resultante. La contemplación de la verga perforada extasió a mi mujer. Debido a que el placer sobre añadido que a ambos nos proporcionaba, y nos sigue proporcionando semejante artificio resultó muy intenso.
Leonor se quedó mirando los adornos, se abrió de piernas, apoyó la espalda en el respaldo del sofá y llevó las manos a su coño. Me ofrecía toda la belleza y la lujuria de la mujer occidental que ha conocido las folladas del mejor semental. Que ama el sexo y sabe que va a obtener una nueva experiencia. Formó una sonrisa voluptuosa, apretó los pliegues de sus labios vaginales, dejándolos en forma de un tentador «moco de pavo» y susurró:
—Te has sometido a un verdadero martirio por el «simple hecho» de darme a mí una mayor ración de placer. ¡Qué hermosa prueba de amor! ¿No te sientes impaciente por comprobar qué va a suceder? —Estaba sirviéndose de un tono de voz que encerraba la fuerza provocadora de un beso en el mismo capullo—. ¿A qué esperas? ¿Es posible que la intranquilidad te impida actuar?
—No, sólo quería escucharte.
Entonces sujetó mi picha con las dos manos, y dejé que ella la contemplase en todo su poderío y hermosura. Adelanté dos pasos. Casi en un ritmo de danza javanesa. Y Leonor, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, la atrapó con sus labios. Sin llegar a los adornos... ¡El oro de la varilla y el marfil de las cabezas de los tornillos brillaron con la humedad de su saliva!
Sin embargo, aquella acción suya sólo había consistido en un gesto de «devoción», porque lo que deseaba era llevarse mi polla al mismo centro del chumino.
—¡Penétrame con tu polla de nativo...! ¡Qué «vibrador» más natural... para mi túnel más sensible...! ¡Nunca me había sentido como una «virgen» deseosa... de ser abierta por completo...!
A pesar del entusiasmo que mi esposa demostraba, me asaltó el miedo de llegar a causarle un daño irreversible. Por este motivo la entré muy despacio, materialmente a cámara lenta. Y cuando los «añadidos» tocaron su carnes, sin que yo hiciese vibrar la picha, Leonor abrió la boca, exhaló un suspiro de éxtasis y gritó:
—¡Cielos... son como dedos diminutos que llevases adheridos al tallo de tu cipote! Siento que una especie de vacío se crea dentro de mí, una ansiedad desconocida... ¡Cómo me gusta! . Pero, ¿qué pasará en el momento que empieces realizar los desplazamientos de la follada?
—¿Quieres que me mueva un poco, cariño?
—¡Sí, sí...!
Realicé la maniobra con el cuidado de un cirujano que está operando a corazón abierto. Y a medida que me iba desplazando, pude advertir cómo sus carnes internas se pegaban a mi mástil. Sin que se produjera ningún tipo de desgarre. El dolor no apareció, y sí un placer desconocido. Las esféricas cabezas de los tornillos presionaban las paredes vaginales y se iban desplazando como unas minúsculas almohadillas.
—¡Esto es más que estar en el paraíso... Me noto igual que si me llenaras y, a la vez estuvieras eliminando cualquier zona en la que se produjera el contacto...! — gimió ella, adelantando el cuerpo y alargando las manos, de la misma forma que si temiera perder el contacto de la follada.
Lo más extraordinario, fue que, por vez primera, yo también sentí en la totalidad de mi polla que me encontraba ajustado por completo a su chumino. Al mismo tiempo, las frotaciones y los roces, de arriba a abajo, me volvían loquito. Esto no me impidió hacerme el dueño de la situación.
En el momento que le llegaron a Leonor los orgasmos, le hice dar la vuelta y la empalé por detrás. Además, hice que se incorporara, manteniéndose de rodillas en el sofá. Fue una posición que me facilitó la penetración total.
—¡Esto es mejor que cualquier vibrador... o que todos esos condones modernos llenos de «martirios» de caucho duro...! —gimió ella, culeando de lo derretida que se notaba.
Conseguimos una follada extraordinaria, y no puedo calcular ahora en qué momento nos detuvimos. Lo único que recuerdo es que ambos estábamos agotados. Hechos «polvos» — nunca se podrá utilizar esta palabra con tan propiedad...
Al principio ya he escrito que me coloqué una varita de oro, en cuyos extremos se encontraban dos tornillos con esferas de marfil. Más adelante, cuando vivíamos en la India, mi esposa compró un anillo de oro para adornar la polla. Desde entonces hemos venido probando distintos accesorios, siempre con los resultados más agradables.
En la India, mi mujer también se hizo perforar la nariz, con el fin de contar con un nuevo lugar en el que colocarse un anillo. Otra de las cosas que hicimos fue que yo me inserté abalorios alrededor y por detrás de la piel suelta del falo. Esto nos proporcionaba unas sensaciones inigualables, aunque supongo que las distintas vainas con protuberancias y prominencias deben producir un efecto similar.
Para las muchas revisiones médicas a las que me he sometido, ya fuese en las clínicas de la compañía o en otros lugares, suelo disponer de distintas respuestas bastante convincentes antes las preguntas que se me formulan:
—¡Ah, se ha fijado el doctor en esos orificios! —comentó con la mayor naturalidad, pues no llevo ni uno solos de los artilugios de oro y marfil—. Ya sabe lo débiles que somos los españoles en el extranjero. Como me considero bastante «creyente», me castigo en mis partes con cierta violencia... ¡Es la única forma de que la lujuria no me obligue a pecar ante tanta nativa con los pechos al aire!
Otras de mis historias es que me atacó una tarántula o cualquier otro insecto venenoso. Un día de estos voy a conseguir que mi caso salga en una revista médica o sea enviado a algún periódico religioso, para que se valore mi «fuerza moral».
Es posible que mi esposa y yo seamos fetichistas con respecto a las joyas y anillos con que nos adornamos el cuerpo. Cuando nos «vestimos para salir», cosa que sucede con frecuencia, seguro que parecemos una pareja de salvajes. Pero lo único que esperamos es seguir viviendo felices, con ropas lujosas y adornados como nativos asiáticos.
No creemos que lo considerado natural en muchas culturas tenga que ser antinatural para nosotros.
Además la simple descripción de aquella nuestra primera experiencia, supongo que servirá para convencer a los lectores y a las lectoras de la extraordinaria web «milRelatoseroticos.com».
JAVIER - SALAMANCA
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