Allí donde hay pescadores

Somos una pareja de exhibicionistas, que casi llegamos a la cuarentena en los años. Nuestro terreno de acción favorito son las orillas del mar, donde hay pescadores.

Paseamos por los malecones, las rocas y esos parajes similares. Y cuando vemos a un pescador solitario, mi esposa se agacha «carnalmente». Y como no lleva las bragas, deja al descubierto por entero su coño, ante la mirada generalmente aturdida del infeliz.

Luego, tras esta primera toma de contacto, procuramos alejarnos una docena de metros. Nos acostamos en la playa o en la hierba, e interpretamos un auténtico festival de sexo con todos los preludios, diferentes poses y disfrutes para cada uno de nosotros...

Aquellas eran las intenciones de mi esposa. Lo demostró al meterse la picha casi por entero en la garganta, sin llegar a la zona de las arcadas. Mientras, utilizaba la lengua, la saliva y hasta el paladar para ejercer una fricción permanente sobre todo el tallo. Cuidando que sus labios, que formaban una verdadera trampa presionante, ejerciesen una doble tenaza sobre las venas cargadas de sangre, la piel durísima y el reborde de mi bellota.

—¡Cómo me estás poniendo... Sabes que es tu arma más eficaz...! —gemí, muy satisfecho, porque sabía que el pescador nos estaba oyendo y viendo—. ¡Pero ésto no deja de ser un acto de sumisión al macho... Un servicio de «adoración» a mi preciosa verga...! ¡No, claro que no... Por muy bien que le des a la polla, yo seré el que dirija la mamada!

Acto seguido me quité los pantalones, la alcé en vilo como si fuera una pluma y la di la vuelta. Para ensartarla por atrás, a la manera de los perros. Buscando que mi asta de toro le entrase de tal manera que a ella no le quedase la menor duda de quien era el verdadero amo.

—¡Pero que hijo de la grandísima puta que eres! ¡Me haces daño... Siento que me estás tratando como a un «manso» al que pretendieras cortarle las dos orejas y el rabo luego de haberle mantenido esclavizado a tu cipote!

—¡Como se ve que eres la golfa de las playas... Soñando con poner cachondos a los hombres de la mar! ¡Esto a mí me calienta mucho más... Y me da alas para trabajarte los bajos con mi escoplo...!

—¡Ay, ay... Me viene un chorro de líquidos...! ¡Me dejas flojita...! ¡Pero, de verdad, yo no quiero ésto... aunque me guste con locura...! ¡Necesito sentirme amada, deseada... adorada...!

—¡Fíjate cómo te adora mi picha: se ha quedado pegada con tus humores, y me va a costar un riñón sacarla de tu chochazo...! ¡Vamos, entrégate al espectáculo que estamos regalando al pescador!

Con gran habilidad le apresé por las axilas, sin perder el apoyo-ajuste de la follada, y nos subimos a un enorme bloque de hormigón. Manteniendo el contacto escalofriante hasta llegar a dejar una toalla que nos serviría de «cama».

—¡Aquí estamos mucho mejor, bomboncito! Así no me siento un cazador furtivo, que ha pillado una morenaza adorable en el Barrio Chino... Ahora soy el dueño de la playa, con derecho a todo... ¡En especial de hacer con tu cuerpo lo que se me antoje!

—¡Si el pescador tuviese más huevos... sería capaz de matarte...!

— ¡Calla, preciosa! ¡Este buen hombre se limita a mirar!

Mi esposa mantenía las piernas en lo alto, bien abiertas y con las ingles completamente ofrecidas a mis cipotazos. Mientras, de sus ojos brotaban unas lágrimas de felicidad.

—¡Si querías hacerme gozar, ya lo has conseguido al traerme aquí!

Habíamos llegado al momento mejor de la penetración. Tumbada en el duro «lecho», ampliamente espatarrada, ella suponía la más completa entrega. Además, la sorpresa del pescador y nuestro afán exhibicionista se compensaba con creces al llegar los orgasmos.

Mientras, su chocho se sabía cerrar como una tortuga en su caparazón: toda mi carne encontró un alojamiento vigoroso, encharcado y dúctil, para que el ajuste resultara impresionante... ¡Y es que mi esposa posee una gruta de primera, en la que se estaba deslizando mi polla igual que en una rampa súper engrasada!

A ambos los ojos se nos inundaron de lujuria y voluptuosidad, nuestras bocas se entreabrieron necesitadas de una doble ración de aire, y su chumino continuó soltando los orgasmos. El polvo no podía ser más explosivo. Y en el momento que mi leche llegó a los límites del desbordamiento de los cojones, tuve que gritar:

—¡Ahí va mi crema, bomboncito! ¡El mejor relleno para una tía que es pura crema de cacao... al aire marinero! ¡Te lo has ganado!

Mientras, ella me exigía con una voz trémula y medio rota:

—Sí, sí... la quiero bien dentro... Aunque me abrases la carne... ¡Qué delicia... recibirla... A la vez que noto la hinchazón de tu capullo...! ¡Estaría así toda la vida... Teniendo a ese pescador mirándonos, y a ti clavándome...!

Se acabaron las palabras en el instante que se proyectó mi semen. Los dos nos tensamos de la misma forma que el arco que se halla a punto de disparar la flecha, nuestros rostros se contrajeron por el tremendo esfuerzo y nuestros ojos se cerraron. Luego, con unos jadeos nos aflojamos, ya que la flecha había salido por mi cipote.

—¡Al recibir mi descarga... tu chocho se convierte en la rosa más hermosa, criatura...! ¡Vuelves a florecer cada vez que te riego como yo sé...! ¡Hemos nacido el uno para... el otro...! ¡Tía, aquí hay mucho machooo... Maldita, sea, por mucho que me «joda»... he de reconocer que me dejas secos los huevos... sin yema ni clara...!

—¡Pues yo quiero más! — Exigió ella, con un tono que encerraba un evidente desafío—. Hazlo por el pescador que nos está mirando!

—Lo tienes bastante fácil. Lo único que debes hacer es mostrarme el panorama de tus ingles. Sabes que sólo necesito tres minutos para recuperar la forma después de mi primer polvo.

Mi mujercita permaneció en la misma postura: echada en el bloque de hormigón, con los muslos tan abiertos como un túnel de ferrocarril y agitando los labios mayores. Todo el chumino parecía colgarle de una manera incitadora.

—¡Nunca me cansaré de reconocer que dispones de un coñazo divino! ¡Además, toma un color granate delicioso en el momento que ha sido bien follado! Ya no es el «moco de pavo» del principio, ¡sino las llamativas corolas de una flor...! ¿Acaso una flor carnívora?

—Tú mismo lo has dicho, cabroncete. ¡Si tuviera la suficiente fuerza de voluntad, un día te llegaría a castrar, aunque sólo fuera para no seguir deseando que me la metas... o me permitas que te la mame...!

A la vez, el trasero se le movía intensamente. Y se aceleró todavía más al ver la proximidad de mi verga. Con una sola indicación de mis dedos, le hice comprender que debía cambiar de postura. Lo realizó apoyándose en la toalla, con los pies en el suelo y colocándose de espaldas. A la manera perruna volví a atacarla.

El contacto con mi cipote le hizo estremecerse, y sus labios vaginales chuparon toda la estaca que le estaba entrando. Facilitando al máximo la tarea.

Su trasero se movió, anhelante y deseoso de contener la mayor cantidad de picha posible. Al mismo tiempo, yo le estaba perforando con todo el glande. Para llegar a las máximas profundidades. Ella se estremeció, y sus labios vaginales absorbieron la totalidad de la carne que tenía dentro.

Se entregó a mover el culo con un ritmo frenético, despendolado y que dejaba a las claras lo muchísimo que estaba gozando. Y yo, que seguía con el ánimo de un «violador», terminé por realizar la perforación con una embolada que a ella estuvo a punto de lanzarla al otro lado del bloque de hormigón.

—¡Por usted, pescador! — gritó mi mujer.

Estaba convencido de que iba a obtener un orgasmo fenomenal. Y ella también esperaba coronar algo sobrenatural. De pronto el éxtasis se hizo presente.

—¡Tengo la picha dentro de ti y tan agarrada que nada me costaría «morirme»...!

Lo cierto es que ya no pude hablar, debido a que me estaba brotando el chorro definitivo de goces. Advertí que los canales internos de mi picha estaban siendo recorridos por unos jugos deseosos de inundar el coño, desde los ovarios a la misma puerta, para tranquilizar a la protestona.

—¡Cabálgame por detrás... Dame más... Quiero todo lo tuyo...! —suplicó mi esposa, sin poder impedir que se le estremeciera el cuerpo. ¡¡Hazlo por el pescador...!!

Llegado a aquel momento, a mí no me importó transformarme en una furia desatada, hasta más allá del hecho de vaciarme por entero en su chumino. Había culminado una verdadera «follada marinera», y era el minuto exacto de firmarla con un buen tintero de leche blanca, espesa y abrasadora...

Una vez terminada la exhibición no creáis que los pescadores nos dan las gracias. Sin embargo, nosotros hemos disfrutado mucho y, en cuanto disponemos de tiempo, no nos retiene nada para tratar de encontrar una situación parecida a la que acabo de escribiros.

Algunas veces hemos tenido que «dejar un sitio» a algún pescador lanzadillo; pero la cosa no suele funcionar bien. El infeliz se encuentra tan excitado por la sorpresa y la hermosura de mi mujer, que no ve «dos en un burro».

También se ha dado el caso de acabar en el cuartelillo de la Guardia Civil. Pero hoy día hay una feliz permisividad social, y las cosas no van más allá de una pequeña bronca o una amenaza de multa...

GABRIEL - GERONA


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