Ángel y el capullo enamorado

El sexo es algo maravilloso. No existe nada que pueda sustituir la enorme emoción que proporciona.

Desde muy jovencita me di cuenta del gran poder que sobre mí iba a ejercer una buena polla, en especial si disponía de un capullo completamente desnudo de pellejos.

Desde muy joven vi como una pareja estaba follando y, desde aquel momento, me dije que cuando me hiciese mayor yo sería la protagonista de una escena de semejantes características.

A los 18 años conocí a Ángel, y supe que había encontrado al amante ideal. Ya había salido con algunos chicos. Pero necesitaba un hombre auténtico. Me costó llevarle a mi terreno, porque estaba casado. Y cuando lo conseguí, me deleité viendo su cuerpo desnudo.

Era guapo y disponía de la polla que ya estaba buscando: larga, poderosa y con un capullo libre en su totalidad de cualquier pellejo, ni siquiera en estado de flacidez. Como si le hubieran practicado la circuncisión de los judíos.

Me gustó comprobar de qué manera se hinchaba a medida que yo me iba desnudando. La lascivia provocada por mi cuerpo le ponía en funcionamiento. Porque le gustaba mi striptease, especial para él. Al principio no nos hablamos, prefiriendo las suaves caricias. Sus labios chuparon mi pezones y me hicieron estremecer.

Después cogió mis tetas con sus dos manos y las amasó delicadamente. Le excitaba comprobar su dureza, casi su virginidad. Debido a que mis anteriores amantes habían sido tan inexpertos que no las concedieron una gran importancia.

Un escalofrío de placer recorrió de arriba a abajo mi espina dorsal, para quedarse alojado en el fondo del coño.

—Túmbate boca arriba en la cama, Ángel. ¡Me gusta tanto contemplar las oscilaciones de tu capullo!

—Son oscilaciones de amor, Vicenta.

Ya me asaltó el deseo de ser penetrada. Pero me contuve, realizando un gran esfuerzo. El momento lo había soñado durante tanto tiempo, que merecía la pena esperar. Comprendí que me iba a ser difícil, porque Ángel me estaba mirando con ansiedad.

Me atrajo hacia él, conduciendo mi cabeza hasta su verga. Le sonreí con una expresión de complicidad.

Seguidamente, abrí la boca con una lentitud intencionada; pasé la lengua por mis labios resecos y seguí avanzando hacia el capullo deseado. Creando un tiempo de espera que a él le excitó muchísimo más. Por fin, en una acción que mostró una cierta violencia, me la metí hasta la garganta y me dediqué a chuparla con glotonería.

Mi actuación trajo consigo una reacción fulminante, ya que Ángel dejó escapar un grito de placer:

—¡Una serpiente no habría tardado tanto en dar cuenta del infeliz pajarillo al que acaba de hipnotizar...! ¡Eres una zorra de mucho cuidado, Vicenta!

Durante un rato largo estuve chupando su capullo enamorado. Sin embargo, el pequeño brote de violencia yo lo había cambiado por unas muestras de delicadeza, de un refinamiento propio de la admiradora que ha conseguido alcanzar el trofeo más anhelado.

Angel pareció volverse loco; mientras, yo le repasaba el orificio de la uretra, depositando allí mismo unas gotitas de saliva. Dejé que cayera por toda la verga y, acto seguido, la recorrí con mis labios, en unos movimientos ascendentes y descendentes.

—¡Para un poco, sino me correré antes de tiempo!

Temiendo que no le obedeciese, me cogió por la cabeza y me retiró de la mamada. Después, me pidió con una voz quebrada por la excitación:

—Ven aquí. Quiero que te des la vuelta, para colocarte sobre mí. ¡Así, perfecto!

Como yo disfruto en cualquier posición de la follada, siempre que me mantenga en contacto con el capullo, obedecí sus indicaciones. Dejé que su verga se hundiera hasta el fondo de mi coño. ¡Qué dicha más inmensa! ¡No existe nada tan definitivo como sentirse repleta de la picha del hombre amado!

Al mismo tiempo, aproveché aquella postura para llevar acabo algo que me encantaba. Introduje la mano derecha en la zona alta del túnel vaginal, con el propósito de masturbarme lentamente, siguiendo el mismo compás que él marcaba con los embates de su polla. Además, me estaba chupando o acariciendo las tetas.

—Anda, levántate un poco, Vicenta —me pidió, pasados unos minutos—. Prefiero que te coloques a «cuatro patas», para follarte de la mejor forma que puede entrar una polla en un coño.

¡Claro que le complací! Aquella postura siempre me había proporcionado una deliciosa sensación. Mucho más obtendría con un capullo desnudo y enamorado. Una vez lo tuve en el interior de mi gruta, comprendí que no me había equivocado en mis cálculos.

Y sin que la sobrecarga de placer me dejase satisfecha, volví a llevar dos dedos de mi mano derecha al clítoris. Repitiendo la titilación del mismo al compás de la follada. También sus caricias llegaron a esta zona.

Dejé que pasara un buen rato para entregar mi humanidad y mi mente en unos orgasmos que llegaban a las puertas de mi chumino desde todas las zonas más sensibles.

—Me gustaría que te colocaras encima de mí, Angel —le pedí, entendiendo que así nos facilitaríamos los dos mejor las cosas.

Se tomó unos segundos antes de seguir mis indicaciones; luego, me permitió tenderme boca arriba en la cama. No obstante, antes de penetrarme, aproximó su capullo enamorado a mi boca. ¡Qué maravilla!

Este gesto inesperado consiguió que mi placer se incrementara. Apresé el capullo con avidez entre mis manos, y pasé mi lengua sobre el mismo.

Era tal mi ansia y tan precisas y acertadas mis caricias y mamadas, que mi amante sintió que el orgasmo se acercaba a la punta de su polla con velocidad de relámpago.

Empezó a jadear y terminó por correrse en mi garganta, inundándome con su leche caliente.

Al lado de Angel conseguí conocer todas las posibilidades sexuales de mi cuerpo y mi velocidad de resistencia. Algo que he ido mejorando en los últimos meses, porque nos traen sin cuidado los convencionalismos de quién ha de ser el activo: el macho o la hembra.

Saltamos de una situación a otra, con la idea de mejorar la follada y mantener mi «adoración» hacia este hermoso capullo enamorado.

VICENTA - SEVILLA


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