Presté a mi esposa

Queridos amigos de milRelatoseroticos, deseo contar la experiencia sexual mía y de mi mujer, por si puede ser útil para vencer la rutina o el hastío de algunas parejas y hacerles comprender que las trabas morales que la sociedad impone al libre desarrollo de la vida sexual de las personas deben ser superadas para hacer del sexo un disfrute y del cuerpo la principal fuente de placer.

Mi esposa es hermosísima. Sus piernas son preciosas, tiene un hermoso culo y unas tetas grandes de amplios pezones. Es una hembra perfecta, de esas que los hombres miramos con deseo y lujuria por la calle.

Tiene 30 años, y eso le da un aire de mujer experimentada. Sabe lucir sus encantos y arreglarse para llamar la atención. La amo con locura. Llevamos casados 10 años, pero antes, hace unos 12, siendo novios tuvo una aventura que sólo ahora, hace pocos meses, me ha relatado y es lo que ha servido de base a todo lo que nos ha sucedido últimamente.

Ella trabajaba de enfermera entonces. En la clínica conoció a un muchacho que aprovechaba todos los momentos posibles para hacerle saber lo hermosa que era y lo que le gustaría salir con ella una noche a cenar. Su insistencia fue tanta, que ella al fin cedió y se citaron una tarde que yo, por mi trabajo, no podía ir a recogerla como siempre.

En aquella época, se llevaba la minifalda, y mi esposa, novia entonces, la usaba. Así que, para salir con este chico, se puso la mini más corta que tenía, la que se ponía cuando yo la llevaba al cine a las últimas filas y me venía tan bien para meterla la mano bajo la pequeña faldita, masajear sus muslos suaves y hermosos, y meter los dedos por la braguita para masturbarla.

Se puso también una camisa cuya finura dejaba insinuar el sujetador y sus voluminosos pechos, grandes y duros. El la recogió en su coche y la llevó a cenar, tras lo cual fueron a una playa donde por la noche acostumbraban a ir las parejas a magrearse o a follar, como nosotros hacíamos asiduamente. Se besaron. El echó los asientos delanteros hacia atrás, la desabrochó la camisa y bajó los tirantes del sostén, sacando fuera los pechos de ella.

Se los chupó y mordisqueó un rato, mientras la subía la falda para descubrir lo poco de muslo que quedaba sin descubrir, bajó las diminutas bragas rosas, y acarició aquel coño caliente, rezumante ya de jugos por las lamidas recibidas por ella en los duros pezones.

El chico se sacó la polla, gorda, larga, con una gotita de leche en la punta del capullo por el inmenso deseo de follarse a aquella hembra. Ella la tocó levemente primero, luego la empuñó y la masturbó despacio, se echó encima de ella y se la metió hasta el fondo, bombeando cada vez más rápidamente hasta que ambos se corrieron entre suspiros y quejidos de placer.

La aventura terminó ahí. Pero cuando mi esposa me lo contó por fin hace poco, no pude contener el deseo de follarla como él la había follado, haciendo que diera detalles y más detalles que hacían la follada más rica y profunda y me hacía concebir esperanzas de que mi mujer repitiera una aventura semejante para que yo disfrutara con el espectáculo de verla penetrada, lamida, chupada, magreada, por otro hombre.

Me costó mucho convencerla, pero al fin cedió, con la condición de que «se haría cuando la ocasión se presentara», sin buscarla expresamente. Y la ocasión se presentó hace pocas semanas.

Se presentó cuando a ella le dio por asistir a un gimnasio para hacer esta gimnasia con música ahora tan de moda. Un día que fui allí a recogerla, estaban haciendo esa especie de danza gimnástica mi esposa y un chico joven de 20 años, como luego supe, solos.

Ambos con una malla pegada al cuerpo, a ella casi se le salían las tetas por el escote de lo limpio que era, y a él se le señalaba un busto en la entrepierna. El la cogía por la cintura, la elevaba, la abrazaba y manoseaba sin ningún recato. Le sobaba los muslos, el culo, los pechos, y se le pasaba por el bulto de su polla al ritmo de la música. Cuando nos íbamos a casa le pregunté si aquel chico podía ser nuestro hombre, y me respondió mi esposa que dentro de pocos días lo sabría con certeza.

Una tarde, cuando mi mujer se iba al gimnasio, me indicó que la esperase de determinada forma, porque vendría acompañada. Hice todo lo que ella me pidió. Completamente desnudo, me metí en el armario de nuestra alcoba, dejando una rendija en la puerta, así podría ver lo que sucedía en la cama. Y allí aguardé, a que en la puerta del rellano se oyese la llave girar en la cerradura.

Entraron ambos, mi esposa y el chico del gimnasio. Llegaron a la alcoba, se besaron y, lamiéndose mutuamente, se tumbaron en la cama. Ella le sacó la polla, dura, gorda y grande, y se la chupó golosamente mientras él gemía de gusto sobándole un pecho con una mano y magreándole la cachas del culo con la otra.

Se desnudaron, y mi mujer se sentó sobre el chico, que permanecía tumbado con la polla vertical. Ella se la metió en el chocho despacio, preguntándole si le gustaba aquello:

—¿Te gusta, rey? Échale a tu mamita tu leche, corazón. ¡Ah, que polla más hermosa tienes, conejito mío!

El sólo acertaba a decir, entrecortadamente, con los ojos cerrados por el placer:

—¡Puta, qué buena estás! ¡Qué buena estás, puta calentona!

Yo sin poder aguantar más en mi escondite, me hice una paja presenciando el espectáculo, corriéndome al mismo tiempo que ellos. Mis gemidos de gusto fueron ahogados por los de mi mujer y su amante.

Ahora mientras escribo, mi esposa, que ha contado a nuestro joven amigo cómo me gusta mirar, ha ido al gimnasio a recogerlo para repetir la follada. Yo me sentaré en el borde de la cama para verlos, y es posible que, por lo menos, me permitan tocarles mientras follan para correrme con ellos.

ANTONIO - MÁLAGA


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