No importa la edad

Yo vivía con mis padres, mi hermana y la abuela materna. Mi hermana tiene dos años menos que yo, y se casó a los 22. Por falta de trabajo, me vi obligado a colocarme de albañil. El trabajo se encontraba en una casa de campo, situada en plenos Pirineos aragoneses. Teníamos que construir un establo y hacer algunas reparaciones. Estuve allí más de un año.

Al terminar, me ofrecieron que me quedase de mozo, para cuidar de los animales y seguir con unas tareas adicionales. Lo acepté porque estaba bien pagado y me daban una comida excelente.

Cada dos semanas, los dueños se marchaban a pasar un día entero en un pueblo cercano. Los jornaleros paraban los domingos, con lo que yo me quedaba solo para dar la comida a los animales y vigilar la casa.

Como tenía tanta hambre sexual, se me ocurrió joder a una yegua. Me subía sobre una bala de paja, acariciaba la vagina del animal y seguidamente le metía mi polla de 22 centímetros de largo. Así daba comienzo al mete y saca, sin parar hasta que me salía la leche. No dudaba en echársela dentro desde la primera gota a la última.

El animal me demostraba que le gustaba aquello. Y yo me lo pasaba bomba, porque se obtiene un placer muy bueno y especial con este tipo de follada. De esta manera cada quince días podía joder con la yegua, a la que arreaba dos polvos. Y con el tiempo llegué a hacerlo aunque estuvieran los dueños en la casa. Tomé la costumbre de repetirlo unas tres veces por semana. No echaba a faltar a las mujeres. Por entonces ya había cumplido los 22 años y ya había salido de la «mili».

Allí disponíamos de otros animales: mulas y vacas. También me follé a las primeras, y a las segundas. Los animales me dejaban hacer y creo que me cogieron cierto cariño. Debía gustarles mi verga. Por otra parte, el trabajo me permitía ahorrar algún dinero. Pasé en aquella casa de campo unos 9 años. A mi familia la iba a visitar una vez al año, siempre en las Navidades.

Cuando falleció mi padre por culpa de una embolia cerebral, tuve que hacerme cargo del pequeño negocio. Resultaba bastante rentable. A los pocos días de estar en casa, empecé a echar en falta a mis amigos los animales. Pronto me fijé que allí había dos mujeres: mi madre, que tenía 53 años; y la abuela, de 75. Ambas bien conservadas y hermosotas.

Como mis necesidades sexuales se hacían cada vez más acuciantes, un sábado por la noche les expliqué lo qué hacía con la yegua, las mulas y las vacas. Y detallé el gusto que obtenía, a falta de unas buenas hembras.

Después de un momento de sorpresa, las dos se echaron a reír y exclamaron:

—¡Eso que tú has hecho es muy gordo!

Entonces, me abrí los pantalones y les enseñé en erección. Ya había adquirido sus 23 centímetros de tamaño.

—¿Quién es la primera que desea probarla? —les pregunté.

Ellas se miraron, sin soltar ni una palabra. Y fue la abuela la que dijo a mi madre:

—Venga, cariño, ve a joder con tu hijo. Después lo haré yo... ¡Una oferta como ésta no se puede desperdiciar a nuestras edades!

Mi madre y yo nos fuimos a la cama. Nos desnudamos y la monté. Le metí toda la verga dentro de su espléndido coño. Y la jodí con fuerza y celeridad, dando muestras de un gran delirio y de una pasión desenfrenada. Después de casi 10 años de no haber tocado ni a una sola mujer, creo que me porté de maravilla. Ella se corrió varias veces de tanto placer como le proporcioné. Follamos de una forma bestial.

La oí gemir desesperadamente, entregada al goce; después, solté mi leche dentro de su coño, regalándome con una gran satisfacción. Resultó una conquista colosal y magnífica. Nunca la olvidaré.

Gracias a que tengo una virilidad fuerte, en seguida me coloqué encima de mi abuela. Le introduje toda la picha en su peludo chumino. Y la jodí con cierto apresuramiento, acaso por ser la primera ocasión. Se corrió unas tres veces, lo mismo que mi madre. Sin dejar de soltar gemidos y ayes de dolor y placer. Al final, ella me dijo:

—Ya lo ves, Narciso, ¡no hay edad para follar!

—He de reconocer que lo has hecho de maravilla, abuela.

Aquella noche me acosté con mi madre, a la que volví a joder de una forma magnífica y fenomenal. Y a partir de aquel día comencé a saltar de una cama a otra, para ofrecer felicidad a mis dos mujeres más queridas. Claro que dedicaba más tiempo a mi madre, por ser la más joven y la que daba muestras de sentir unas ganas mayores.

Cada una me ofrecía unos culos hermosotes y unas tetas espléndidas. A la primera que sodomicé fue a mi madre... ¡Disfrutamos una cosa extraordinaria! Al mismo tiempo que se la endiñaba, le masturbaba el clítoris. Se corrió un montón de veces... ¡Qué gusto me daba al encularla, y cómo disfrutaba al echar la leche dentro! Era un triunfo para el que me faltan palabras, pues cualquier expresión siempre se me quedaría corta...

También lo hice con la abuela. Le gustó una barbaridad, y no dudó en reconocerlo:

—¡Esto sí que es «dar por el culo» con esa verga que tienes tan gorda y larga!

Con ellas pretendí satisfacer todos mis gustos y las necesidades sexuales. Montamos unos sesenta y nueve formidables, mamándonos los genitales con unos actos que nos divertían al máximo. Llegamos a realizarlos los tres juntos. Y se repartieron mi leche de una forma bastante democrática.

Pero, ahí quiero llegar, lo ideal llegó en el momento que pude follarlas al estilo perro, tomando como apoyo sus culos espléndidos. Me venía a la mente las folladas que le propinaba a la yegua y a la mula —dos animales especiales y que me ofrecían unos chochazos más prietos que los demás que había en aquella casa del Pirineo aragonés.

Cuando hacía unos 5 años que mantenía contactos sexuales con mi madre y con mi abuela, empecé con mi hermana. Se había separado de su marido por malos tratos. Mi cuñado se emborrachaba, y ella se hartó de aguantarle. Vino a casa con su hija de 18 años. Supuso una excelente ayuda para el negocio familiar, pues estaba pasando por una época de mucho trabajo.

En seguida nos compenetramos y no dudé en contarle lo que hacía con nuestra madre y la abuela. Como ella también posee un temperamento muy caliente, decidió ir a la cama conmigo. Lo pasamos de piara villa, entregándonos de todo: desde el 69 hasta darnos por el culo. Contábamos con el apoyo de las otras dos mujeres de casa.

Mi abuela ya había rebasado los 80 años, y su salud se estaba resintiendo por culpa del reuma. Se tuvo que poner a dieta, con lo cual le restó vitalidad. Casi no le apetecía joder conmigo.

Mientras tanto, mi sobrina era una chiquilla tan lista que una tarde, estando los dos solos en el negocio, me preguntó con un gran despardajo:

—Tío, si tú me dejas ver la picha que tenéis los hombres, yo te dejaré que me toques el culo y hagas conmigo lo que quieras. ¿Qué te parece mi propuesta? ¿Me harás lo mismo que les haces a mamá y a la abuela?

Me pilló tan de sorpresa, que no dudé en sacarme la verga, que estaba flácida, y le dije:

—Puedes tocarla. ¡Ya veras lo larga que se pone!

La niña me la acarició con sus dos manitas, sin dejarlo hasta que adquirió unas dimensiones de 23 centímetros.

—¡Qué enorme la tienes, tío!

—Sigue con el juego, cariño. Procura meneármela de arriba a abajo y un poco más fuerte. ¡Pronto conseguirás que salga algo que te va a gustar!

Mi sobrina me pajeó con sus dedos suaves, y logró que se endureciera al máximo. Después de un rato me vino el gusto. La leche salió con fuerza y cayó en el suelo, frente a la curiosidad de la chiquilla, aunque de chiquilla, ya tenía poco.. La besé con cariño y le dije:

—Ese líquido que me acaba de salir es la leche con la que se hacen los niños, luego de que las mujeres se quedan preñadas.

—Ya me han explicado en la Universidad los «misterios» de la procreación y algunas nociones de sexualidad.

Después, conseguí que se agachara. Le quité las braguitas y le regalé con una mamada de coño. Gimió repetidamente. Y le llegó el calorcillo que se aproximaba a la «corrida».

—¡Ay, tío... Qué placer me ha entrado en el chochito...! ¡Estoy tan mojada como si se me hubiera soltado el pis!

Yo tenía la polla tiesa. La coloqué a la entrada de su coñete e hice como si la jodiera. Pero sin materializar la penetración por temor a causarle daño por ser virgen. Ella encontraba mucho gusto y gemía. De pronto, se agitó y exclamó:

—¡¡Oh, qué placer me das, tío...!! ¡¡Si he vuelto a mojarme, aunque más que la primera vez...!!

Yo continué con el ritmo. De repente, me salió el esperma, y lo dejé en la entrada de las ingles... ¡Qué gustirrinín obtuve con mi sobrinita!

Por último, ella se limpió los bajos con agua, jabón y una toallita. Para su edad disponía de un buen culito, que saboreé lamiéndolo por toda la raja y los volúmenes de sus glúteos. Los dos disfrutamos de lo lindo. Muy a menudo repetí estos contactos sexuales, sin llegar a la penetración. Nos conformamos con una especie de 69.

Al mismo tiempo, seguía jodiéndome a mi madre, con la que me acostaba todas las noches. Pero jamás descuidaba a mi hermana. Con la abuela las prestaciones se iban haciendo casi inexistentes.

Todas ellas saben lo que hacemos la niña y yo. Y con el paso de los años, terminé desvirgándola. Su madre estuvo presente, temiendo que la pudiese hacer daño.

Cuando escribo este relato, la niña ya tiene 20 años. Es una linda jovencita. Hace unos diez meses que la dediqué la primera penetración, y en la actualidad follamos dos o tres veces a la semana. Sigo cumpliendo con las otras dos mujeres. Esto supone más de ocho polvos semanales.

Hace año y medio que falleció mi abuela. Tengo a mi madre, a mi hermana y a mi sobrina para joder y hacer todo lo demás. Formamos una familia de enamorados, para los que no existen las diferencias de edad.

NARCISO - TARRAGONA


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