Una cuñada excepcional
Tengo 32 años, estoy casado y me gusta el sexo. Os voy a contar la aventura que me ha ocurrido, cuando la verdad es que nunca había engañado a mi mujer.
Hace cinco años, con ocasión de una fiesta en la que celebrábamos el cumpleaños de Rufi, mi esposa, me encontré con mi cuñada Trini. Sólo tenía 18 años. Hacia el final de la fiesta casi todos estábamos bebidos y, al encontrarnos en la cocina, ella me abrazó apasionadamente. Me sorprendió, pero correspondí a su abrazo y la besé. La volví a ver unos meses más tarde en otra fiesta.
La verdad es que yo no había vuelto a pensar en aquel beso que realmente fue muy agradable; pero, en la nueva ocasión, me fijé de pronto en la figura tan estupenda que ella tenía. Su vestido mostraba un gran escote, que dejaba ver unas tetas duras y voluminosas. Bruscamente me di cuenta de que la deseaba.
Aprovechando que estaba sonando un bolero la invité a bailar. Y sin poderme resistir le dije que estaba preciosa y que era una lástima que... Le apreté muy fuerte contra mí, y Trini me respondió abandonándose por completo entre mis brazos. Sentí mi polla en erección, frotándose contra sus muslos. Y ella se pegaba todavía más.
Acabé por confesarle que la deseaba, y me contestó mordiéndome una oreja. No quise seguir el juego por miedo a que mi mujer se diera cuenta, a pesar de que sabía que desgraciadamente la chavala se iba al día siguiente a casa de sus padres.
Por medio de una amiga suya le escribí un whatsaap. Trini me contestó. Así pude conocerla mejor. Me contó que sólo había estado con un chico en una ocasión. Lo hizo al negarse a ser menos que sus amigas, pero que no había obtenido el menor placer de aquella experiencia. En mis mensajes le contaba todo lo que pensaba y sentía. Unos meses más tarde, vino a nuestra ciudad y nos encontramos en un hotel.
Estaba temblando y muy nerviosa. Al fin podíamos amarnos. Me abrazó con un fuego y una pasión que yo no conocía, aspirando mi boca y mi lengua. Se desnudó en seguida, quedándose con un pequeño slip y un sujetador que yo le desgarré en mis ansias por tenerla.
Sus tetas eran grandes y suaves, y las acaricié apasionadamente. Aunque fuese la primera vez no se oponía a nada, y dejaba que yo diera curso a todos mis deseos e iniciativas. Sus piernas y muslos eran tal como los imaginaba en mis fantasías, y su slip transparente dejaba adivinar una oscura pelusa. Me desnudé también, para quedarme con un diminuto calzoncillo que apenas podía contener mi erección.
La hice ponerse de rodillas; sin embargo, ella realizó un movimiento hacia atrás cuando mi verga salió directa a su rostro. Al momento entendió lo que yo quería y me dedicó una bellísima felación. No estaba acostumbrada, pero puso muy buena intención. Más tarde le dije que se detuviera, y le quité las bragas pasando un dedo por su fisura. Estaba mojada.
Con tan precioso contacto se le doblaron las piernas, y se abrazó a mi cuello gimiendo. La acosté en la cama, porque deseaba ardientemente poseerla. Estaba muy excitado, aunque hacía grandes esfuerzos por contenerme.
Me eché a su lado, besándola y acariciando su coño. Notaba su clítoris vibrar en mis dedos, y su aliento me quemaba. Me sorprendía su gran sensualidad. No cesaba de jadear y su vientre subía y bajaba espasmódicamente. Separó las piernas y pude constatar que su entrada vaginal se hallaba cerrada. Ella se me ofrecía con toda confianza, y sentirla a mi merced me excitaba una enormidad.
Como no podía más, me eché sobre ella y mi verga chocó con la puerta de su chumino. Saboree este momento; mientras, la veía rendida y dócil. La penetré lentamente por medio de unos suaves empujones. Ella profirió un gemido que se convirtió en grito; a la vez, me rodeaba con las piernas y me arañaba la espalda. ¡Qué temperamento el suyo!
Comencé mi «mete-saca», dejando su canal por completo para volver a penetrar hasta el fondo de sus carnes ardientes.
El coño aspiraba mi glande, y yo trataba de controlarme sin dejar de gemir volviendo la cabeza de un lado a otro. Nunca había visto nada igual y me estaba excitando terriblemente. Aunque la propusiera lo más audaz, ella seguro que estaría siempre de acuerdo conmigo.
Abría bien sus piernas, para facilitar mi entrada. Los dos mirábamos el espectáculo de mi picha, entrando y saliendo de su chumino ardiente y babeante. Sus orgasmos se sudecían uno tras otro de una forma increíble.
Entonces, me eché boca arriba y la empalé sobre mí admirando su gozo. Guié mis manos hasta sus tetas que masajeé con placer. Respiraba con dificultad; mientras, sentía las contracciones de su coño en el curso de los orgasmos. ¡Lo menos debió tener siete!
Le introduje un dedo en el ano y, luego, otro. Trini gritó dolorida; pero, en seguida, su ano se relajó. Todavía yo no había gozado, y la verdad es que me era imposible aguantarme. La hice echarse en la cama, colocando la almohada debajo de su vientre para que quedase más alto su chocho. Acerqué mi verga a su ano. Ella esperaba realizando todo lo que yo le sugería.
Empujé penetrándola, y dio un grito de dolor; sin embargo, mi mano resbaló por debajo de ella, para acariciarla el clítoris. Poco a poco le hundí la totalidad de mi falo. Dio un ronco quejido, mezcla de dolor y de plenitud de ser tomada así. Su ano cerraba la base de mi capullo; al mismo tiempo, el resto de mi picha se hundía en el calor de sus entrañas. Desde allí sentía las lentas contracciones de su coño, y yo no me movía.
Seguía acariciándole el clítoris. Empecé a ir y venir entre sus nalgas, sin que ella dejase de gemir. En aquel momento tendía su trasero hacia mí todo lo que le era posible. Cada vez me movía con más fuerza, ya sin miramientos.
Todo su culo y su vulva se contraían sin cesar y acelerando la velocidad. Saqué la verga casi por completo, para volver a hundirla en el ano con un golpe seco. Trini se notaba como loca, y la verdad es que yo me hallaba a reventar.
Con la mano libre tomé de su bolso un frasquito de perfume, y se lo introduje en el coño moviéndolo de lado. Luego, coloqué una de sus manos sobre el frasco. Así empezó ella a moverse con el recipiente; mientras, yo la clavaba por el culo. Al fin, tras una serie de violentos orgasmos, yo terminé por vaciarme en su recto. Nos quedamos exhaustos.
DANIEL - SALAMANCA
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