El arte de desflorar

He tenido la suerte de acostarme con tres chicas vírgenes, a las que pude convencer de que compartiesen conmigo por primera vez la alegría del placer sexual completo. Me refiero a la jodienda, pero no a esa que vulgarmente se dice que «no tiene enmienda».

Lo mío es toda una obra de arte. Amo tanto el sexo femenino en general, que cada batalla ganada me permite ir acumulando experiencias para mejorar en las siguientes ocasiones.

En esto de desflorar comprendo que soy un maestro, y me atrevo a dar consejos porque lo sé hacer sin causar el menor dolor a la muchacha que tiene la suerte de acostarse conmigo. Creo que estos consejos pueden servir de mucho a cualquier chico que desee desvirgar a su amiga de una forma nada traumatizante para ella. En función de que no la provocara ni el más mínimo daño. Es una forma de agradecerle a ella el regalo de algo que sólo se puede dar una vez en la vida.

Supone más que un estreno. Para la chavala se abre un mundo extraordinario, que ha de empezar, estamos obligados nosotros a conseguirlo, con un momento maravilloso, digno de ser recordado toda la vida.

Primer consejo: Hay que empezar desnudándola muy despacio, entre caricias y dulces besos, especialmente en las partes íntimas. De esta forma se logra que la chica entre en una fase de deseo jadeante, totalmente mojada y con unas ganas enormes de ser penetrada.

Ya no se puede dejar de proseguir el avance. Está en juego algo muy importante, y sería absurdo olvidarse de los detalles, por insignificantes que parezcan.

Segundo consejo: Aunque la lubricación natural de la muchacha sea muy abundante, es conveniente «engrasarla» con vaselina por medio de un gel especializado. Se lo aplicaréis por toda la entrada del coño para que la invasión de la verga y los movimientos de vaivén resulten extremadamente agradables.

Es una cuestión de evitar los errores. Esos que provocarían en ella la aparición del miedo. Tened presente que en toda mujer, por liberada que se crea, late un temor «ancestral» a la primera follada.

Tercer consejo: Hay que tocar con el dedo muy suavemente la abertura del himen, a fin de que el meato de la polla se coloque justamente en dicha abertura. Al principio no se debe hundir más de uno o dos centímetros. Considero imprescindible que el desgarro parta de esta abertura natural, y que precisamente por ahí se introduzca la verga.

Debe asegurarse la acción. Está en juego la realización lo más perfecta posible de un momento que ella considerará el de mayor importancia de su vida. No puedes fallarla ni con las intenciones.

Si la verga se hunde demasiado profundamente producirá un desgarro muy grande y doloroso para la muchacha. Cuidado. Toma las precauciones para que esto sea evitable. Aunque parezca imposible, debido a la calentura que mantiene la erección, se requiere un poco de «sangre fría».

Cuarto consejo: Es necesario que tú estés completamente inmóvil, y sea ella la que se mueva lentamente para poder estar segura de que no va a sentir ningún dolor. Esta acción concluirá con una pequeña molestia, de la que tú no serás responsable. La abundancia de una grasa lubrificante será lo que más ayude a que todo vaya adelante sin sufrimientos.

Es necesario que el himen cubra el glande como un preservativo, de tal manera que el meato urinario quede junto a la abertura. De esta manera efectuará unos ligeros deslizamientos hacia delante y hacia atrás, con el propósito de aumentar la elasticidad y agrandar la abertura.

Ten presente que es ella la que está descubriendo las maravillas de la follada. A través de una primera vez que tú realizarás de una forma gozosa y espléndida.

Quinto consejo: Es necesario librar a la muchacha del dolor, y para ello tienes que dosificar tus movimientos de vaivén. Hasta tal punto que sólo se produzca una leve presión en el himen. En encuentros sucesivos comprobarás que la abertura se ha ido ensanchando, hasta que se pueda producir la penetración total sin el menor dolor.

Momento extraordinario. Se han acabado los miedos, y ya te puedes lanzar a gozar a fondo. Siempre pendiente de que ella consiga su orgasmo antes de que se produzca tu eyaculación. No lo olvides.

Sexto consejo: En el caso de que apareciese un pequeño dolor, producido por un exceso de dilatación o por un comienzo de desgarro, tendrás que cortar rápidamente los juegos sexuales. No los reanudes hasta que hayan pasado unos días. Si tú te cuidas de actuar con delicadeza, ella no tendrá que sentir ningún dolor. A lo sumo una molestia soportable. Y, lo más importante, nunca experimentará miedo sino un inmenso deseo de llegar al goce final.

Follar supone el camino hasta un placer inconmensurable, lo mejor que podemos conquistar los seres humanos en esta vida. Hay que especializarse en todo. Más en el arte de la desfloración.

Conocerás el placer de penetrar, a la vez que le permites a ella que dé comienzo a su vida sexual contribuyendo activamente a lo que hace. Un buen día comprobará que, sin sufrir, la polla entra por completo en el túnel vaginal. Realmente no sabrá jamás qué fecha exacta ha sido desflorada.

¿Te sorprende? En esto de la jodienda ocurre como en el fútbol: no se debe advertir la presencia del árbitro. La desvirgada tampoco debe enterarse, aunque jamás olvide que tú fuiste el primero.

Este es el agradecimiento que te deberá a ti, el hombre al que hizo entrega de su integridad física. Y tal es la suerte que deseo a los centenares de chicas que dejan de ser vírgenes cada día en nuestro país.

Después de mi lección, permitid que desarrolle, de una forma más literaria, lo que me pasó una vez cuando desfloré a una chica.

La chavala estaba sola en la discoteca. Bailé con ella, sin tener que insistir demasiado para sacarla a la pista, y le dije que era un ejecutivo de una compañía de espectáculos. Me la «ligué». Pero, al ver mi polla, se mostró aterrada.

Estábamos en el interior de mi coche. Y mi arma genital crecía más y más. Mientras, la humedad de su coño había hecho que la fina tela de las bragas se introdujera hasta acariciar su clítoris. Lo que hizo aumentar su ansiedad hasta unos extremos que me beneficiaban.

Solté el brazo que nos unía y la tomé por la nuca para obligarla a bajar la cabeza. Es mi conducta cuando estimo que me encuentro junto a una mujer experta. Una vaga sensación de asco, de repugnancia, le forzó a intentar librarse de mi tenaza.

Pero la presión era tan firme que no lo logró.

—Voy a empezar a conducir. Lo haré tan lentamente como me sea posible —dije con viveza—. Tú tendrás que chuparme si no quieres que lo nuestro termine mal.

Puso sus labios sobre mi dura polla, sin atreverse a introducirla en su boca por lo enorme que era.

—¡Adelante... emplea tu lengua! —le apremié, dominador.

Lo hizo. Sin saber cómo se dio cuenta, al cabo de unos instantes, que ya la tenía íntegramente en su boca. Yo continuaba sujetándola por el cuello y, pese a querer retirar la cabeza, no podía. Lentamente comencé a mover la cintura. Mi verga entraba y salía suficientemente lubricada por la saliva que sin parar fluía de su boca.

Intentó pedirme que no me corriese en su garganta; sin embargo, le resultó muy difícil hablar con un capullo que a veces le llegaba casi a la campanilla.

—¡Bien... bien! —musité, satisfecho—. Eso es exactamente lo que yo deseo. ¡Continúa...!

Los segundos comenzaron a transformarse en siglos. Cuando reduje la presión sobre su nuca, ella comprendió que yo estaba llegando al fin y retiró súbitamente la cabeza, justo para recibir el chorro caliente en la cara, en el pelo y en el cuello.

La chavala se irguió e intentó limpiarse. Seguro que pensó que ya todo había acabado entre nosotros. Pero yo no me encontraba dispuesto a dejarla marchar.

—Pienso que ha llegado el momento oportuno de que sientas mi polla dentro de tu cuerpo —le dije, blandiéndola como si se tratara de una porra.

—¡No, por favor...! ¡Ahora no...! —suplicó—. ¡Soy virgen!

Me quedé alelado. Era lo último que esperaba escuchar, luego de haber recibido una mamada tan formidable.

—Entonces... ¿Cómo has aceptado lo otro?

Mi pregunta resultaba sencillamente estúpida. Hay miles de chicas que la saben mamar, pero no han aceptado la follada por miedo a quedar embarazadas  o vete su a saber.

—Es lo que hago con los hombres con los que salgo.

—Conmigo será distinto — dije, deteniendo el coche—. Quiero penetrarte tan hondamente como jamás nadie habrá conseguido hacerlo en otra mujer. A partir de hoy, cada vez que te acuestes conmigo, pensarás en mí... ¿Sabes lo que es la vasectomía?

—Sí.

—Mejor para los dos. Porque yo me la he hecho hace un año —le mentí—. ¡Jamás te podré dejar preñada, aunque te deposite ahí dentro un litro de leche!

Se acurrucó en un rincón del asiento delantero, junto a la puerta; al mismo tiempo, yo me arrodillaba a su lado.

—Quiero que me la toques ahora. Verás que está dispuesta para lo que nos aguarda — sonreí, haciéndosela recoger nuevamente.

Ella pudo comprobar que se hallaba pringosa y resbaladiza.

—Sé que estás deseando que te penetre... Los hombres como yo hacemos que vosotras no tengáis necesidad de tomar la píldora o colocaros algunos de esos incómodos anticonceptivos. Por otra parte, me ahorraré las molestias del preservativo... ¡Joderemos a pelo, como hacían Adán y Eva en el Paraíso! Confío que no tengas miedo. Todo irá de maravilla. Soy un experto.

Sin fuerzas para resistirse, dejó que le ayudara a quitarse las bragas. Entonces realicé una verdadera zambullida en su coño. Para lamerlo y mamarlo delicadamente y con una enorme cantidad de saliva. Debía ablandarlo con el único propósito de evitarle el máximo de dolor.

Finalizada esta imprescindible tarea, no me costó ningún esfuerzo acercar la polla a su pubis. La coloqué entre los labios abiertos y temblorosos.

—Por favor —rogó una vez más—. No me hagas daño.

—Jamás. Puedes estar tranquila. Soy un experto en el arte de desflorar. Deseo que obtengas el mayor orgasmo de tu vida.

Comencé a trabajarla con eficacia y lentitud. Y la chavala tuvo que asombrarse al comprobar que, pese a lo grande que es mi polla, no le dolía en exceso y le entraba, parsimoniosamente, hasta el fondo. La recibió con placer.

Apenas la hube penetrado del todo, dejé que me creciese dos o tres centímetros más. También conocía el medio de controlar o regular la erección. En el instante que di el empujón definitivo a ella se le reprodujo un dolor punzante que, en seguida, se transformó en una fuente de goces.

Gracias a mis acciones de vaivén y a lo lubricada que estaba su galería vaginal, yo retiraba lentamente la verga y, cuando estaba justo a punto de sacarla, volvía sabiamente a hundirme hasta el fondo. Una ola de excitación como jamás habíamos experimentado nos inundó.

Le mordí tiernamente los labios, el cuello y los hombros; mientras, mis manos buscaban afanosamente las enhiestas puntas de sus pezones. Creo que los dos cerramos con fuerza los ojos en el momento que se iba a producir el estallido del placer...

Sin embargo, yo era consciente de mis actos. Mucho antes de que el semen empezara a hervir en mis cojones, soltando el volcán por el interior de la polla, me escapé del grato túnel del coño y le eché toda la «mascada» en el vientre y en las tetas.

Fue un momento impresionante, porque ella lo esperaba dentro y lo estaba recibiendo en el exterior. Me miró con ojos de gata sorprendida; no obstante, le resultó imposible hablar debido a que estaba obteniendo el cuarto orgasmo.

Luego, a la vez que yo le limpiaba delicadamente con mi pañuelo, le expliqué:

—No me he hecho la vasectomía. Hubiera sido una canallada echártelo dentro. Ni una sola gota te ha quedado en la zona peligrosa... ¡He practicado lo que se llama vulgarmente «tirarse en marcha», que es el método anticonceptivo más antiguo que conoce el mundo! ¿A que ha estado bien?

—Eres un canalla —susurró, sin quererme insultar.

—Gracias a mi mentira tú has vencido una barrera bastante engorrosa. En la actualidad eso del virgo supone un estorbo.

—Me parece que tú lo consideras un honor, al menos eso se deduce de la facilidad que tienes para desflorar.

—Pero, contéstame con sinceridad, ¿a qué te lo has pasado bien?

La chavala asintió con la cabeza, sin fuerzas para seguir hablando. El recuerdo de todo lo malo había desaparecido en su cerebro. Sólo deseaba volver a sentirme dentro de ella.

—¿Quieres que lo probemos de nuevo? —le pregunté, adivinando sus pensamientos.

La tomé por debajo de los hombros y la coloqué encima de mí, a horcajadas. Luego la sujeté por la cintura, para ayudarla a subir y bajar. La penetración no resultó tan honda y se sintió muy agradecida. Por este motivo comenzó a moverse frenéticamente y un espasmo agónico, súbito, incontenible recorrió su cuerpo.

Yo la separé con suavidad susurrando:

—Ahora es mi turno.

Ella se dejó acomodar igual que una marioneta. Se notaba demasiado ansiosa para oponerme alguna resistencia. Se arrodilló en el asiento y apoyó la cabeza en el posabrazos de la puerta.

—Dobla un poco la cintura —le aconsejé.

Me hizo caso. Ya sintió que le estaba penetrando tan hondamente como la vez anterior, o tal vez más profundo. Y se sorprendió al comprobar que yo se la había sacado. Comprendió entonces que estaba buscando otra posición para atacarla con mayor eficacia.

Pero ya era tarde. Un dolor agudo, desgarrante, le anunció mi entrada poderosa. Me llevé los últimos restos de su himen. Seguro que ella pensó que iba a perder el sentido; claro que nada de esto ocurrió. La sensación infinita de placer y angustia le llenaba por completo; a la vez, yo la estaba sujetando fuertemente por la cintura, impidiéndola cualquier movimiento de rechazo.

La trabajé con lentitud y mucho arte. Unos momentos después el espasmo me hizo saber que estaba próxima la eyaculación. Me volví a salir y le rocié toda la espalda de leche... Cuando los dos nos incorporamos, la chavala se dejó caer pesadamente, sin fuerzas y con los ojos cerrados. En los párpados le colgaban unas lágrimas.

Al cabo de un tiempo prudencial, puse el coche en marcha. Ella se sentó de una forma correcta y se dedicó a arreglarse las ropas.

—¿Qué te ha parecido?

—Todos los martes, jueves y sábados voy a la misma discoteca —fue su respuesta—. Me gustaría volverte a encontrar. He tomado la píldora en ocasiones, pensando en llegar a la follada. Pero, en el último momento, el miedo me impidió llegar hasta el final. Volveré a tomarla, pues no quiero que tú te salgas de mí en el mejor momento.

—Gracias...

En aquel instante se sacó las tetas de la blusa —no utilizaba sujetador— y con los pezones me frotó la bragueta. Le permití que lo hiciera en la polla, que extraje rápidamente. Entonces se entregó a besarla, usando la lengua y las manos para acariciarla. Era capaz de manejar los dedos como si poseyeran vida propia. Acaso porque la satisfacción que sentía de haber perdido el «lastre» del virgo la hacía más audaz que nunca.

Utilizó sus manos en mis cojones; al mismo tiempo, empleaba la punta de la lengua en lamerme el capullo. Pude escuchar cómo se movía alrededor, llegándome antes el sonido que las emociones provocadas por unos «picotazos» certeros. Me estaba realizando una operación de ordeñamiento.

También soltaba frases sueltas, pero sin retirar sus labios de mi verga para pedirme que hiciese algo en su favor. Me limité a esperar las consecuencias de su mamada. Y cuando obtuvo lo que perseguía, bebiéndose el chorretón de semen, me soltó:

—¡Gracias, preciosa... Mmm... Tengo la boca pegajosa de tu pringue...! ¡Pero me siento la mujer más feliz del mundo...!

¿Puede recibir un hombre un regalo mejor? ¿No se demuestra que mi método de desfloramiento es el ideal? Ya veis, amigos de «mil Relatoseróticos», cualquiera puede convertirse en un experto dentro del terreno sexual gracias a la práctica y a un cierto poder de observación. Conviene estudiar y comprender las reacciones de las tías.

Por lo que se refiere a mis chicas «desfloradas», las he seguido viendo a la mayoría. Ya os he escrito que son tres; sin embargo, pretendo hacerlas desistir de que vengan a verme. No quiero que insistan follando conmigo. Me atrae más buscar otros virgos. Lo mío es estrenar coñitos, cuantos más, mejor.

GABRIEL - CUENCA


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