Más desnuda que nunca

Somos una pareja joven y sin historia que nos sentimos felices. Poseemos una gran sensibilidad. El hecho de que en este instante vivimos plenamente nuestro amor a dos, no nos impide ser conscientes de que llegará un día en que disfrutaremos de otras experiencias carnales de común acuerdo. Todo nos atrae en la vida.

Mi esposa, Carolina, ya de adolescente tuvo experiencias homosexuales, y siempre he sabido que me gustaría verla gozar con las caricias de una muchachita. Ella se presta gustosamente a la sodomización, siempre con una previa y cuidada preparación. Las caricias anales que me prodiga, me hacen pensar que tampoco me importaría que a mí me la metiesen por el culo. Si es que mi mujer me lo pidiese de alguna manera. Muchas veces hablamos de compartir con otros amigos la belleza de nuestros cuerpos, y también de gustar de placeres más perversos...

Pero, por ahora, vivimos a dos una época excepcional y de una gran riqueza sensual y sexual. Querría hablaros de nuestros sábados de amor, pues es el único día de la semana que tenemos por completo libre y disponible para nosotros. Hemos decidido reservarnos esta fecha del fin de semana para nuestras folladas, y la recíproca adoración de nuestros cuerpos.

Ese día lo pasamos completamente desnudos los dos, y jodemos y gozamos en plena disponibilidad el uno con el otro. Sin llevar un calendario estricto, generalmente tratamos de aportar alguna novedad a nuestra unión, con unos toques de erotismo especial.

Con esta idea, nos concentramos en unas caricias precisas, que yo aprecio largamente, lo mismo que le sucede a mi esposa. Porque intentamos superar las experiencias pasadas. Solemos prolongar el baño en común a más de dos horas. Por unos instantes, Carolina se convierte, sólo para mí, en una chavala que practica el striptease.

Lo realiza de una forma especial. El denominador común de estos sábados ha de encontrarse en el gozo compartido. Excluimos siempre el sadomasoquismo, porque nunca lo hemos entendido; pero las demás experiencias nos encantan. Con lo que obtenemos una voluptuosidad excepcional.

Me gustaría contaros con más detalles algunas de nuestras locuras más recientes. Como hace mucho tiempo que yo duermo desnudo, Carolina empezó a adoptar la misma costumbre. Porque de esa manera, sin las molestias de las ropas, los dos nos hallábamos más al alcance del cuerpo del otro y del nuestro en un plano sexual.

Durante el sueño muchas veces nos rozamos involuntariamente. Y la caricia inconsciente nos despierta los sentidos y gozamos incluso con los ojos cerrados. Resulta hermoso despertarse sintiendo plenamente el aroma del cuerpo conocido, sintiéndonos acariciados por nuestra pareja.

Precisamente ayer, por la mañana, el sol inundaba la habitación con su claridad a través de las cortinas color crema. Abrí los ojos y me dejé llevar por el placer de contemplar a Carolina completamente desnuda y abandonada en su sueño. La sábana había resbalado y sus tetas admirablemente esculpidas subían y bajaban ante mis ojos al compás de su respiración.

Me incliné con mucho cuidado, y eché mi aliento cálido sobre los pezones. Y sin tocarlos se pusieron de punta, tiesos y graciosos. Mi verga entró rápidamente en erección. Con una mano retiré la sábana que le cubría el vientre, para dejar al aire su pubis ligeramente abombado y adornado con un suave vello. Toda esta mata bajo mis caricias se cubrió de una humedad aromatizada y de un dulce sabor.

Pronto la sábana apartada y las piernas finas y doradas se convirtieron en un auténtico regalo para mis ojos de voyeur. Una de las piernas perezosamente replegada me invitaba a aproximarme a contemplar su chumino. Me dejé convencer.

Sin embargo me quedé en la primera zona descubierta. Para animar con la lengua y los labios sus pezones endurecidos; mientras, dejaba resbalar un dedo voluptuosamente por la hendidura de su coño, a la búsqueda del botón oculto entre los labios, que se abría y se humedecía lentamente.

El clítoris se despertó pronto y giró entre mis dedos. Los muslos de mi esposa se abrieron todavía más, para ofrecer bien a la vista su intimidad. Su vientre se movía dulcemente, respondiendo a las acciones de entrada y salida de mi dedo. El placer se hallaba allí, había nacido poco a poco y ascendió inexorablemente. El clítoris se llenaba de sangre y los labios del coño se entreabrían como una llamada a los placeres más devastadores, esos que te permiten saber que el paraíso «puede encontrarse en la tierra».

Carolina se despertó bajo la llegada irresistible del placer. Su respiración se aceleró, sus ojos se abrieron y sus mejillas se incendiaron. Sus manos se posaron en las tetas y sus propios dedos titilaron y pellizcaron los pezones firmes y erectos.

Mi boca se hallaba dispuesta para iniciar una nueva etapa sexual. Resbalé la lengua dulcemente sobre su vientre, acaricié con los labios el gracioso ombligo, que en tantas ocasiones deseé llenar con mi semen cremoso. Y coloqué mi rostro a la entrada de su chumino, que palpitó de deseo. Entonces, yo practiqué un lento cunnilingus, que terminó por sacar a Carolina de sus sueños: caricias ligeras que alterné con amplias chupadas y mamadas a lo largo de la hendidura vaginal.

Mi lengua se hizo a la vez dura y suave, se deslizó delicadamente del clítoris tenso de deseo al ano que vibraba y se delataba bajo el tintineo de mi lengua. Debajo de mi boca nació un orgasmo potente y maravilloso; mientras, los gritos de placer de mi esposa llenaban la habitación. Sentí en mis labios las vibraciones y los profundos latidos que brotaban del centro del chumino, y que liberaban un líquido abundante. Lo bebí con delicia, amorronándome a aquellas carnes encharcadas.

Los muslos de Carolina se expandieron liberando mi rostro; pero, en seguida, se cerraron antes de que pudiera escapar con movimientos semejantes a las alas de una mariposa, su coño se relajó tras el orgasmo de placer, y su clítoris se aflojó en mi lengua desencadenada.

Dejé resbalar una mano bajo sus nalgas, que temblaban todavía con el reciente goce. Mi índice palpitaba en su culo, y los «¡sí, sí!» que ella pronunciaba, mientras no cesaba de gemir, abrieron a mi dedo una entrada secreta, la cual se agitaba al ritmo de los latidos de su orgasmo. Como una danza que los dos íbamos a bailar.

Mi mujer emitió un largo suspiro de satisfacción, y se entregó a una relajación completa... Más tarde, reposó tranquila, aunque yo continué chupándola amorosamente. Tenía la nariz impregnada de la fragancia de su vulva, que estaba inundada por el placer. Y mi lengua persiguió, hasta el más escondido recodo, los restos de sus jugos. Esos que había llegado hasta el clítoris.

Atento al goce de mi esposa, mantuve el chumino tenso y mis testículos llenos; pero me dominó el deseo de verterme en ella, y saboreé esta espera apasionada. Un esfuerzo que incrementó todavía más la violencia de nuestros orgasmos.

Ocupado en saborear el fruto jugoso del coño de Carolina, un pelo de su vellosidad se deslizó en mi boca. Entonces se me ocurrió una locura: el deseo de verla más desnuda todavía, para disponer de su coño y de su pubis por completo, ofrecidos y libres de ese bosquecillo que los cubría, como si pretendiera ocultar sus tesoros escondidos. Me asaltó el deseo de chuparla y de acariciarla sin obstáculo alguno. En lo más profundo de su cuerpo sexual, para marcarla con mi propio sello de virilidad y transformarla en mi esclava.

Lánguidamente abandonada y con los brazos en cruz sobre las blancas sábanas, Carolina me esperó. Había dejado los muslos separados, para que mi orgullosa verga se hundiera en su vientre. Pero, sin atreverme a desafiar su mirada, me retiré de entre sus piernas y le di la vuelta sobre le vientre con los muslos juntos.

Ella se dejó hacer, gimiendo; mientras, esperaba confiada, porque sabía que yo adoraba particularmente sus redondeadas esferas, de unas curvas ideales. Seguidamente, la monté, refugiando mi cipote entre sus nalgas. Y mi esposa hizo jugar graciosamente sus muslos, para apretar y aflojar su presión. Estaba sometida bajo mi cuerpo, y mordisqueé con entusiasmo su cuello y su nuca. Después, tímidamente, le expliqué con palabras de amor mi idea: al mismo tiempo, le chupaba una oreja. Lejos de enfadarse, Carolina me demostró con su cuerpo la pasión amorosa que lo estremecía. A la vez, sus nalgas temblaron espasmódicamente; por último, susurró con una infinita ternura:

—¡Soy todo tuya... ¡Quiero encontrarme completamente desnuda parte ti! pero, antes, tómame... ¡Hazme gozar enseguida con otra de tus magistrales folladas!

Al momento mi polla, tensa y frenéticamente masturbada entre sus globos, buscó su propio camino. Localizó el orificio anal, que mojó con las primeras secreciones vaginales. Sin embargo, ella me deseaba en su vientre, y la penetré con un golpe seco, posesivo y profundo, hundiéndome hasta los testículos.

Carolina se encontraba como clavada en la cama gracias a la eficacia de mi dardo. Sólo su chumino y sus nalgas se agitaban, en las búsqueda desesperada del contacto más intenso posible. Sentí vivamente los latidos de su vientre. Y dado que yo soy un voyeur, me incorporé ligeramente para gozar del espectáculo de mi verga resbalando entre sus nalgas.

Estaban abiertas para recibirme, y mis cojones hinchados quedaron sobre ellas. Vi palpitar el oscuro orificio de su ano. Delicioso panorama el que componían sus nalgas, las cuales temblaban bajo los asaltos de mi polla, tan dispuesta a explotar.

Carolina gozó largamente, gritando bajo los efectos del orgasmo. Con la cabeza rodando por las sábanas.. Yo iba a explosionar también; pero ella me interrumpió bruscamente al darse una brusca vuelta y, con las piernas bien abiertas, me gritó:

-¡Goza en mi vientre, cariño! ¡Después, chuparás el semen de mis pelos y, más tarde, me los afeitarás con tu caliente esperma! ¡Hazlo y seré tu esclava por entero!

Rápidamente inundé su vientre con unos chorros cremosos, que ella extendió con sus dedos.

—¡Sí, sí...! ¡Dame tu semen... Inúndame con tu crema...! ¡Yo seré para ti una chica sensual y perversa...! ¡Sí... Desnúdame toda... Trátame como a una puta...!

Me quedé jadeando sobre la cama; al mismo tiempo, mi esposa se iba al cuarto de baño, para volver llevando una toalla y una afeitadora eléctrica, que besó apasionadamente. Yo había emergido de mi violento orgasmo, para admirar a mi hermosa Carolina: su bajo vientre seguía cubierto de esperma. Se echó en el centro de la cama, y abrió sus muslos para ofrecerme su coño mojado.

—¡Querido, aféitame dulcemente! ¡Aún siento unos locos deseos de volver a gozar de todo lo anterior...!

Tiernamente, besé su piel perfumada y, luego, pasé la máquina de afeitar por su oscuro triángulo. Poco a poco fui descubriendo el hinchazón de su zona púbica, hasta el nacimiento de la hendidura vaginal. Y ésta se alargaba a medida que el aparato resbalaba sobre su bajo vientre. Carolina gimió, moviendo la cabeza, y murmuró unas frases de amor; al mismo tiempo, ofrecía su chocho al verdugo, en este caso yo, que le estaba metamorfoseando en una Lolita apenas adolescente.

En pleno delirio de ambos, desnudé los grandes labios tirándolos delicadamente con un dedo. La máquina de afeitar proseguía su erótica labor, despojando toda la vulva de hasta los ligeros pelillos que tapizaban la entrada de su ano. Lo mojé suavemente de saliva, para no herirla.

Ya tuve ante mis ojos un maravilloso espectáculo: una muchacha completamente abierta, totalmente desnuda, con el chumino impúdicamente ofrecido, los labios hinchados que me mostraban todos los detalles y los repliegues de una gata que emanaba un aroma suave. Y se abría para brindarme un clítoris tenso y húmedo. El panorama de la entrada de su chichi me llenó de deseo.

Después, Carolina acogió mi boca, mis labios y mi lengua con gemidos de placer, que se transformaron en gritos cuando la sumergí en un nuevo orgasmo. Acto seguido, chupé todos los jugos sobre la superficie de su pubis. Como si fuera una crema lujuriosa que resbalara por su piel. Además, ésta había adquirido una finura insospechada.

Mi esposa me atrajo hacia ella, y me coloqué en la posición del sesenta y nueve. La vi tocarse el coño con la mano derecha. Lo tenía completamente desnudo, como yo siempre lo había anhelado. Mientras, me regalaba con una felación sobre la verga en erección. También acarició mis cojones hasta la raíz, empleando una táctica de su exclusiva.

Divina mañana, cuya evocación todavía me excita. Llena de locuras eróticas, que algunos lectores quizá no comprendan... ¡Pero, qué maravilla, cuando se pueden disfrutar estas locuras junto a una esposa que desea compartirlas todas!

A las lectoras de «milRelatoseroticos.com» que puedan creer que soy una machista, mejor sería que se lo pensaran bien antes de ratificarse en esta idea. Carolina se encuentra perfectamente liberada. Se despendola de tal manera, que aquella misma tarde me sometió al mismo dulce suplicio: Afeitado integral del bajo vientre y las partes sexuales, llegando hasta las profundidades de la raíz. Los que sean demasiado escrupulosos de cara a aceptar estas violencias carnales, deben tener en cuenta que se están privando a sí mismos de unos maravillosos instantes de placer.

No quiero alargarme demasiado; pero os aseguro que dejarse desnudar completamente por la persona amada constituye una auténtica gozada. Además, follar en esta situación afina el contacto sexual, multiplica las sensaciones y desarrolla el erotismo conyugal tan necesario cuando se comparte la vida en todos los sentidos, plenamente. Es fantástico poder realizar caricias manuales y bucales por esos lugares sexuales, sin el incordio de la mata de pelos. Esto te permite disponer de una piel tan fina y nueva como la de una recién nacida.

Es evidente que ni uno ni otro exigimos a nuestra pareja que permanezca así, con el sexo desnudo; sin embargo, a lo largo de esos sábados resulta maravilloso. Quizá haya lectoras y lectores que han vivido esta experiencia y nos puedan dar su opinión... No nos queda otra cosa por vivir, ¡Cómo gozamos al afeitarnos cada uno nuestro propio vello genital!

Los genitales sin vello se frotan mucho mejor, aprovechan al máximo las caricias y la conjunción de las carnes resulta total. Además, se halla la carga morbosa que se provoca con el afeitado. Sabes que el otro se ofrece a tu voluntad, acepta lo que le pides y se recrea viéndote enjabonar la pelambrera, preparar los útiles de afeitar y rapar, y llegar a la realización de una tarea excitante. Lo que importa es actuar con una gran parsimonia, como si estuvieras realizando una ceremonia.

Más adelante, al cabo de unos meses de gozar de esta desnudez total, conviene dejárselo crecer. Para repetir el proceso. Hemos encontrado un sustituto muy divertido, pues tenemos un familiar en el mundo del espectáculo. Nos ha proporcionado unos postizos para los genitales. Cuestan un poco caros, ya que vienen provistos de unos adhesivos para las ingles, la crema para despegarlo y otros elementos. Es lo que utilizan las artistas que actúan desnudas... ¡De verdad, nos lo pasamos bomba! Todo es cuestión de echarle fantasía al asunto...

PEDRO Y CAROLINA CORDOBA

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