Insospechada y ardiente aventura
Soy un hombre de 53 años, y hasta hoy había hecho una vida a la que todos hemos llamado NORMAL. Me casé a los 28 años y tuve dos hijos, una chica que ahora tiene 23 años y el chico de 19.
A mis 39 años quedé viudo con los niños pequeños, por lo que la madre de mi mujer se vino a vivir conmigo. El año pasado mi suegra se volvió a su casa y desde entonces lleva la nuestra mi hija que hace una vida totalmente independiente.
Mi hijo estudia y ayuda también en la casa, como yo mismo. Estoy muy satisfecho de los dos como la mayoría de los padres. Como veis hasta aquí todo muy NORMAL.
Mi trabajo siempre ha consistido en dar clases a los invidentes. Mi cuñado, hermano de mi mujer, tuvo un hijo ciego. Yo nunca los había tratado porque mi cuñado es alemán pero, por cuestión de trabajo, se vinieron a vivir a España él año pasado. El chico tiene 24 años. Mis hijos y yo nos ocupamos de buscarles una vivienda y pudimos comprar un piso en nuestro mismo edificio.
Debido a mi especialidad, desde que llegaron el muchacho se sintió muy unido a mí. Le ayudé a perfeccionar el idioma y a orientarle en todas las cosas con mucha facilidad.
Hace unos meses mi cuñado me comentó que nunca había visto a su hijo tan feliz y me propuso que bajara a vivir con ellos trasladando mis cosas a su piso ya que significaba una ayuda eficaz para el muchacho. Añadió:
—Tus hijos, solos en el piso se quedarán más libres y sin embargo los podrás controlar bien.
Me pareció una buena idea y realicé el traslado. Mis chicos estaban encantados de que yo pudiera convivir con gente de mi edad y ellos iban de un piso al otro a su antojo. Siempre nos hemos tratado como amigos y me han contado tranquilamente sus andanzas pues saben que en todo momento cuentan con mi comprensión y mi apoyo y lo mismo seguían haciendo.
En la nueva situación mi sobrino y yo estábamos continuamente juntos: escuchábamos música, dábamos grandes paseos, le leía libros que a él le interesaban, todo iba a las mil maravillas hasta que un día mis cuñados dijeron que tenían que marcharse a Alemania por cuestión de trabajo, y mi sobrino no les quiso acompañar. Mis hijos en cambio aceptaron encantados la invitación de acompañarles aunque a mi hija le preocupaba dejarnos solos.
—No hay problemas —le dije— son unos días y comeremos fuera de casa.
Se marcharon un viernes por la mañana, antes de que me fuera al trabajo y luego me fui a trabajar diciéndole a mi sobrino que volvería a buscarle a la hora de comer. A las dos de la tarde regresé y nos fuimos a almorzar y luego volvimos para pasar la tarde en casa como siempre, dando un gran paseo antes. Por la noche cuando subíamos al coche para ir a cenar me dijo:
—Miguel, ¿no sabes de ningún restaurante gay?
Me asombró su pregunta pero como no sabía de ninguno fuimos a un local corriente. Cenamos y charlamos con animación. Al regresar a casa comenté:
—Hijo, muy bien, ya hasta el lunes sin trabajar...
—No me llames hijo — respondió—. No nos une ningún tipo de parentesco.
Me asombró su respuesta y decidí llamarle siempre Karl. Nos despedimos, me fui a mi cuarto y me acosté. Antes de decidir dormirme estuvo leyendo un rato y aún leía cuando oí que llamaba a la puerta y comprendí que tenía que ser Karl.
—Pasa Karl —dije— ¿te ocurre algo?
Abrió la puerta y entró solamente desnudo. Solo llevaba puestas las zapatillas.
—Vas a coger frío.
—No te preocupes. Es que tengo ganas de hablar un rato contigo y siempre duermo sin pijama.
—Bueno, pues si quieres que hablemos échate aquí a mi lado y así estás un poco abrigado.
—Gracias —dijo.
Se metió en mi cama. Como era de matrimonio había sitio de sobra para los dos. Entonces se decidió a confiarme que era homosexual y, sin más rodeos, me dijo que se había enamorado de mí. Su confesión me turbó durante unos segundos sin saber que contestarle y al fin reaccioné y le dije:
—Pero hombre, estás ofuscado, ¿no ves que soy de la edad de tu padre o quizás algo mayor?
Me pareció una respuesta adecuada que no podía ofenderle. La verdad es que en el fondo me sentía halagado. Me fijé en Karl. Era un muchacho rubio, alto y bien parecido. Era guapo a pesar de tener los ojos apagados. Después de mi respuesta suspiró profundamente y dijo:
—¡Oh que alivio que sólo te preocupe la edad! Es algo que no tiene la menor importancia.
Entonces le besé en la frente sin añadir palabra. Karl aprovechó el momento para abrazarme y me encontré con sus labios en lugar de su frente. Fue un beso que se inició dulcemente pero él lo transformó en un beso apasionado. Noté que quería introducir su lengua en busca de la mía, abrí ligeramente la boca e intercambiamos lenguas y saliva y advertí que no sólo no me repugnaba sino que me sentía tremendamente atraído por él.
Noté que mi miembro reaccionaba al notar a través del pijama el suyo completamente erecto, apretado contra mí. Karl se separó de mí y empezó a desabrocharme la chaqueta, me quitó los pantalones y nos quedamos desnudos los dos. No apagué la luz ya que disfrutaba viendo aquel cuerpo joven y hermoso que se me entregaba por entero con un frenesí extraordinario que llegó a contagiarme, de modo que enseguida no hubo ninguna zona de nuestro cuerno que no estuviera entregada al otro.
Karl iba diciendo:
—Te quiero, amor, te adoro.
Y me besaba y lamía todo el cuerpo. Cuando llegó a mi miembro empezó a lamer, a chupar y decía:
—Me gustas, quiero tragarme tu polla entera, pero no te corras porque deseo que me la metas por el culo y te corras en mis entrañas.
Entonces le aparté de mí y le tendí boca abajo, le lamí entre las nalgas dejándolas lubricadas y apunté con mi miembro en su ano.
—Karl, mi vida, te la voy a meter toda. Te lo haré despacio para no causarte dolor.
Fui empujando lentamente hasta que quedé completamente pegado a él.
—No te muevas, Miguel — me decía— deja que la sienta dentro de un rato. ¡Oh qué placer! Aprieta fuerte pero no te muevas. ¡Así, así, aprieta más!
Me agarré a su cuerpo y apretaba al mismo tiempo que le masturbaba lentamente descansando cuando me avisaba:
—Para, cariño, que me corro y quiero tenerte más tiempo dentro de mí.
No puedo recordar el tiempo que duró este juego amoroso pero por lo menos estuvimos así una hora hasta que no pude resistir más y grité:
—Karl, mi vida, no puedo aguantar más. Me corro dentro de ti. ¡Toma mi cielo, toma!
—¡Oh qué placer Miguel! Siento tu leche que me llena.
Cuando hube terminado no se qué instinto me movió pero saqué mi miembro, cogí el suyo y empecé a chupar hasta que me llenó la boca de semen. Al terminar estábamos tan a gusto que nos quedamos profundamente dormidos los dos abrazados.
A la mañana siguiente me desperté, Karl seguía dormido con las manos en mi pecho absolutamente abandonado sobre mí. Al mirarle, me di cuenta de que me había enamorado locamente de él.
Se despertó, me besó en los labios y me preguntó:
—¿Me quieres y me deseas de verdad o sólo te ha movido el que te doy lástima? Prefiero que me digas la verdad. Quiero saber que sientes por mí.
Le besé tiernamente y le dije:
—Te quiero mucho, te deseo y no sabría vivir sin ti.
Pasamos unos días de plena felicidad. Karl dormía conmigo cada noche. Llegó el momento en que regresaron mis cuñados y mis hijos de Alemania y pensé en lo difícil de la situación, pero Karl le dijo a su padre durante el almuerzo y en presencia de su mujer:
—Papá, ahora voy a dormir con Miguel en su cuarto, como estos días, porque la cama es muy ancha y estamos bien los dos ahí.
—Me parece estupendo — respondió él sin darle importancia.
Seguimos así. Nunca hemos hablado a nadie de la clase de unión que hay entre nosotros pero estamos seguros de que tanto mis cuñados como mis hijos se han dado cuenta y lo aceptan. Nos hablan siempre como a una pareja constituida. Mis cuñados cuando salen dicen:
—¿Por qué no venís? Estaremos los cuatro juntos y lo pasaremos mejor.
Mis hijos son muy amigos de Karl. Salen con él, le llenan de atenciones, hacen partícipe de sus alegrías juveniles. Yo ya no uso pijama para dormir, ni necesito lecturas nocturnas; sólo necesito a Karl y, sigo considerando que mi vida es totalmente NORMAL.
Miguel - Barcelona
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