La fascinación de los pañuelos

Mis relaciones con los hombres son normalmente insatisfactorias. Nunca he conseguido una media de orgasmos razonable o medianamente compensatoria del esfuerzo que tengo que realizar, sobre todo teniendo en cuenta los pobres resultados que se suelen originar de estos contactos aislados y ocasionales.

Quizá fueran las primeras experiencias, totalmente inadecuadas; con un mocetón más preocupado en demostrarme su virilidad que en follar realmente conmigo. Todo el rato se lo pasaba repitiéndome lo bien que lo hacía, la habilidad que poseía en cada movimiento. Yo tuve que disimular un profundo orgasmo y se marchó muy contento.

Soy una mujer solitaria y, aunque por mi belleza que supera la media normal, me encuentro muy solicitada, no me agrada la compañía de los hombres en exceso. Sin embargo, en la soledad de mi apartamento dejo volar la imaginación, vuelvo a los recuerdos, a las masturbaciones con que comencé mi particular vida sexual.

Vivíamos entonces en un pueblo, aislados totalmente, pues mi padre era un músico importante y estaba componiendo una obra que suponía le daría la fama. Era un hombre alto, con unos bigotes rubios y grandes, una voz ronca pero cariñosa; un tipo de varón que luego, he buscado con insistencia en otros hombres sin poderlo encontrar.

Entonces comenzó todo. Aquellos pañuelos grandes, perfumados y blancos que asomaban por el bolsillo superior de la chaqueta. Yo los robaba después de la cena y corría con ellos, escondiéndolos en cualquier parte. Una noche, acostada, oliendo el suave perfume que despedía la seda, pensé en algo que me venía obsesionando desde hacía unos días.

Pasé el pañuelo sobre mi piel, hasta llegar al pubis. Allí lo introduje entre los labios del coño, que se encontraban mojados. Después, comencé un movimiento rítmico; mientras, cerraba las piernas sobre mi tesoro particular. Inmediatamente, sentí unas punzadas placenteras, como si me hundiera en un gran vacío, y me dormí pensando en que jamás conocería a otro hombre que supiera calmar mis ansias.

Aquellos tiempos quedan lejos. Los pañuelos son sólo un recuerdo maravilloso, asociados al comienzo de mis sentimientos sexuales, que quedaron grabados, por la novedad, con más fuerza que cualquier sensación posterior. Los hombres han resultado un total fracaso en mi vida. Quizá haya sido por mi belleza. Las mujeres de mi clase sólo provocamos una excitación sexual y raramente un sentimiento amoroso.

Sentirme atravesada, jadeando junto a un hombre que me es extraño resulta la situación normal y peligrosa que yo padezco. Lo único que me importa es conseguir su pañuelo. Una operación ciertamente difícil.

Al principio, los compraba en la tienda. Un poco de colonia masculina bastaba para conseguir el efecto deseado. Pero, con el tiempo, ya no me fue suficiente con colocarlos entre mis labios para sentir placer... Tenía que coger el pañuelo de los extremos, empleando mis dedos, y pasarlo suavemente, al principio; luego, con más fuerza. Siempre por la abertura y rozando el clítoris. Era una operación complicada, que me dejaba totalmente extenuada. Pero resultaba la única que me producía un verdadero placer. A veces me lo introducía en el coño, y lo mantenía dentro, aprisionándolo.

Por lo general, tenían que ser de seda o de alguna tela de fino hilo, para que yo me sintiera verdaderamente atraída por su posesión.

La forma de conseguirlos es de lo más variada. La mayoría de las veces los robo de las casas de los chicos con los que salgo; otras, bromeando, me quedo con el que llevan en la chaqueta la noche que salen conmigo... ¡Cómo lamento que se haya perdido la costumbre de colocarlos en el bolsillo superior izquierdo, pues me resultaba muy sencillo «birlárselos» sin que se dieran cuenta! En la actualidad, acostumbro a hacerlo en las bodas y en las fiestas, ya que son muchos los hombres que consideran que el pañuelo así colocado significa una muestra de elegancia.

Mi posición dentro de una editorial importante, me permite mantener una serie de relaciones de lo más distintas, aunque dentro de lo que yo llamo «hombres con pañuelos de seda». Son esos ejecutivos limpios y perfumados, con los que no resulta desagradable follar. Se reduce todo a un acto higiénico y saludable. En ocasiones, casi la mayoría, me he acostado con uno de estos ejemplares masculinos para conseguir que sus pañuelos pasen a mi poder.

Cada vez me encuentro más reducida. Sé que me domina un vicio que provocaría amplios comentarios. Soy una mujer de mundo y comprendo lo que eso supondría. Pero, solitaria en mi apartamento, con las luces en su tono más tenue, la música como fondo, y después de una buena ducha, es imposible resistir la tentación...

Sentada a lo largo del sofá, voy acariciando mi piel con un perfumado pañuelo. Los ojos cerrados, sé que pronto se encontrará entre mis piernas. Es un procedimiento que yo considero normal ya que, por extrañas razones, es el único que me proporciona una verdadera satisfacción. Los otros resultan pasatiempos comparados con la emoción que me embarga en estos momentos tan sublimes.

En mis habitaciones dispongo de toda una colección de perfumes masculinos; esas esencias que se pueden conseguir en los pub’s o en las discotecas. Con ellas impregno los pañuelos, los baño prácticamente y los huelo. Sin embargo, han de estar totalmente secos para que yo les dé un uso erótico. Para que los lleve hasta mi coño completamente abierto, con un clítoris que cada vez se me hace más delicado y exigente. Igual que un sibarita de la caricia masturbatoria.

Sé que ésto se llama fetichismo, porque empleo un símbolo varonil como sustituto de ese hombre que todavía no he encontrado. Quizá, cuando lo halle, ya sea lo suficientemente tarde. Mis ensoñaciones conforman a un macho que debe existir en alguna parte. Esta es mi ilusión, aunque un tanto contradictoria...

Acabo de masturbarme con un pañuelo de mi jefe. Es un rubio catalán, que ha entrado en nuestro mundo profesional hace dos meses. Por unos momentos, he sentido que sus dedos alcanzaban mi coño, lo acariciaban y tiraban del clítoris igual que si pretendieran abonarlo... ¡Qué corrida más extraordinaria he conseguido!

Sé que le gusto un poco a mi jefe. Quizá me insinué lo suficiente, pues es de los que llevan pañuelo en la chaqueta... ¡Cómo me gustaría que me follase! Ya os contaré si lo consigo...

BEATRIZ - MADRID

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