Primero Amantes; luego clientes...
—¿Qué has dicho, Maite, querida? — pregunté con una voz que parecía venir de lejos, como si estuviera soñando algo muy dulce.
—Te he preguntado en qué estás pensando...
—¡En lo fantástica que eres como mujer! Todavía no me creo que haya tenido la fortuna de conocerte, y todo lo demás...
—¿De haberme follado..?
—¡Sí. eso mismo!
—Es hermoso oírtelo decir. Una señora como yo no siempre tiene la suerte de oír tales cumplidos. Se me suben a la cabeza...
—¡Tú, en cambio, me bajas a la cabeza... de mi polla! —repliqué con nuevas ganas de cachondeo.
—Sí, me parece que esa «cabecita» vuelve a asomar otra vez... —dijo, y me la envolvió con sus finos dedos.
—Deja tu mano ahí mismo, y verás cómo crece... —le sugerí.
Nos echamos a reír, y, empujándola levemente, empecé a besarla, y ella a darme su lengua experta y sabrosa, mientras nuestras diestras iniciaban el juego de las caricias. Ella me pasaba sus pulidas uñas por el escroto; de pronto, le dio unos pequeños apretones a mis cojones... Y yo metí mis manos y mis brazos por sus hermosas tetas, apretándolas; luego, bajé por la espalda, y me puse a hurgar en el valle de las dos entradas: la del coño y la del culo.
—¡Oh, mi amor! ¡Tu polla está creciendo de un modo increíble...! Por favor, fóllame como lo hiciste el primer día, ¿quieres?
—No puedo...
—¿Cómo...? ¿No te sientes bien...?
—No puedo hacerlo como la primera vez, porque eso ya sucedió. Ahora resultará totalmente distinto.
Entonces la cogí en mis brazos, la hice colocarse de frente en la cama, y la invité a ponerse de rodillas, bajando la cabeza hasta el colchón para que le quedara libre toda la entrada posterior.
—¡Empieza, guapo...!
—¡Ahí voy!
Y le clavé la polla a la primera embestida. Así que sus rodillas dejaron de temblar, y todo su cuerpo se deslizó sobre el colchón. Y como la mantenía cogida por las caderas, pude subirla hasta mis propios muslos, sin dejar de sodomizarla.
Su culo era tan estrecho que me dolió al abrirme camino... Ella gritó como una loca. Pero, lentamente, las gotas de semen que salían por mi glande fueron lubricando el camino, y el dolor pasó a segundo plano; entonces la necesidad del orgasmo se posesionó de ella, y empezó a mover sus caderas, acompasadamente, siguiendo mi ritmo. Todo su interior se estremeció de placer, y yo, para acentuarlo, le metí un dedo en el coño, dándole suaves masajes.
Fue algo sensacional, a pesar de que para ella era la primera vez; quedó muy dolorida, aunque tuvo fuerzas para decirme que le parecía un placer distinto. Y también me dedicó una mamada formidable; al poco rato, le metí el instrumento por delante, follándola. Y también resultó una inolvidable experiencia. Por último, me firmó un seguro de vida.
En efecto, soy inspector de una «famosa compañía de seguros, y dispongo de un método muy especial para cerrar el trato con las mujeres hermosas...
Me viene a la memoria África Ramírez —como entenderéis, los nombres son ficticios—. A esta la convencí en la montaña. Nada más aparcar, cogí una manta y le indiqué que me acompañara. Ella pareció no encontrarse a gusto en un sitio tan lleno de piedras. Pero no tardó en dar con un lugar nivelado y con buena vista.
Allí tendí nuestra «cama», a la vez que penetraba en la nariz su perfume francés y el aroma de su cuerpo, lo que me calentó tanto que estuve a punto de correrme con los pantalones puestos. Le di un beso de los míos —apretándole y con la lengua tatuando placeres en su paladar— y, al poco rato, me clavó sus dedos en la espalda, lo que me produjo una erección de las buenas...
Y no dudé en pegarme a su cuerpo, para que sintiera mi bulto junto a la entrada en su coño. A la vez jugué con sus pezones, pasando mi mano sobre la blusa; los sentí ponerse erectos... En fin, me serví de todos los recursos para encenderla al máximo. Luego, me dispuse a desabotonarle la blusa. Pero ella me lo impidió, quizá porque consideraba que yo lo haría más despacio... Mientras se desnudaba pude admirar sus blancos muslos y su negro coño. Y cuando ella se tendió en la manta, exclamó algo sorprendente:
—¡Miguel, si no puedes follarme bien, es mejor que no lo hagas!
—Ya verás como te doy placer —exclamé con decisión.
Ya había dispuesto mi técnica de follada. Metí la diestra por sus entrepiernas, y me fui abriendo camino por su entrada: todo el coño, los grandes y pequeños labios y el clítoris estaban húmedos con su propia secreción. Y le regalé con el recorrido que tan acertado había sido con las otras; pero ésta parecía desesperada, y, aunque me acariciaba con ternura, no cesaba de pedirme que se la metiera...
Le di una mamada de padre y muy señor mío, hasta que mi lengua tropezó con su clítoris tan erecto como una polla diminuta; y me las apañé para que el jugo corriera hasta el fondo, y le lubricara el ano; y por éste le metí el pulgar, dándole suaves masajes... Se volvió como loca.
Por fin le penetré con la polla: sólo lo hice con el glande; empecé a moverme suavemente, sin dejar que entrara algo más. Entonces, arrastrando su trasero contra la manta, ella se abrió de piernas, las levantó y, apretándose contra mí hasta que sintió que, en el fondo de su cuerpo lleno de mi polla, estallaban los mágicos círculos del placer; se quedó a la espera del orgasmo.. Yo le dejé gozar, moviéndome con lento ritmo, avanzando la polla con suavidad para dar, luego, veloces retiradas...
Ella movía sus caderas ferozmente. Y de nuevo le vino el orgasmo... Mientras tanto, mi dedo en su trasero ya estaba en lo más hondo, y lo hice girar para que toda ella sintiera esa penetración. Noté que le venía un segundo clímax, y solté las «amarras», con el fin de que navegásemos juntos... ¡Qué mujer! Me besó las manos y todo el cuerpo, para acabar entreteniéndose con la lengua sobre mi glande. Esto me proporcionó otro calentón enorme, y me fui en busca de lo mío apenas sentí que ella se «ahogaba» con su tercer orgasmo...
Y, horas después, firmaba un nuevo seguro de vida. Esta es mi técnica, y me sirve para conseguir unas amantes que a su vez me traen a otros clientes —siempre machos por aquello de los celos—. Y, por el momento, sólo me preocupa si alguna vez se me seca el depósito del esperma...
Abel - Madrid
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