Soy una buscona
Me detuve ante aquella boutique de modelos juveniles, que llevaba una pareja de color. Estaba cerca de casa y quería ver algo, pues necesitaba cambiar mi vestuario para una fiesta que pensaba celebrar el fin de semana. Johnny estaba allí. Es un norteamericano que vino a Ibiza con la 6ª Flota y se quedó al licenciarse. En realidad no les conocía mucho a los dos — Johnny y Linda—. Pero habíamos charlado varias veces, y les invité el día que estrené mi piso.
En el transcurso de la conversación, Johnny me preguntó a qué me dedicaba yo, y le dije:
—Soy una buscona. ¡Siempre a la caza de nuevos placeres!
Pareció bastante sorprendido. Más tarde, seguimos hablando y me preguntó si tenía novio. Le repliqué:
—No, no tengo novio. Cuando me falta un macho, me cojo a una hembra. ¡Maravillas de la bisexualidad!
Quizá todo esto a él debería haberle confundido o, por lo menos, desconcertado, pero no fue así. Había una pila de gasa negra sobre la mesa. Alcé un poco la tela con una mano.
—¿Qué es esto?
—Un vestido que me han encargado. Supongo que a ti te quedaría de maravilla —me propuso Johnny.
No dudé en aplicármelo a mi cuerpo; a pesar del suéter y los tejanos azules, me gustó la imagen que provocaba en mi cerebro.
—Colócatelo bien —me apremió el negro.
Dentro del vestidor, en realidad no era un cuarto; tan sólo un rincón de la tienda provisto de una cortina. Me vi rodeada de cajas, rótulos y una enorme cantidad de trapos. Johnny fue apartando cosas para que yo pudiera desnudarme cómodamente. Luego, resultó que el vestido era difícil de poner si no se pedía ayuda. Recurrí a aquel tipo.
Salí a la tienda y me coloqué ante un espejo. Me gustó lo que vi. Se me contemplaba casi entera a través de la gasa negra remolineando en torno a mí, exponiendo mis pezones por arriba y permitiendo que se vieran mis bragas oscuras transparentándose por abajo.
Di unos pasos por el local, haciendo girar la falda. Realmente me gustaba mi propia imagen. Estaba excitándose mi cuerpo con el vestido de gasa negra.
— ¡Oh, Lucía! —exclamó Johnny.
Cerró la puerta y, antes de que yo pudiese hablar o moverme, los dos estábamos en el vestidor. El negro norteamericano se puso a desnudarme. Yo permanecí todavía inmóvil; pero, súbitamente, todo comenzó a hacerse muy vertiginoso. Me hallaba de pie, desnuda, en aquel pequeño espacio cerrado, lleno de trastos. A través de la leve cortina azul claro podía ver rodar el tráfico borrosamente, personas por la calle. Sabía que, en muy pocos segundos, todo lo de fuera sería muy remoto.
Frente a mí se hallaba el cuerpo casi desnudo de un hermoso negro. Su polla estaba erecta y era grande y ancha, y me arrodillé para cogerla en mi boca. Fue creciendo entre mis labios, y comencé a sofocarme intentando absorberla todo lo máximo posible.
Súbitamente fui atraída hacia arriba, levantada y colocada sobre aquella polla. Estábamos los dos de pie y, después, me vi sentada en aquel falo negro, cabalgando arriba y abajo con mis piernas enlazadas en torno a una cintura sin grasas y musculada.
Pronto me resultó bastante difícil mantener aquella posición. Me fui inclinando hacia el suelo, pues no podía permanecer recta. Seguí resbalando. Me recliné contra la pared. Y él se acuclilló en el piso, frente a mí, y empezó a emplear frenéticamente su lengua.
La cortina de tela azul se agitaba hacia atrás y hacia delante, moviéndose en todas las direcciones al chocar nuestros cuerpos contra ella. Me giré arrodillando e, inclinándome un poco hacia delante, alargué la mano tras de mí para así poder guiar aquella polla dentro de mi coño.
El negro se incorporó detrás mía y me penetró al estilo perruno. Mis rodillas, débiles desde el principio de todo el episodio, empezaron a bajar en busca del suelo. Necesitadas de un apoyo sólido.
Hacía muchísimo tiempo que no había sentido una verga como la que me desfondaba, entrando y saliendo en vaivén dentro de mí con tal dureza y potencia.
Grité varias veces, sin preocuparme siquiera en pensar que podía ser oída. Sin saber realmente lo que hacía llevé mi diestra hasta la verga, la saqué de mi coño y la estuve sobeteando. A los pocos minutos el capullo se encontraba a punto de reventar. Entonces, lo volví a recoger con mi boca. ¡Vaya golosina! Procuré hacer gala de todas mis habilidades.
Y el nivel de deseo de Johnny se situó en pleno apogeo, porque mi contacto apasionado y expertísimo, unido a la acción de mi lengua, le condujeron al borde de la corrida.
Me metí el glande entre las tetas, lo pajeé a conciencia y, al instante, reanudé la mamada, como una tragona enamorada de aquel vástago. Y ya no me detuve hasta absorber parte del semen. Pero los últimos borbotones los hice caer directamente en mi rostro; luego, me mojé con ellos las palmas de las manos, para frotármelas con energía.
Sin embargo, él no tardó en recuperarse, y se enceló con mis pezones. Eran suaves y olían a semen. Al contacto de sus labios adquirieron una gran dureza; a la vez, sus manos me trabajaban la parte baja. Por este motivo, entreabrí las piernas, para permitirle una perfecta colocación; más tarde, las apretó para dar fuertes restregones contra mí. Yo tenía el coño totalmente encharcado.
Aquel hirviente juego de caricias se prolongó varios minutos. Como Johnny se sentía relajado y su polla se encontraba de nuevo tiesa, y a pleno deseo, sirviéndose únicamente del glande, me frotó la entrada, cargando toda su intensidad en la zona del clítoris. Y aquello le dio buen resultado, pues me hizo aullar de placer. Porque mi chichi estaba repleto de jugos. Acto seguido, asomó la cabeza de su picha en la entrada de mi coño.
—¡Métemela, Johnny...! ¡No puedo más...! ¡Métemela...!
Entonces, él me dio gusto, sentándome encima de sus piernas y proporcionándome una entrada a fondo. Solté un quejido de placer y mis glúteos presionaron todavía más sobre los muslos negros; mientras, le acompañaba en las acciones de bombeo.
El norteamericano se sintió feliz, porque sabía que le estaba haciendo gozar de un modo extraordinario, permitiéndome recorrer un caudal de posibilidades y de realizaciones que yo hacía tiempo que no obtenía. Y es que me estaba moviendo loquita de deseo.
Conquisté un orgasmo fenomenal: mi cuerpo se curvó hacia el hombre de color con una fuerza inmensa, como si quisiera fundirme en él. Esto consiguió que las penetraciones se hicieran más lentas, cargando hasta el fondo con el propósito de que las cachas de mi culo se encajaran en sus ingles. Todo mi pelo púbico se hallaba mojado de caldos, y sentí que el escroto y mi chocho también goteaban.
Busqué mi ración de verga. Y me encontré en las laderas este y oeste; al mismo tiempo, mis manos jugueteaban en las bases de los voluminosos cojones. Lo cierto es que me sentía como una alfarera que estuviera modelando un monolito de arcilla. Algo fuera de serie. Y mi obra estaba resultando genial, soberbia; especialmente cuando, después de agitarse hacia un lado y otro, reprodujo la fuente del lechero: una catarata de denso y blanquecino esperma, que no consiguió tomar demasiada altura, debido a que una hábil lengua, la mía, la estaba canalizando ávidamente hasta mi sedienta garganta.
Y en el probador sólo se escuchó el ruidito de mi boca al tragar, y los sordos gemidos de Johnny. ¿Puede componerse una mejor melodía?
Después de unos minutos de tregua, él se fue restableciendo para cumplir el papel de una mamoncillo. Chupó mis pezones con sus labios gordísimos, para obligarme a que me retorciese, convertida en una estatua fuente colgante, que no dejaba de manar flujos por mérito de unos labios succionadores y de una lengua que, de vez en cuando, saltaba de una teta a otra, sin contar con el brazo apretado y dominador al que yo estaba sometida.
—¡Ya no puedo más...! ¡Por favor, ayúdame a bajar de este paraíso...! —supliqué, sumida en un frenesí de excitación, hirviente por el trabajo de aquel negro norteamericano—. ¡Pero no dejes de chuparme y de magrearme...!
En aquel momento, él me cogió por las caderas, se acopló a conciencia bajo mis glúteos, bien apoyado y con las extremidades ejerciendo tanta presión en el suelo como un levantador de pesas antes de batir una plusmarca mundial... ¡Y su espada de carne cruda, pero abrasadora, buscó mis rugientes úteros!
No obstante, y dada mi habilidad para las contorsiones, busqué una conquista más complicada, pero no menos eficaz: sin dejar de tener la verga bien metida en el fondo de mi alojamiento vaginal, que se comprimía y se expandía de una forma prodigiosa. Adelantó él su cuerpo y se fue a por mis erectos pezones. Y yo, asaetada por arriba y por abajo, me creí morir:
—¡Madrecita mía...! ¿Cómo puedo ser tan calentona... y buscadora de pichas valientes...? ¡Estás consiguiendo que me sienta como un tarro de miel... Mmmm... Cómo me rebañas hasta la última gota... ¡Me lo vacías... para llenármelo de caldos...!
Realmente Johnny me estaba «matando», porque no existía ningún tipo de miramientos por su parte. Ambos buscábamos el máximo placer —el nuestro y el del otro— con la voracidad de unos hambrientos que temen perder su bocado. Y dado que estábamos consiguiendo los resultados más contundentes, era lógico que sintiéramos que nuestra escalada iba en busca de logros infinitos.
El final llegó con una mamada prodigiosa, larga y terrible que yo le apliqué en la polla. Lamiendo, chupando y mordisqueando, desde los cojones hasta la cima del capullo. Pero cuando se iba a producir el disparo de la cuarta andanada de leche, presioné en la base del asta, y detuve el fluido... Esto lo hice unas cuatro veces; luego, al dar vía libre a la corrida, pareció como si me hubiera reventado una presa ante los ojos...
¡Y me bebí toda la tromba, sin desperdiciar ni una sola gota!. Cuando todo finalizó, traté de erguirme y no pude. Mi cuerpo estaba increíblemente débil por todas partes. Johnny me sostuvo, mientras yo conseguía recuperar el equilibrio. Se vistió, me dedicó una mueca sonriente y desapareció al otro lado de las cortinas.
Pocos instantes después, yo también estaba vestida —fuera de la cortina, fuera de la puerta, calle abajo—, caminando hacia mi casa. Preguntándome cómo era posible que no se me hubiera ocurrido buscar a Johnny mucho antes... ¡Esta vez la búsqueda había dado un resultado bárbaro!
LUCÍA - IBIZA
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