Un Aroma realmente excitante

Me había inscrito en unas clases de gimnasia rítmica y, como estábamos charlando al terminar, no nos habíamos dado cuenta de la hora que era. Cuando el portero llamó en la puerta diciendo que iba a apagar las luces, advertimos que eran las nueve de la noche.

Ya no había agua caliente, y no teníamos ganas de ducharnos con agua helada, así que lo dejamos. Por el camino de vuelta a casa se hacía el efecto de que todo el mundo debía notar mi hedor a sudor, aunque realmente no era así. Justo aquella noche me encontré con Pablo, un chico maravilloso, con fama de muy ardiente entre mis amigas. Maldije mi «aroma» a sudor cuanto se detuvo a saludarme.

Le dije que tenía mucha prisa, porque estaba sin cenar y me moría de hambre.

—Yo tampoco he cenado — contestó él— ¿Por qué no vamos a tomar algo juntos?

Pero, ¿qué iba a hacer? Yo no podía perder una ocasión tan favorable como aquella...

—Sería mejor que pasáramos antes por mi casa. Tengo ganas de ducharme... ¡Si voy toda sudada!

—¿Qué dices? Por un poco de sudor no se muere nadie.

Tenía razón. Además, si a él no le molestaba, ¿por qué tenía yo que comerme el coco con ese problemilla?

Fuimos a un restaurante, y devoré literalmente todo lo que era comestible. Apetito no me faltaba y ganas de hablar tampoco.

Hacia medianoche volvimos a casa, y le invité a beber algo. Así que subimos juntos. Al cabo de un rato ya estábamos abrazados y, en seguida, me quitó las bragas; pero, en lugar de tirarlas por el aire, se las pasó por la nariz.

—¡Magnífico! —exclamó muy satisfecho— ¡Tienes un aroma muy intenso, sublime, de mujer...!

Le miré un poco asombrada. No había podido lavarme; pero si él estaba contento...

Fue así como me lo encontré con su cabeza bajo la falda; mientras, a mí me agobiaba el olor tan fuerte; sin embargo, él me aseguró que aquello le entusiasmaba. Me empecé a excitar a fuerza de oírle decir tantas cosas agradables; y, al cabo de un rato, me penetró.

Demostró ser un semental insaciable. Empezó a bombearme con mucha fuerza, como si tuviera algún fuego por dentro que le quemase. Me sentí en el séptimo cielo. Aquello no era una verga sino un perforador. Toda una furia de la naturaleza que se desencadenaba en mis vísceras.

Gocé como una loca y él conmigo. Además, constantemente me metía la nariz en los pliegues de las axilas, en la raíz de los cabellos, en el culito... ¡Y no cesaba de chuparme el conejo!

Hasta esa zona «prohibida» llegaron sus labios, para traspasar la jungla de espesa vellosidad y tomar contacto con la encharcada abertura de mi chumino.

Yo había obtenido mi primer orgasmo en el mismo momento que Pablo empezó a trabajarme... Continuó titilando mi clítoris, y me pasó el brazo izquierdo por la espalda para dominarme. Sobre todo se apoderó de una de mis tetas, que había empezado a lamer y a mamar. Poco más tarde, actuó como si le faltaran manos con las que sobar y poseer...

—¡Cuánto has tardado en dar este paso...! —musité, en el instante que sus dedos corazón e índice de la mano derecha presionaban sobre el portón de mi chochete.

Poco más tarde, me agarré a la polla como si en ello me fuese la vida. Se la besé y lamí, de arriba a abajo y con pasadas nerviosas y algo precipitadas. Pablo se encontraba de pie y pudo contemplar mis ingles protegidas por una pelambrera impresionante, tras la cual bullía un chochete que emanaba un aroma penetrante. No se resistió.

Me empujó, de nuevo, para dejarme boca arriba y me la hincó en el centro del paraíso... ¡No, allí le ofrecí una ostra gigante, pues se la atrapé con mis valvas! Encima mis piernas actuaron como dos tentáculos, al rodear su cintura y presionar en su espalda con los talones.

¡Cómo disfruté de aquella posesión inconmensurable! Sus cojones se portaron, sin tener en cuenta la desesperación que nos dominaba. Y esta ventaja le permitió comprender la importancia de saber controlar la eyaculación.

Una corrida rápida hubiera significado acabar con un primer fracaso. Prosiguió con los cipotazos, en el corazón de una ostra provista de unas perlas líquidas y carnosas, que le rozaban y presionaban el glande igual que si yo pretendiera estrujárselo. Respiró hondo y sujetó mis rodillas, para disponer de unas palancas impulsoras.

Así sus acciones de «mete y saca» adquirieron una mayor profundidad y superior poder de arrastre. Yo le acompañé en todo el momento, utilizando los músculos de la pelvis y del chochete...

—¡Así, así... Eres un taladro que perfora en mí, para brindarme la vida más gozosa... Aaaahhh... Cómo te noto... Tan dentro...! ¡¡Repítelo... Qué vacío se me produce en el chocho cuando das marcha atrás... Luego, me estalla la felicidad... al comprobar que eres capaz de salirte del todo... Me viene, me viene...!! ¡¡Mmmm...!!

Nadie le había hablado así, con tanta naturalidad. Las chicas con las que había follado eran de las que se tragaban las palabras y preferían gemir o jadear, cuando no quedarse con los ojos saltones y dejarse ir a la «corrida», como quien descubre que saltar desde el trampolín más alto supone una diversión si se consigue vencer el vértigo y se logra una buena zambullida...

¡Algo que su polla estaba consiguiendo en el centro de mi ostra perlífera y aromática, cuyos jugos pringosos ya rebosaban por la conjunción inferior a mis grandes labios y le estaban humedeciendo los cojones!

—He venido dispuesto a «violarte» enloquecido por tu olor, ¡y me he ido a encontrar con que tú lo deseabas tanto o más que yo, Laura! ¿Acaso será ésta nuestra primera y última vez?

—¡No! ¡Lo repetiremos siempre que tú lo desees...!

Seguimos durante toda la noche; y cuando me pidió por favor que no me lavara después de haber follado una tercera vez sino que le esperara así hasta que él volviera por la noche, lo acepté. Un hombre tan ardiente no es fácil de encontrar.

LAURA - ZARAGOZA


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