Siempre es mejor lo del macho
Eva y yo tenemos dos coñitos espectaculares, porque somos unas verdaderas máquinas de follar. Nos consideramos bisexuales, ya que tan pronto vamos con hombres o con mujeres. Sobre todo nos encontramos muy a gusto las dos juntas y, en cuanto tenemos un tiempo libre, nos reunimos. Ya sea en casa de ella o en la mía. Gozamos realizando unos números realmente espectaculares.
Somos unas hembras afortunadas. Tenemos todo lo que podemos desear: unos maridos generosos y bien dispuestos con sus vergas. La realidad es que se hallan al tanto de nuestras correrías. Aceptan nuestros «vicios» y nos dejan satisfacerlos, pues saben que estamos habituadas a este tipo de relación sexual. Han visto de qué manera gozamos las dos juntas, acariciándonos y besándonos por todo el cuerpo. Nos sentimos felices con tal unión.
Un día decidimos realizar la totalidad de lo que se puede conseguir carnalmente. Porque estábamos calientes de verdad. Pensamos en llamar a un hombre, para que nos aplacásemos.
Nuestras expansiones las protagonizábamos en un pequeño apartamento, que pagábamos con nuestro dinero. Ya que ambas trabajamos en la misma empresa. No queremos que nadie nos moleste. Aquella tarde llevábamos mucho tiempo juntas, acariciándonos con ternura y decisión. Además, nuestros maridos nos habían estado follando sin cesar durante toda la semana.
El encuentro que esperábamos organizar nos sacaría un poco de la monotonía. Yo también había preparado una cita con uno de mis mejores amantes. Con éste yo había follado más de una noche. No podía apartar de mi mente su polla.
Todo este preámbulo ha de servirme para dejar claro que las dos teníamos necesidad de permanecer solas, de realizar las cosas tranquilamente. Sin la intervención de extraños... No obstante, llegado determinado momento, precisábamos la aparición de una buena polla que nos llenase y nos permitiera corrernos de placer.
Gracias a nuestra experiencia lo habíamos acondicionado todo para recibir al macho. En especial nos cuidamos de colocar un enorme espejo. Nos gusta vernos en el momento que follamos. Es algo difícil de justificar ante unas personas que desconocen el gustirrinín que produce el exhibicionismo. No es lo mismo que internet, un vídeo o el cine. Ver las cosas a toro pasado ofrece una satisfacción muy relativa, bastante distinta a esa de estar contemplando, cuando te apetece, las escenas a lo vivo. Podría poneros el ejemplo de las bailarinas de ballet, que disponen de un gigantesco espejo en toda una pared, y seguramente comprenderéis lo que estoy exponiendo.
El reflejo de nuestros cuerpos en el espejo nos incitó a seguir adelante. Empezamos por unas suaves caricias, que luego fuimos multiplicando a medida que el placer iba creciendo. Y las lenguas se nos soltaron, no sólo para lamer:
—¡Eva, tesoro mío, qué maravilloso es tener tu cuerpo tan cerca del mío! Sobre todo cuando se ha tenido en las manos el cipote de un macho. ¿Te he contado que, en ocasiones, cuando me encuentro en la cama con mi marido necesito pensar en ti para conseguir el orgasmo? En cuanto tu imagen llena mi cerebro, todo me resulta más fácil...
¡Me llegan orgasmos por partida doble o triple! ¡La cosa funciona de maravilla!
Mi amiga tiene un temperamento distinto al mío. Resulta más decidida y no acostumbra a andarse por las ramas cuando se le antoja algo. Desde luego que le apasiona acariciarme, tocarme delicadamente por las zonas más sensibles, volcándose en mis tetas y en mi pubis. Yo le correspondo con unos besos tiernos.
En aquellos momentos, Eva no aceptó mi parsimonia sexual. Parecía tener prisa. Entró en acción y se dedicó a chuparme ardientemente. Mis piernas se abrieron como una flor ansiosa de rocío. En medio de ellas dejé al descubierto la raja rosada y mágica, que a ella tanto le enloquecía. Mi reclamo le resultó irresistible.
Su boca entró en mis ingles, se posó en ellas y volcó la lengua y los labios en mi coño. Los lametones se pasearon por la entrada, buscaron en el interior y terminaron por concentrarse en mi clítoris. Mi orgasmo se fue elaborando de una manera pausada, deliciosa y creciente. Hasta estallar de una forma gozosa.
Entonces montamos un 69. Los ataques de Eva me habían dejado relajada: sin embargo, reaccioné en seguida y conseguí que mis acciones buco genitales la forzaran a retorcerse, a gemir y a escalar el sendero montañoso que lleva al clímax. Jadeó, gritó como una loca y, a los pocos minutos, sus jugos llegaron a mi garganta. De la misma forma que sus muslos se estaban cerrando alrededor de mi cabeza. Pero no tuve necesidad de sujetarlos para evitar una presión molesta.
Las dos continuamos gozando como unas obsesas. Nuestros cuerpos se bañaron en sudor. Nos restregamos y nos deslizamos la una sobre la otra. De pronto, advertimos la presencia de Roberto. Era la alternativa que ambas necesitábamos, a pesar de que en principio yo la quise disfrutar de una forma individualizada.
Y ante el espectáculo que estábamos montando Eva y yo se puso a tono. Ya nos ofreció una polla más dura que una piedra. Se había desnudado con una rapidez inusitada.
Nos sentíamos algo cansadas, por lo que debíamos haber necesitado unos minutos de descanso. Olvidamos la fatiga ante las posibilidades que se nos ofrecían. Y él nos dejó hacer, sabedor de que nunca le habíamos defraudado. Eva se metió en la boca la verga, volteando su lengua alrededor del capullo.
A la vez, yo me quedé mirándoles.
Por poco tiempo, ya que sentí la llegada de aquel cipotazo en mi coño. Lo recibí con un aullido de gozo. Me asaltó el deseo de correrme, de llegar al final. Aquella verga tan espléndida y vigorosa me llevaba a convulsionarme de gozo. Parecía una serpiente, gracias a que la totalidad de los resquicios de mi chumino se hallaban repletos.
Sentí que me llegaba el estallido, y me dejé ir prefiriendo un aullido de entusiasmo. Mientras, Roberto mantenía el tipo, pensando que le esperaba el chocho de Eva. Tenía que cumplir con las dos.
Colocó a mi amiga a cuatro patas y la endiñó por atrás. Un perro lobo no lo hubiese hecho mejor. Y allí estaba el espejo, dejándonos contemplar las bestialidades que protagonizábamos. Ya no éramos unas lesbianas, sino las hembras de aquel macho. Lo nuestro era gozar de una polla.
Todo lo demás significaba un preámbulo, los preparativos para la gran follada. Un premio que nos llegó con el semen de Roberto, que supimos compartir hasta quedar hartitas.
ELVIRA - MALLORCA
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