Furiosos espasmos de placer
Voy a contaros que me pasó con mi peluquera. Yo trabajo de lunes a viernes, y los sábados no son buenos días para ir a la peluquería; por eso siempre elijo los martes, que es cuando mayor tiempo me pueden dedicar.
Desde hace años, me ha gustado que alguien cuide de mis cabellos: me los corte, me los lave y me los ondule: esto es lo que pido todos los martes. Además. Sonia, mi peluquera, es una profesional de mucha categoría, y me hace un trabajo perfecto, tanto que mi corte de pelo y mi modo de peinarme constituye un atractivo en mis conquistas: lo sé porque más de una mujer me lo ha dicho.
Este martes particular al que me refiero. Sonia me dijo que era su último cliente: y, para evitar que alguien llegara a última hora, colocó el cartón de «cerrado». Yo me senté en el sillón mirando por el espejo, comprobé que ella también estaba corriendo la cortina, de tal manera que desde el exterior no se pudiera ver si había alguien en el local.
Al principio, todo marchó muy bien, Sonia es una persona muy simpática, que siempre hace comentarios graciosos mientras trabaja, lo que me agrada mucho. Ese día se mostró más locuaz que de costumbre, y me pareció observar que estaba algo así como nerviosa.
Sin embargo, no traicionando mis hábitos, leí una revista: pero había elegido una de fotografías eróticas. Ella no pudo dejar de comentar que había chicas desnudas que tenían un cuerpo estupendo, y yo estuve de acuerdo.
Por primera vez, me di cuenta de que Sonia poseía un hermoso par de tetas, y mientras me lavaba el cabello, sentí que me las rozaba por la cara. El tacto me permitió saber que no las llevaba protegidas con un sujetador. Aquella dureza y turgencia sólo podían deberse a la misma carne tierna y suave.
Cuando repitió la acción, me di cuenta de que había acertado, porque descubrí las puntas de los pezones clavados al vestido, pero libres de la otra prenda. No había pensado en Sonia como una mujer para follar, aunque la veía tremendamente apetecible.
Ella era una chica que trabajaba para ganarse la vida, y nunca me había parecido adecuado realizar ningún gesto de insinuación en aquel sentido. Pero, lo que me sucedía era que me sentía cachondo con todo lo que había observado y me puse a pensar que a lo mejor, ella tampoco llevaba debajo ninguna otra prenda, como no fuera su delantal blanco. Bueno, esto hizo que se alzara la polla un poco más.
No obstante, faltaba la señal por parte de ella que me animara a tomar alguna iniciativa. Me puse a pensar... ¿Por qué había corrido las cortinas aislándonos de toda visión exterior?
Me vinieron a la cabeza muchas preguntas y todo lo que conseguí fue tener la polla completamente tiesa, luchando en la apretura de mis pantalones. Sonia concluyó su trabajo, y bajé del sillón para ir en busca de mi chaqueta, que había puesto en el perchero, para buscar el dinero y pagarla. No pude creer lo que la escuché decir:
—¿No tienes otra manera de pagarme si no es con dinero?
Me di la vuelta para responderle que no entendía lo que me quería decir. Y me quedé lelo cuando vi que ella se había desabrochado el delantal, y se me mostraba completamente desnuda. Caminó dos o tres pasos en mi busca, y me abrazó dándome un beso muy apasionado.
—Llevo ya muchas semanas esperando alguna señal suya. Me ha parecido que nunca lo haría. Y no puedo más... ¿Es que no te gusto?
—jChiquilla, eres maravillosa! Nunca he intentado nada, por respeto a tu trabajo y a tu persona. ¿Entiendes?
—Entonces, ¿te gusto?
—¡Más de lo que podría decir!
No era el momento para más conversaciones. Nos dedicamos unas cuantas caricias más. Ella trabajó con el sillón para bajar el respaldo y dejarlo casi vertical, como si fuera una cama, y me invitó a que me tumbara; luego, me quitó los pantalones.
Yo mantenía la polla izada como el asta de un toro. Sonia se prendió de mi herramienta... ¡Me mamó que era una delicia! Tenía un modo especial. Nadie me había chupado la polla de aquel modo; mientras tanto, en muy pocos minutos, sentí que me iba a correr.
Entonces, la detuve, y cambiamos de posición. Me la follé al natural, y consiguió unos furiosos espasmos de placer; luego, aprovechando la bondad del sillón, la coloqué a mi modo, porque me gusta lo posterior. ¡Y la penetré por el culo, hasta que gozamos juntos!
Ahora, todos los martes, soy su último cliente, y me voy con el cabello arreglado, y descargado sexualmente: ¡esto si que es un buen trabajo de peluquería!
Ramón - Barcelona
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