Esposa convencida

Eduardo me apoyó en la puerta, me levantó la falda casi hasta el cuello y me bajó las bragas. Sus dedos escarbaron en mi coño. Localizó el clítoris e intentó morder uno de mis pezones.

—¡Vais a realizar la comprobación de la semana que he estado sin follar, cariño! —grité, empezando a ponerme cachonda.

Jorge, un empresario catalán, se aproximó a echar un vistazo a mi zona genital. Entonces, mi esposo abrió los labios mayores, expandió toda la puerta del chumino e invitó a su futuro socio:

—La sequedad de la carne es bastante reveladora. ¿Quieres comprobarlo?

—Parece que Lisa ha estado una semana sin follar. ¿Lo puedes aguantar, querida?

—Todo es cuestión de lo que esté en juego. Además, como mi marido lleva el mismo tiempo dedicado a un tierno culito, que acaba de estrenar, no he tenido problemas a la hora de mantener mi abstinencia —dijo la viciosa, muy seria.

—Puede haber utilizado el trasero —advirtió Jorge, con bastante mala uva— Hay mujeres que cambian la follada por la sodomización, porque ésta les proporciona un placer de similares características. ¿Le echamos un vistazo, Eduardo?

—¡Esa zona de mi cuerpo lleva más de una semana sin ser utilizada! —protesté, a pesar de que me di la vuelta.

Los dos hombres realizaron la comprobación oportuna, hasta que se cercioraron de mi sinceridad. Más tarde, el catalán se sacó su enorme polla —algo que me dejó sin aliento— y la aproximó a mi boca. No tardó en tener lo que deseaba: unos labios, los míos, que mamaron con avidez; unas manos, las mías, que palparon los cojones; y una respiración, la mía, que abrasó la piel de la estaca.

Todo un conjunto de sensaciones a cual más fulminante.

Por su parte, Eduardo se conformó con mantener bajas mis bragas, para seguir en mi ano. Introdujo el dedo índice de la mano izquierda. Realizó una operación que tuvo mucho de ganadero que da el último vistazo a la «res» que está a punto de alquilar. Lentamente la situación volvió a sus principios. El empresario catalán me besó en los hombros y Eduardo me magreó. Había que calentarme, pese a saber que no hacía demasiada falta.

El relevo se produjo, y yo tuve en mi poder una estaca más negra. La lamí con la misma insistencia que la otra. Con la única variante de que ya estábamos rodando por el suelo, unas veces arriba y otras de rodillas o en la horizontal más completa.

En una de las ocasiones en que mi trasero había quedado expuesto, el empresario catalán me la clavó por detrás, a la manera de los perros.

—¡Ya me tienes de nuevo en ti, zorra!

El agresor apretó toda la carne que me estaba invadiendo, y me propinó unos enérgicos restregones. Cubrió mi zona de un tono cárdeno y avivó las titilaciones de mi clítoris. Yo advertí que se me iban acumulando las emociones, hasta que no pude más.

En este punto mamé con más desesperación la picha de mi marido, dejando ver la fuerza de la lujuria que me dominaba. Sin que me importara si ellos se consideraban los amos, ya que era mío el dominio de la situación. Lo demostré al dejar de mamar y expulsar la picha de mi trasero.

—Pero, ¿qué haces, putona? —protestó Jorge, dando idea de que se notaba vacío.

Se reanudaron las acciones, como si acabáramos de cumplir el requisito de un entreacto. Yo me vi dominada por un placer sobrehumano. ¿Cuánto duró? Es imposible responder. Pero me noté enloquecer de gozo, en especial cada vez que Jorge ahondaba en mis dos galerías. Fueron las perforaciones de una herramienta de gran grosor.

—¡Por favor..., no sueltes tu leche todavía...! ¡Sigue con mayor intensidad...!

Dada mi condición de viciosa me vi suplicando por vez primera en mi vida; y, después, llegaron los fuegos artificiales: ¡un inmenso placer estalló en mi bajo vientre!

Todavía continué unos momentos más, porque los hombres necesitaban exprimir hasta las últimas gotas de mi triángulo. Todo había funcionado a la perfección, la felicidad había alcanzado unos niveles tan excesos, que parecimos sentir remordimiento a la hora de «echar el cierre». Cambiamos de posición en infinidad de ocasiones, hasta perder la noción de dónde llegaban los ataques. Por último nos quedamos tendidos, empapados de semen... ¡Seríamos socios toda la vida!

LISA - MADRID


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  1. Raúl dice:

    Somos una pareja joven. Con frecuencia un amigo casado viene insistiendo en hacer intercambio de pareja, cosa que encaja dentro de mi fantasía sexual y me gustaría realizar. He hablado del tema con mi pareja, pero a ella no le entra que yo me acueste con otra, aunque quizás sí al contrario. Un día la imaginé follando con otro y me excité muchísimo, al punto de que esa imagen ocupa el primer lugar de mi erotismo. ¿Creen que el choque de la fantasía a la realidad puede ser muy traumatizante? Pienso que si continúo este deseo lo intentaría. ¿Cómo puedo explicarle a ella mi deseo? ¿Es posible ayudarme?

    1. milRelatos dice:

      El intercambio de parejas constituye una forma de variación en las relaciones sexuales, cuyo interés erótico no se basa solamente en la experiencia con otra persona nueva o distinta de la pareja habitual, sino que también entra en juego el factor estimulante de la voluntariedad con la que se realiza el cambio, lo que suele influir positivamente en la excitación erótica. También puede conducir a una liberación de los sentimientos de posesividad o de exclusividad interpersonal que no responden, generalmente, a los deseos reales de las personas que muchas veces —como a ti mismo te ocurre— van más allá de las experiencias entre esposos o parejas fijas.

      Es evidente que a nivel de la fantasía, o de la imaginación, todo es permitido y fácil de admitir. Los ensueños eróticos son como una válvula de escape de los impulsos no realizables o no realizados. Pero también es evidente que la presión cultural o educativa condiciona en gran manera no sólo la forma de valorar éticamente la conducta sexual, sino también la capacidad individual de poner en práctica ciertas modalidades no habituales de aquélla, entre las que se halla el intercambio de parejas o el amor en grupo, pongo por caso.
      Son imprevisibles las reacciones psíquicas y afectivas así como de respuesta sexual, cuando se decide pasar del campo de la fantasía o de los deseos al de la realidad. Estas reacciones se producen, lógicamente, de forma diferente tanto cualitativa como cuantitativamente en cada individuo. Así, a unos les resulta más difícil decidirse, y obtienen más satisfactorios resultados que otros. Depende de variados factores educacionales, morales, situacionales, etc.
      Te digo esto para responder, en cierto modo, a la pregunta acerca de las posibles consecuencias «traumáticas» para tu pareja. No te extrañe de que la realización de esta práctica sexual haya «pasado al primer plano de tu erotismo», es lógico en cierto modo que los deseos incumplidos nos presionen, aunque advertimos que toda obsesividad es desaconsejable y peligrosa, ya que puede llevarnos a forzar la voluntad de otras personas, en este caso, quizá, la de tu esposa a la cual no tienes derecho a obligar a adoptar un comportamiento que a ella le desagrade.
      En todo caso, siempre queda la opción de convencerla. A menudo los temores hacia estas experiencias son fácilmente superables mediante un diálogo abierto a través del cual se intercambian puntos de vista y se razonan las actitudes. Pero también puede ocurrir que tu esposa se
      reafirme en su negativa, en cuyo caso no queda otro recurso que renunciar a las ilusiones en aras al respeto a la forma de pensar o de sentir de la pareja. No puedo ni deseo «ayudar» exclusivamente a uno, sino a ambos, como pareja. Así pues, la disyuntiva queda claramente planteada; o tu mujer acude voluntariamente a esta experiencia o renuncia tú a realizarla.

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