Gozando en el cuarto de baño

A todos nos ha ocurrido. Nos hallamos con nuestra pareja y un matrimonio amigo, mientras estamos comiendo en un restaurante. Casi simultáneamente, ambas mujeres nos levantamos para ir al cuarto de baño. La que lo hace primero, pregunta a la otra:

—¿Me acompañas?

Y si no hay invitación, yo suelo decir:

—¡Espera, voy contigo!

Supongo que la mayoría de los hombres pensarán algo parecido a esto, nada más que nos ven marchar:

«¿Qué se irán a contar? ¿Acaso van a hablar de mí? ¿Se referirán a lo bueno o lo malo que soy en la cama? ¿Si la tengo grande o pequeña? ¿Acaso que ya tienen nuevos amantes?...»

Resultaría curioso instalar unos servicios de escucha en los lavabos o cuartos de baño —a mí me gusta más esta última definición—, para enterarse de muchos secretos. Pensamos que las cosas han cambiado bastante en nuestra sociedad. Tal vez porque en todas partes se dispone de un retrete, ya sea en las oficinas, en los restaurantes, en las discotecas, en los hoteles, en las cafeterías, en los teatros, en los grandes almacenes, en las gasolineras que cubren las carreteras, etc.

Reciben nombres muy diversos: lavabos, servicios, toilettes, w.c, baños, pis-room, retrete y otros más. Pero cada día es más difícil mantener la intimidad en estos lugares.

Una de las necesidades básicas, aparte de comer y follar, consiste en disponer de la oportunidad de expresarse sobre las cuestiones del placer sexual. Y esta manifestación de unos sentimientos humanos, ya sea en forma de pintadas, escritos o por palabras se encuentra en los retretes de todas las categorías nacionales. Y casi siempre muestran lo que las mujeres pensamos y sentimos sobre los hombres.

En un retrete de la Seguridad Social, en Madrid, yo pude escuchar la siguiente conversación:

—Finalmente, mi jefe me ha llevado este fin de semana a su chalet.

—Hacía tiempo que andaba detrás de ti.

—Sí, algo más de dos meses. La invitación me produjo bastantes nervios; pero, mientras íbamos en el coche, ya sabía que debía hacer. Apenas llegamos al chalet, me fui al dormitorio, me desnudé y me metí en la cama.

—Así, sin mayores preparativos.

—Bueno, ya sabes que él siempre me ha parecido un tío guapísimo. Yo estaba caliente y, con sólo pensar en lo que íbamos a hacer, ya me tenía mojada. Mi jefe se quitó la ropa en el baño y vino en seguida a la cama. ¿Y sabes lo que hizo?

—¡Ni idea!

—¡Me la puso en la mano! ¿Cómo supones que me sentí al tenerla en mi poder?

—Sería algo maravilloso para ti.

—¡En efecto! Era una polla extraordinaria... ¡Jamás he visto otra igual!

—¿Y qué hiciste?

—Bueno, ¿qué podía hacer? Ya estábamos metidos en la cama, ¿verdad?. Intenté que no se notara que me había vuelto loca por tenerla en mi coño; y me dejé follar por una fuerza de la naturaleza. En seguida me vi lanzando gemidos y suspiros... ¡Era como un regalo del cielo!. ¿Entiendes lo que te digo?

—Sí, claro. Dicen que el tamaño no tiene importancia; pero, en realidad, ¡significa la certeza de que vas a recibir todo el placer que mereces!

—Sí es como esa otra tontería de que «todos medimos lo mismo estando uno encima de otro». ¡Este fin de semana salí de dudas! ¡Qué dos días más fabulosos!. Me prometí obligarle a que me invitase todas las las semanas.

—Evidente. Probaste y te gustó.

—Pero, lo más gracioso, cuando me lo puso en la mano, mi jefe compuso una actitud similar al que entrega el Oscar a una artista premiada. Bueno, no sé todavía, cómo he podido salir viva... ¡Si aún noto su leche en mi coño!.

En los retretes suceden más cosas que simples conversaciones, como la anterior. Hay detalles personales que las mujeres jamás admitimos en público; y muy difícilmente nos lo comunicamos entre nosotras; pero es seguro que nunca lo haremos ante los hombres. Estos pensamientos los reservamos para ser escritos en las paredes de los retretes.

Lo que anhelamos, lo que sentimos, nuestras frustaciones, nuestras penas, nuestros llantos silenciosos. Todo eso lo descargamos en los graffitis de las paredes. Mirad lo que apareció escrito en el lavabo en un Instituto de Alcobendas:

«Los hombres quieren follarse a las mujeres y las mujeres queremos follarnos a los hombres. ¿Porqué no hay un acuerdo general en este tema?»

(Respuesta a continuación): «¡Por la estupidez humana. A mí también me gusta follar y que me follen!».

Y en el mismo lugar, alguien había escrito:

«Tengo dieciséis años y deseo masturbarme; pero nadie me ha enseñado cómo...»

(Respuesta a continuación): «¡Métete los dedos entre las piernas y estrújate el coño!. No te muevas, sólo aprieta las piernas hasta que te sientas bien.»

(Escrito más abajo todavía): «Para el Sexo nunca se es demasiado joven, ni demasiado viejo. ¡Viva la paja!»

Otra conversación que una amiga mía escuchó en el cuarto de baño de una gran empresa de importación. La mantuvieron dos secretarias:

—Nos regalamos con una comida espléndida y, luego, nos fuimos a bailar y a beber unas copas. Le dejé que se hiciera el cariñoso conmigo y le respondí con mucho comedimiento. Pero él estaba entusiasmado y quería que esa fuera nuestra noche. Yo me sentía contenta, a pesar de sentirme cansada, y un poco arrepentida de haberle permitido sus caricias.

—Bueno, ¿y qué hiciste?

—Al llegar a casa, quiso pasar. Le dije: «Tomás, vas a entrar y te prepararé el café que me pides; pero tengo que anunciarte algo: «estoy con la regla».

—¿Qué hizo?

—¡Todo!. Esperó a tomarse el café. ¡Después, me echó un polvo tremendo, que remató depositádome su leche en el culo!

—¡Magnífico!

—Yo tuve reparos al principio... ¡Luego comprendí que se podía gozar igual que sin la regla!

—Estoy de acuerdo. Mira, Elisa, un chico con el que estuve saliendo hace años, en un caso parecido al tuyo, cuando le dije que estaba con el «farolillo rojo», me replicó que eso no tenía importancia. Yo, cuando me llega la menstruación, no sé, me siento más caliente y tengo muchas ganas. Lo pasamos sensacional. Y pienso que Elías lo hacía más a gusto cuando yo estaba así.

—Bueno, eso yo no lo sabía. También pensaba que con la regla no es posible follar. Siempre se aprende algo nuevo.

—Mira, todo es igual. Sólo que en vez de tener que calentarte para mojarte, ya estás mojada. Y si te notas caliente con ganas, todo lo que te hace falta es una buena polla.

—Tomás me lo demostró a mí como Elias a ti.

—Me has animado a repetir la prueba. ¡Con lo bueno que es!

—Conforme. He de volver a mi trabajo. ¡Adiós!

- ¡Adios!.

La costumbre de escribir en las paredes no es cosa reciente de nuestra civilización moderna. Tengo entendido que los antiguos romanos reservaban sitios para follar, que rodeaban de muchas medidas higiénicas: en los baños había agua corriente, caliente y fría.

Esto permitía disfrutar de muchos atractivos, incluso existían vendedores de comidas y putas que organizaban su comercio en el interior, en pequeñas salas para follar, que se instalaban allí con el fin de montar rápidos encuentros de alivio sexual para los hombres de fortuna.

Y más allá del tiempo, en las ruinas de la famosa Pompeya, sepultada en el año 79 después de Cristo por las lavas del volcán Vesubio, se han encontrado —escritas en latín— frases como ésta:

«Busquen a María, es lo mejor que he tenido», o «no pueden describirse con palabras un orgasmo con Plinio. Le deseo larga vida para felicidad de otras mujeres».

Los baños eran tanto para los hombres como para las mujeres, sólo que disponían de entradas separadas y habitaciones diferentes para desnudarse. En muchas paredes estaban talladas escenas del orgasmo y de orgías sexuales.

Otro escrito, encontrado en Pompeya, en una sala de baño, dice: «Nos follamos a dos mujeres, mi hermano y yo, no una sino tres veces. Ojalá conservemos nuestra potencia sexual hasta la muerte.»

Han pasado los siglos y los graffitis han seguido siendo un recurso de las sociedades. Odio y amor, sexo y pasión, que experimentaron los que nos precedieron y que nos han dejado una herencia que hacemos nuestra y que continuamos practicando.

Porque el tema más usado, siempre, es el sexo. Dice una pared de restaurante en Madrid:

«Soy morena y me encanta follar con negros. ¡Son lo mejor para clavar!»

(Escrito abajo): «Oye, tienen que meterte primero la cabeza de la polla y lo que viene a continuación. ¡No seas tonta! ¡No hay colores para joder!»

Y otro que decía en el baño de un colegio universitario:

«Si te gusta que te mamen el chichi, llama a Carlos. Es el mejor de todo el colegio.»

(Escrito abajo): «Niña, has dado de comer casi a tantos como un restaurante barato.»

(Más abajo): «En eso de comer chichis, soy un glotón. Me llamo Enrique. Teléfono...»

También se apelan a ilustración con lápices de labios o tintes de pestañas. Por cierto, lo más dibujado son pollas con grandes testículos; algunas chorreando semen. Otra variante:

«Soy Pepi. ¡Chicas, no permitid que ellos lleven nuestras manos a sus cojones. Es un camino que todo mortal conoce. Nunca se ha perdido nadie en tan corto espacio.»

(Escrito abajo): «Por eso dicen: “Más vale pájaro en mano que...!

Como veis estoy muy puesta en la materia de los cuartos de baño. Afición que convertí en un divertimento luego de conocer a Lucas, un compañero de trabajo. Estaba casado y se acostaba con dos o tres chavalas más.

Yo había cogido la manía de escribir en las paredes de los retretes, procurando no utilizar mi letra habitual. Aquella tarde se me ocurrió escribir lo siguiente:

«A todos los hombres en activo, ofrezco coño rabiosamente activo. No me busques si la tienes diminuta, pues yo soy demasiado puta.»

De repente, me vi cazada por atrás. Giré la cabeza y comprobé que era Lucas, el cual me arrastró hasta el interior del retrete.

—¿Qué haces, animal? — protesté—¡Yo no me merezco que me trates así... Además ya nada tienes que ver en mi vida...! ¡Aaaay... Me estás haciendo daño... Suéltame cabronazo!

Grité comprendiendo que él estaba leyendo el graffiti, y sabía que yo lo había escrito. Tiré de su corbata en un inútil deseo de defensa.

La corbata se deshizo sin causar ningún daño a Lucas; mientras éste seguía clavando sus dedos en mi coño gracias a las facilidades que le ofrecía la elasticidad de mi negra braguita. Jadeó de rabia y placer al escupir:

—¡Te haces la estrecha ante todos cuando eres capaz de pintar en las paredes del retrete! ¡Pero no sólo eres una «puta», ya que me he enterado que pides a tus amantes un trato de sometimiento! ¡Pues aquí vas a tener todo lo que te gusta... Y como sé que lo deseas, lo mismo te arranco el clítoris, guarra!. ¡Ahora vas a mamármela así, sentada en el retrete y tragándotela aunque esté sucia y huela a sudor de todo un día de trabajo!. ¡Chúpamela!

Tuve que hacerlo. Con lágrimas en los ojos y llenita de miedo; sin embargo, en mi interior, estaba disfrutando como una perra en celo. Por este motivo empecé a lamer muy despacio.

Con un tirón violento, sin despreocuparse de si yo sufría un daño excesivo, me arrancó la bragas. Se produjo una especie de chasquido y de mi chumino brotaron unas gotitas de humores. Pero él tardó en advertirlo. Entonces...

—¿Estás gozando, cerda.. También esto lo consideras una humillación masoquista?. ¡La verdad es que no te he metido aquí para que tú lo pases bien y yo quede con los cojones vanos!. ¡Te voy a atizar por atrás!.

Me obligó a ponerme de pie, me apoyó en la pared y me enculó.

También saltó a mi coño, disponiendo de mis dos oquedades cómo y todo lo que quiso. Le ofrecí mi elasticidad, sin dejar de resultar presionante y colaboradora de la follada-violación.

Hasta que Lucas alteró nuestras posiciones en aquel estrecho retrete. Para dejarme sentada en la tapadera, con el único propósito de seguir follándome de abajo a arriba. Sin los pantalones y el slip, con todo el paquete genital al aire. Queriendo gozar de la sensación de dominio, con unas emboladas que hicieron crujir las paredes internas y volvieron a desencadenar mis chorros de jugos.

Tampoco despreció el hecho de volver a ponerme de pie, y metérmela desde atrás y con la máxima brutalidad. Humillándome.

Pero yo gozaba. Era lo que llevaba mucho tiempo, y, al fin, lo tenía. He de deciros que no me importaba que Lucas se follara a otras mujeres, ¡las que quisiera!, pues yo gocé de aquel momento con la mayor intensidad. Jamás lo olvidaré... ¡Además, ocurrió en el lugar que más me excito: el retrete!

ANGELINES - MADRID


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