Lo que importa es el placer

Cuando me mandaron a la Residencia Universitaria cambié totalmente de ambiente. Yo estaba acostumbrada a los mimos de casa y sufrí mucho con la separación. Me ayudó a sobreponerme la presencia de una amiga que me aconsejaba y protegía en un ambiente tan extraño. Creo que nos gustamos a la primera mirada, sin que mediaran palabras entre ambas.

Desde entonces fuimos inseparables, compañeras en todos los juegos y en los estudios, pocos por otra parte, que intentábamos. Mi carácter siempre ha sido débil y temeroso, por lo que me refugié detrás de esta fuerte personalidad que lograba atraer sobre mí las simpatías de los demás, pues todas las chicas deseaban ser amigas suyas.

Una noche de tormenta no pude aguantar mi terror en solitario y me trasladé a su cama, que se abrió para acogerme sin ninguna pregunta, como siempre. Su cuerpo era un cálido refugio y, a través de la blusa que llevaba, noté sus carnes prietas, su manera de acariciarme con dulzura, y como sus tetas a mi contacto se tornaban duras y turgentes. Acurrucadas, sentimos algo diferente a lo que antes nos había unido, una necesidad de tocarnos, de besarnos; mientras, el calor nos hacía sudar.

Yo no me había masturbado nunca; pero mi amiga tenía esa experiencia, como lo demostró al conducirme con paciencia y respetando mi inexperiencia. Pronto nuestras manos reposaron entre las piernas, comprobando que las teníamos ardiendo. Un leve movimiento de fricción consiguió poner en acción una serie de mecanismos de placer que hasta aquel momento se habían encontrado ocultos.

Fue un verdadero volcán lo que se despertó en mí. Necesitaba de sus visitas nocturnas más que de los encuentros durante el día. Buscaba su cuerpo, que se ofrecía como una fruta abierta para todas mis exploraciones. Mi amiga jamás me hizo comentario alguno al respecto ni intentó por su parte acercarse a mí; simplemente esperaba que yo me introdujera en su cama o le diera un beso furtivamente cuando nos dirigíamos al parque cercano.

Al llegar el verano la invité a venir a mi casa, lo que aceptó encantada. Desde aquel momento actuamos con una increíble libertad, ya que dormíamos en la misma habitación. Utilizando diversos objetos, llegamos a lograr los más diversos orgasmos. También comenzamos a utilizar nuestras lenguas. Demostrábamos una gran habilidad mientras succionábamos los pezones o actuábamos con un molinillo en torno al ano, antes de concentrarnos en las mejores zonas de nuestros cuerpos. Con ese aroma penetrante que iba aumentando a medida que se excitaba. Y aquel calor que siempre he recordado.

Muchas veces terminaba durmiéndome, acurrucada mi cabeza encima de su mata de pelo, enorme y negra, que tan sólo verla me hacía suspirar de pasión. Mientras, nos estábamos transformando en unas mujercitas, que eran buscadas por los mozos de la vencidad con bastante asiduidad. Demasiado guapas y elegantes para ellos, que se mantenían apartados al mismo tiempo que nosotras les hacíamos poco caso.

Pero tuve que decidirme, ya que ella se negaba a desvirgarme. Yo quería ser penetrada totalmente por los plátanos y otros consoladores que utilizábamos, y no jugar solamente en los bordes como hasta ahora.

Mi amiga tenía un miedo excesivo a producirme daño y yo, por mi parte, no quería tener ninguna relación con uno de aquellos zafios muchachos. Pero cedí, al final, convencida de la necesidad de este trance. Para lo que escogí un muchacho que nos perseguía con asiduidad y que parecía mucho más lanzado que los otros.

No fueron momentos muy satisfactorios cuando lo llevé, con una excusa tonta, al garaje que se encontraba detrás de casa. Allí me insinúe todo lo posible. Casi inmediatamente se lazó sobre mí, haciéndome sentir la presencia de una potente verga que se clavaba en mis muslos, abriéndose paso a través de mi pantalón, y restregándose contra mi tupida mata de pelo, que dejó al descubierto con sus manos al bajar mis bragas. Aquello resultó una sensación diferente, intensa y difícil de entender, teniendo en cuenta mis anteriores relaciones. Pero me agradó igualmente.

El mozo había sacado su polla y la manejaba diestramente con la mano. La pasaba entre los labios para poder así masturbarme al mismo tiempo que lubricaba su glande. Lo introdujo, levantándome a peso directamente el ano. Yo no podía más, y le exigí que me desvirgara. Pero él parecía tomárselo con calma y, mientras mantenía su polla con una erección brutal entre mis labios otra vez, se dedicaba a morder mi cuello, mi boca, mis tetas que se encontraban duras como piedras.

Grité en un orgasmo a través del cual notaba como avanzaba la enorme mole de su verga sin que mi coño opusiera prácticamente resistencia. El pequeño dolor que sentí no tuvo nada que ver con el enorme placer de la presencia de aquella picha, que se movía dentro de mi cuerpo, me elevaba y bajaba en cumbres de placer. No parecía que iba a eyacular sino que aguantaba, agotándome en sucesivos orgasmos y siguiendo un ritmo inagotable de movimientos.

Pero, en un momento determinado, cuando yo ya chillaba sin sentido, él dejó escapar un suspiro y me inundó de semen  totalmente.

Comprendí que se había abierto una nueva etapa en mi vida. No podía dejar a mi amiga, que representaba un tipo de placer dulce y controlado, lleno de todo cariño y la maestría de dos cuerpos que no se reconocen como iguales. Aunque vivo con ella, siempre he tenido la libertad de escoger otros placeres...

Aquella tarde, mantuve la cabeza apoyada en el peludo vientre del muchacho, como si estuviera comprobando las vibraciones del mismo. Lamí y relamí el borde del glande y pasé la punta de la lengua por toda la zona superior, desde la punta del capullo hasta la base de los cojones.

Pude recoger un sabor ácido, vivo e intenso. El propio de unos genitales que llevaban más de doce horas sin pasar por un bidet. Sudores, calenturas, un poco de orín retenido y, especialmente, esos hervores que iban preparando el disparo del esperma... ¡Me olvidé por completo de Natalia, mi amiga, cerré los ojos y me dedique a «tocar la flauta» con la pasión de una virtuosa!

Hasta tal punto llegó mi entusiasmo mamando la picha, que se pudieron escuchar los gorgoteos de mi saliva, y las profundas aspiraciones que realizaba con la nariz, al no poder emplear la boca en ese menester tan vital, y los chasquidos de mi lengua. Todo un espectáculo de lo más tentador.

—¡Chiquilla, cómo te estás poniendo—! exclamó Natalia, arrodillándose a mi lado— ¡Permíteme gustar de este placer, aunque nada más que sea de las sobras que tú dejes! ¡Esto tiene que ser todo un trofeo!

El muchacho se encontró a merced de unas «mamonas» fuera de serie, que le dejamos la verga en posición de lanzamiento: tiesa, vibratil y con un nabo cárdeno y reluciente. Porque, en realidad, le estábamos sacando brillo.

El joven macho tenía la picha completamente apuntando hacia el infinito. Y nuestras lenguas no cesaban de lamerla, absorberla y chuparla; al mismo tiempo, pasábamos los dedos por la abundante pelambrera del bajo vientre y urgábamos en el ombligo. Presionando con dedos de seda que, en los momentos precisos, adquirían una dureza inusitada.

— ¡Vaya «operación» que me está realizando... Tengo el capullo en carne viva, y en los cojones siento la dureza de una leche en ebullición! ¡Voy a correrme... Yo no puedo más...! ¡Dios... Esto es divinooo...!

El esperma salió a borbotones, para caer sobre nuestras ávidas bocas. Porque nos habíamos situado en las posiciones más estratégicas, con el único propósito de no desperdiciar ni una sola gota. Tigresas sedientas que deseábamos gustar de aquello que acabábamos de ordeñar.

Gracias a que nuestras lenguas no daban a basto, restregándose sobre el glande y los rebordes, el muchacho se notó izado a un columpio de gloria. El vértigo de un placer incontrolado le forzó a boquear, a dejar que su cuerpo se le echara hacia delante y perdiese la razón por unos instantes.

— ¡Habéis jugado con vuestras armas... Yo no soy un chavalillo... al que se puede... extraer el esperma con el menor esfuerzo...! ¡Quiero otra oportunidad...!

— ¡Tendrás lo que deseas! —gritó Natalia—. Susana y yo acostumbramos a ser muy agradecidas con las personas que nos favorecen!

Las dos habíamos terminado la mamada. Permitimos que él se retirara, para conseguir la necesaria recuperación y, después, nos desprendimos de las bragas y de algunas otras prendas interiores.

Natalia se echó en el primer lugar que encontró, mostrando un coño embravecido y unas ingles que pedían guerra. Se llevó las dos manos a aquella zona, anunciando que la tenía rugiendo. Y yo la abrecé, acariciándola con mis cabellos y con mis labios. Seguidamente, rocé la boca entreabierta con la mía humedecida, pero sin introducir la lengua. Sólo en un contacto tranquilizador.

— No debes perder la calma, cariño —le aconsejé, empleando un tono muy bajo—. ¿Acaso es que te sientes incapaz de resistir que él vaya a tardar un rato en follarte? Yo podría servirte como sustitución... ¿Qué te parece?

— ¡Le quiero a él! Cuando se me mete en la cabeza que un rabo debe entrarme donde más me gusta, he de conseguirlo de la forma que sea!

La petición de Natalia funcionó en parte. El muchacho se adelantó en busca de aquella hembra rabiosa, clavó una rodilla en el suelo y metió la cabeza en el cuenco vaginal. En seguida los muslos femeninos se cerraron, de la misma forma que los tentáculos de un pulpo que tienen a su alcance la presa más codiciada. Y él aceptó el desafío, controlando la tenaza y dando comienzo, luego, a unos lametones pausados y hondos.

— ¡Más arriba, chiquillo... Ahí, ahí... Qué ya tengo el clítoris bien descubierto y aguardando tu trajín! —suplicó ella, notando que las carnes internas elevaban todos sus niveles de temperaturas y escozores de ansiedad—. ¡Me matas... Cómo lo sabes hacer, tío...! ¡Has sido el mejor descubrimiento en muchos años...! ¿Dónde has aprendido a manejar la boca de esta forma...?

El joven macho no contestó, porque comprendió que era algo inútil. Natalia estaba convirtiendo en palabras su ansiedad. Le servían como válvulas de escape de una libido que se hallaba en las proximidades del orgasmo. Por este motivo, se hizo imprescindible la follada. Y él se alzó con fuerza e introdujo la polla en el chumino, a la vez que yo le ayudaba a desnudarse.

— ¿Cómo has averiguado que era ésto exactamente lo que yo más necesitaba ahora...? — preguntó Natalia, echando la cabeza hacia atrás bajo las embestidas de un cipote que le alcanzaba el útero.

—¡Qué barbaridad... Ya me llegaaa... Estoy soltando algo de líquido... Aaaahh!

— Mi verga te ha servido de sacacorchos, guapa —dijo él, sujetando las piernas femeninas, para abrirlas todo lo que exigían las penetraciones—. Hace tiempo que necesitabas joder con un hombre.

El número que estaba presenciando me convenció mucho más que las palabras de mi compañera. Por este motivo empecé a quitarme las ropas, aunque no tan de prisa como hubiese querido. Las impresionantes entradas y salidas de aquel cipote me tenían sugestionada. Era un fenómeno casi gimnástico, en función de que el muchacho estaba manejando los músculos de las piernas, de la cintura y de los genitales rítmicamente.

Se comprendía que la exhibición del macho desnudo tenía mucho que ver con su deseo de probar que era un follador de primera. Las arremetidas de su cipote resultaban tremendas, arrasadoras. Y no perdieron intensidad en el momento que decidió echarse sobre el sofá boca arriba, al mismo tiempo que me invitaba a que me sentara en su polla.

Lo hice con desesperación, aunque sin prisas. Impedí que la picha entrase rápidamente en mi alojamiento. Me puse algo nerviosa, culeé un poco e intenté llevar mi mano derecha hasta los cojones. Pero fue Natalia quien nos ayudó... ¡A su manera!

— ¡Me estás entrando en el culo... y no me lo habéis engrasado lo suficiente! —protesté, sujetándome los glúteos pero sin llegar a rechazar la verga—. ¡Sois unos canallas... Maldita sea... Qué rico me sabeee...!

— Tú ya no necesitas ningún tipo de engrasamiento, cariño. ¡Lo tienes tan ancho que podrían entrar dos estacas como ésta! —exclamó Natalia, colaborando en el final del proceso de enculamiento.

Pero el muchacho no pareció conformarse con lo conseguido, pues me dio la vuelta y me colocó con el culo en pompa. Me abrió las piernas para disponer del máximo espacio de acción, y comenzó a maniobrar con una precisión en sus embestidas muy similar a la mostrada anteriormente. Con rapidez advertí que el capullo, al igual que un pitón de fuego, se deslizaba en busca de mis esfínteres. No obstante, cuando empezaba a ajustarme a aquel tipo de penetración, me quedé con la boca desencajada...

— ¿Qué haces, guapo...? — grité, rabiosa--. ¿Por qué te sales en lo mejor? ¡Yo a ti te mato... por jugar tan sucio conmigo...!

De nuevo las palabras se me quedaron ahogadas en los mismos labios. Debido a que la polla estaba entrándome en el coño, de abajo y arriba y estando sujeta por la tenaza que formaban unos dedos implacables.

— ¡Esto se avisa, tío...! — seguí aullando, pero ya de satisfacción—. ¡Con actos como éste, puedes hacerme tuya para toda la vida...!

— Ya será menos, cariño — bromeó Natalia, mostrando una cierta envidia—. ¿Por qué no volvéis a colocaros como estabais antes? Así yo podré participar un poco más... ¡Los dos sois unos acaparadores de mierda...!

Fue complacida en su petición, de tal manera que pudo sujetar el cipote para repetir la ayuda en el momento de la penetración. No se produjo ningún tipo de desajuste, y mi coño quedó bien relleno.

Por espacio de unos minutos se estuvo realizando la follada con toda normalidad, dentro del furor sexual que nos concedíamos los tres. Hasta que yo extraje la picha, y comencé a chuparla. Estaba como borracha, y ya era incapaz de aguantar ni un segundo más mi ansiedad enloquecida. Esto no me impidió meter unos dedos en el coño de Natalia.

— ¿Por qué me has hecho eso a mí, chiquilla...? —se quejó Natalia, sin cambiar de posición y alargando el brazo para ayudar en el sobeteo de mis bajos—. ¡Eres una malvada! ¿Es que no podías esperar a que él se corriera?

Yo no contesté, debido a que tenía la boca llena de nabo. No obstante, intensifiqué la manipulación del chumino de mi amiga, pensando que así le ofrecía algún tipo de alivio. Por unos minutos pareció que las aguas habían vuelto a su cauce. Mientras, él seguía gozando.

Hasta tal extremo llegó la voracidad de Natalia, que nosotros le permitimos que siguiera con el juego. Claro que resultaba tan arriesgado que, muy pronto, desencadenó las lógicas consecuencias. Especialmente porque yo acababa de obtener otro orgasmo, ya que se me ocurrió lo siguiente:

— Si tanto lo desea mi amiga, es comprensible que la reciba de la forma más práctica, ¿no te parece, guapo? ¿Te hallas en disposición de metérsela toda, hasta que se la saques por la boca? ¡Te aseguro que ella lo aguantará, especialmente por la ansiedad que siente!

— Para mí será un regalo fabuloso —dijo él—. ¿Cómo la colocamos?

De eso me cuidé yo, bajando del sofá y llevando a Natalia al mismo lugar que yo había ocupado anteriormente. La sujeté por los hombros, vigilando que no se retirara del borde. Naturalmente, recibió toda la ayuda que necesitaba, ya que la afortunada alzó las piernas y esperó la acometida. Sonreía lujuriosamente.

Cuando se produjo la entrada de la picha, acusó un pelín de miedo. Como lo dejó patente al situar el pie derecho en posición defensiva, conteniendo un avance demasiado impulsivo por parte del macho. Pronto se relajó, al comprobar que la situación no le podía ser más favorable. Además, yo le estaba acariciando las tetas, y en las paredes de su chichi se había abierto las canalizaciones de una lubricación muy abundante.

En seguida se demostró que Natalia no era de mi pasta, pues no se conformó con mantener una actitud pasiva. Consiguió que los dos cambiásemos de posición, volviendo a quedar el muchacho boca arriba sobre el sofá para tener a mi amiga encima de la picha; y ella colocó su boca sobre la boca masculina. Ya se había desnudado por completo.

Las actividades de los tres se multiplicaron, lo que nos llevó a un estado de orgullo en aumento. Alimentándonos de la confianza que nos proporcionaba saber que estábamos consiguiendo que nuestras conquistas fueran excepcionales. Lógicamente era para creerse unos folladores de primera.

Mientras, seguíamos buscando el placer con una intensidad envidiable. Sin que ello impidiera que los tres girásemos sobre el sofá, buscando las mejores posiciones de gozada. La polla entraba en su totalidad, tanto en una como en otra, hasta chocar los cojones contra las puertas de nuestros chuminos. Provocándonos unos escalofríos en todos los elementos internos. El útero, la matriz y los ovarios parecían hallarse al rojo vivo. A la vez que los orgasmos ya formaban parte de un caudal denso, de salida intermitente y que nos mantenían a las dos los túneles encharcadísimos.

Porque el «triángulo» presentaba todas las dimensiones de lo que se realiza a conciencia, persiguiendo éstos placeres que únicamente se hallan al alcance de los grandes amantes. Cada una de las acciones tenían muy poco de individuales, debido a que las realizábamos en equipo, sincronizadamente, y en un ajuste perfecto al que habíamos llegado casi en los primeros momentos de nuestro encuentro sexual. Todo un cúmulo de proezas que satisfacieron al muchacho, en especial al comprobar lo fácil que le resultaba contener la eyaculación.

Sin embargo, con un tratamiento de «tercer grado» logramos ordeñarle copiosamente. Y la leche que nos echó, a ambas, supuso la culminación de un encuentro irrepetible...

ELENA - BARCELONA

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