Me probaron antes de la boda

Nos encontrábamos en el mes de julio. Me estaba preparando para casarme y acondicionaba un piso que nos había cedido mi suegro y que necesitaba algunas reparaciones. El, que corría con los gastos, me comunicó que aquella tarde acudiría un amigo suyo electricista para cambiar cables y demás.

Sobre las tres llamaron al timbre. Al abrir la puerta me encontré frente a un hombre moreno, joven, atlético, atractivo de cara y con una mirada tan interesante que solicitaba, sin decirlo, amistad.

Ya dentro del piso y sin preocuparse lo más mínimo de mi presencia, se desnudó totalmente para ponerse como única prenda un pantalón vaquero al que había cortado las piernas y que se le ceñía totalmente.

Sin ánimo alguno por mi parte y por el mero deseo de admirar su cuerpo bien moldeado, no rehuí contemplar su torso de atleta griego, sus fuertes brazos, sus manos de dedos largos y ágiles, bien cuidadas y con las uñas limpias y arregladas, sus vigorosas piernas que se asentaban en unos pies sin deformación alguna y naturalmente contemplé sus testículos que se asomaban por el hueco del pantalón que presagiaban un pene de longitud y perímetro envidiable y eso que el mió mide 23 cm y su perímetro es de 15.

Inició su trabajo y la conversación recayó en el sexo y en una serie de chistes verdes que nos contábamos uno a otro mientras le sujetaba la escalera a la que se había subido y al levantar la vista veía su miembro por la pernera del pantalón.

Me dijo que había hecho la mili en África y que los moros le violaron y le enseñaron a disfrutar y, sin pensarlo ni un momento, bajó de la escalera y me dijo que me iba a hacer una demostración.

Efectivamente —supongo que yo estaba hipnotizado— empezó a desnudarme y acariciar mi cuerpo, apretándome los pechos hasta hacerme daño, y a decirme que me iría la marcha. Al meter su lengua en mi boca sentí lo que no había sentido nunca y me puse totalmente cachondo. Me obligó a que tomara en mi mano su miembro que ya estaba en total erección y me lo metió a la fuerza en la boca. Como yo no lo hacía como él deseaba, me dijo que me enseñaría a mamar una polla y dicho y hecho: se tragó la mía al mismo tiempo que con las manos me introducía sus dedos en el ano.

No puedo recordar todo lo que sentí pero lo cierto es que me corrí de buena gana. Francisco, que así se llamaba, no se corrió. Estábamos sudorosos y me dijo que ahora tomara una buena ducha; me ayudó a secarme y pasamos a un dormitorio donde me tumbé.

Francisco empezó a darme masaje con un aceite relajante que llevaba consigo y que dejó mi cuerpo en óptimas condiciones. Continuó su trabajo y al poco rato percibí el ruido de la puerta de entrada que se abría y escuché la voz de Pepe, mi suegro. Yo estaba desnudo sobre el colchón y no tenía allí la ropa por lo que opté por callar y esperar. Pepe le dijo a Francisco:

—¿Cómo va todo?

Y Francisco le contestó:

—Tal como tú habías planeado.

Antes de seguir, debo hablar un poco de mi suegro: tiene unos cuarenta años, es alto, bien plantado, moreno, de carácter colérico y muy autoritario. No le había tratado mucho pero me daba cuenta de que era un hombre al que le gustaba ser obedecido sin rechistar.

Sin más dilación entró en la habitación donde me hallaba y dijo:

—Levántate y ven a desnudarme, pero hazlo con cuidado porque soy tu dueño.

Miré a Francisco, que me hacía gestos de que lo hiciera, y empecé a quitarle la camisa, los pantalones observando que no llevaba puesto calzoncillos; le desabroché los zapatos y le quité los calcetines.

Dentro de mí iba naciendo el deseo de ser el esclavo de aquel hombre y ya no puse reparos en hacer lo que me solicitaba: primero le succioné los pechos, luego quiso que le metiera la lengua en las orejas, en las fosas nasales, en el ombligo mientras con mis manos le agarraba la polla tiesa como una chimenea; los cojones parecían pelotas de tenis; me hizo que le pasara la lengua por las pantorrillas hasta llegar a los pies y con ellos me tuvo cerca de diez minutos, me obligó a lengüetearle todos los dedos, chupándolos uno a uno y después las puntas. Debía hacerlo bien pues me dijo que parecía un profesional.

Por último, me agarró la cabeza, ladeándola un poco  y me introdujo en la boca su colosal polla que casi me quita la respiración. Estando en estos menesteres, a una seña de mi suegro, Francisco, que estaba súper cachondo, abrió mis glúteos y, sin miramientos de ninguna clase, introdujo su estaca en mi ano haciendo que mi esfinter se abriera como una rosa.

Cuando me tuvo bien enculado empezó a bombear y noté que algo iba creciendo dentro de mí que me llenaba de placer y que yo ya no podría pasar más sin ello, hasta que llegó al máximo y nos corrimos los dos. Era lo que esperaba mi suegro que a continuación me dijo:

—Ahora que ya estas lubricado vas a probar el mío. Sujétalo fuerte, Francisco.

Así fue. Francisco me agarró por las muñecas poniéndome tensos los brazos, mientras mi suegro me enculaba. ¡Qué dolor más intenso! La polla de mi suegro casi no cabía allí dentro. Con rabia consiguió metérmela de un golpe y luego la sacó, me la metió en la boca y de nuevo otra vez en el ano causándome los mismos dolores, hasta que al fin expulsó todo su semen dentro de mí.

Esperamos un rato y por fin me dijo:

—Me servirás. Cuando yo lo desee tendrás que estar a mi disposición.

Han pasado muchos años desde entonces y seguimos manteniendo el mismo juego.

ANDRÉS - MÁLAGA


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