Rito Funerario
Yo entré a trabajar en una funeraria a los dieciocho años. Entonces aún era virgen. Me masturbaba con frecuencia, pensando en que desfloraba a alguna chica virgen. Seis meses después de mi ingreso, nos enviaron un ataúd de lujo, de roble barnizado, con adornos de plata y forrado de satén blanco con encajes, que estaba destinado el cadáver de una muchacha que había muerto ahogada.
El ataúd parecía mucho más confortable que el saco de campo, que me servía para dormir en la trastienda de la funeraria. Como estaba sólo, aproveché la ocasión para utilizarlo como lecho. Una vez dentro, me sentí tan a gusto que empecé a masturbarme pensando en la muchacha ahogada.
En aquel preciso instante, entró allí la mujer de mi jefe. Y me descubrió con la polla al aire, tiesa y mojada de líquido espermático. Supongo que debía relucir como un pepino blanco en aceite.
Sin decir ni media palabra, la señora se levantó la falda y, subiéndose sobre mí, se empaló en mi verga. Aquella humedad de su coño, tan repleto de calor, unido al deslizamiento de mi verga, cada vez mayor y más dura, llegó hasta el fondo de su chochazo, y creo que le alcancé el cuello del útero. Provocamos el desenlace más lógico: no tardé en verterme por completo en ella.
Pero, antes, me había dado una fiesta inmensa. Tuvo comienzo con algo similar a ésto: aquello supuso la mayor conquista de mi vida. No me entretuve en pensar lo mucho que lamentaba que el placer no me hubiese llegado antes. Lo mío era besar aquellas tetas, lamer los pezones y decirme mentalmente que no estaba soñando.
Todo se me hizo una espléndida realidad en el momento que nos quedamos desnudos... ¡La mujer de mi jefe resultaba más fascinante y deseable así que vestida! Proseguí lengüeteando sus tetas, igual que un bebé hambriento.
La escuché reír y jadear, cada vez más excitada. Por este motivo me empujó delicadamente. Caí sobre el fondo del ataúd, donde me cogió la polla y pasó sus pezones por todo el capullo y a lo largo de la misma.
Sentí como si me estuviera aplicando una descarga de excitación. Me puse a pensar en algo desagradable. No quería correrme tan pronto. Nunca he sido un eyaculador precoz; sin embargo, ante tanta maravilla, me resultaba imposible contener el semen. Encima ella se puso a mamármela con una exquisita delicadeza. Su cabello castaño añadió una doble caricia.
—¡Prefiero follarla, señora... Voy a estallar de un momento a otro! ¡La he deseado tanto... que supone el mayor premio que se me ha regalado en toda la vida!
Ella no dijo nada. Prefirió sentarse en mis muslos, dándome la espalda, y coger la picha. Se la llevó al coño. Esto me permitió poder alcanzar sus tetas. Entonces me corrí... ¡Lo extraordinario fue que la mujer de mi jefe me acompañó, retorciéndose de placer y gritando de felicidad!
Todo sucedió en menos de veinte minutos. Luego, nos quedamos más de media hora repitiendo la follada. Lo hicimos en el fondo del féretro, sobre los bordes y en la tapa. Siempre disfrutando de la caricia del satén blanco. Pude entrarla por todas las oquedades, disfrutando en una sola sesión de lo mejor que aquella mujer hermosísima podía darme...
En seguida la señora se levantó y empezó a limpiarse precipitadamente con un pañuelo que sacó de su bolsillo. Con un gran esmero se cuidó de no ensuciar en absoluto el satén blanco del ataúd.
Esta historia volvimos a repetirla ella y yo en otros féretros de la funeraria, hasta que me fui de la empresa para cumplir con otras obligaciones. Luego, me casé y tuve un hijo. Jamás me he atrevido a decirle a mi esposa que, para pasarlo realmente bien, cuando follamos acostumbro a imaginar que estoy dentro de un ataúd.
A veces voy a acostarme con una prostituta, que conoce mi fantasía sexual y con unas cuantas maderas he hecho una especie de féretro, en el que nos acostamos...
Acostumbro a hacer que la puta se tumbe sobre el fondo acolchado del «ataúd», para metérsela en medio de las piernas. No suelo penetrarla al instante, sino que actúo como un consumado maestro: le doy unas enérgicas sobadas con la cabeza de la polla. Y ella parece volverse loca, por lo que se lía a gritarme que la folle lo antes posible.
En ese momento le trabajo el coño con mis dedos, hasta que, por fin, me decido a metérsela buscando el fondo. Doy comienzo a un lento bombeo. Y la tía se ayuda con sus propias manos, que se juntan a mi polla. Mientras, mueve el trasero como una condenada, ¡y obtiene un orgasmo sensacional!. No ha de extrañaros, pues ella comparte mi fetichismo por un motivo que no ha querido explicarme...
Entonces, la tiendo de espaldas y le ofrezco la verga en pleno empalmamiento y busco su coño encharcadísimo de deseo. Termino dejándola caer sobre mí. Para ese instante se me han agudizado los instantes sexuales. La penetro todo lo que puedo, alzándola hasta las cimas de la calentura. Después, le paso por los grandes labios mi polla, presionando con una tremenda fuerza... ¡Las caricias la mojan por entero!
— ¡Follame ahora, querido...! ¡Tómame aunque esté viva... y no muerta como aquella muchacha ahogada!
Trepo sobre ella, hundiendo las rodillas en el fondo del «féretro»; a la vez, ella me facilita el terreno al abrir las piernas. Pero como yo me hallo tan excitado, no puedo encontrar el camino. Y la puta está a punto de explotar por segunda vez, lo cual le fuerza a no querer perder nada. Baja su diestra apresuradamente, y se mete ella misma la punta de mi polla; con la otra mano, me empuja por el trasero. Entonces, yo completo la entrada de una manera gloriosa.
Ella se halla completamente empapada, por lo que mi polla corre como un reguero de pólvora, igual que si le estuviera inyectando todo el placer del mundo. El orgasmo femenino ya estaba desatado, y subió por todo mi cuerpo despertándome un sinfín de entrecortados gemidos.
Hice otro tanto al bombear con intensidad, acelerando el ritmo, cada vez con mayor rapidez, porque también quería ascender hasta la cresta de mi placer. Y la ataqué fuerte, arrastrándola con energía.
Juntos ascendimos a la ola de gozo, y nuestros quejidos se confundieron, así como nuestras agitadas respiraciones. La pasión se prolongó por espacio de varios minutos. Pero, antes de mi eyaculación, ella se salió de la follada... ¡Y los chorros de esperma los recogió con su boca golosa, y tumbada en el fondo del «féretro»! Luego, me acarició la espalda, y me dio pellizquitos en los músculos... ¡Para hacerme ver que estaba bien vivo, aunque tuviese una afición tan macabra!
Ramón - Lérida
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