Entregada a un morenazo

Como lo que me ha sucedido se ha debido más que nada a «milRelatoseroticos», he tomado la decisión de contaros la aventura que he vivido junto a la celebración de mi cuarenta y seis cumpleaños.

Mi marido y yo habíamos estado unos días de vacaciones en África, donde conocimos a una pareja de nuestra edad o un poco mayor. Hablamos con frecuencia y terminamos simpatizando. Empezamos a comer en la misma mesa y, luego, llegó un momento que nuestros amigos vinieron a vernos a la habitación del hotel. En una de estas visitas, la mujer sacó un tablet con una página web como la vuestra, que había visitado antes de salir de España.

En aquel momento estábamos las dos solas, y ella me propuso con mucha sinceridad que practicásemos el cambio de parejas porque le gustaba muchísimo. Después, como si tal cosa, siguió preguntándome si sexualmente éramos tan liberados como ellos. Y yo le conté que mi marido me hablaba con frecuencia del intercambio, pero yo siempre había procurado evitar darle una contestación al respecto. Entonces ella insistió:

—¿Por qué no probamos? A mi marido le gustarla muchísimo follar contigo. Anoche mismo me lo comentó. Cuando bailabais juntos se sintió muy excitado, ¿sabes?

Le dije que no me había dado cuenta, y mi amiga continuó:

—Y a mí tu esposo me gusta mucho, puedes creerlo.

Permanecí en silencio, lo que a ella no le impidió seguir insistiendo para convencerme:

—Yo antes era como tú, te lo aseguro. Lo más duro es el primer paso. Ahora tengo que insistir a Roberto para que no abandonemos el juego del intercambio de parejas. Me noto siempre dispuesta a aprovechar el máximo todos los momentos que la vida puede ofrecernos...

No quiero seguir con todos los detalles, porque esta historia resultaría inacabable. Sólo os confesaré que éste resultó nuestro primer intercambio de parejas. Realmente no me disgustó nada la experiencia; al contrario, me transformé en una obsesa de esta práctica.

En los días sucesivos, mi golfa amiga me contó muchos encuentros que habían disfrutado. Y la verdad es que oyéndola me excitaba tanto, que acababa completamente mojada. Especialmente me sucedía ésto cuando se dedicaba a resaltar los más cachondos detalles. Llegó a contarme, describiéndolo con pelos y señales, el encuentro entre su marido y un hombre que disponía de una polla enorme. Resultaba tan viril este amante, que en el curso del intercambio consiguió gozar montones de veces.

Cuando le conté a mi marido todo lo anterior, me dijo que siempre había pensado que eso debía de ser algo excitante, sobre todo para la mujer. Terminó reconociendo que a él le gustaría verme gozar a mí a unos niveles tan altos.

Una vez finalizaron las vacaciones, volvimos a casa. A partir de entonces, las cosas se desarrollaron tal como Sofía, mi golfa amiga, me había anticipado. Porque fui yo la que quise que continuáramos la experiencia del intercambio de parejas.

En realidad no me atrevía a confesárselo a Jaime, mi esposo. Pero, un buen día, él llegó a casa con con página de contactos en el móvil —el «pasion.com» para ser más exacto—. Me dijo que había secciones donde seguramente encontraríamos alguien con quien continuar la aventura. Acaso impulsada por un extraño pudor, no quise demostrarle mi satisfacción; sin embargo, en seguida, él se dio cuenta de que yo estaba completamente de acuerdo.

Aquella misma noche nos dedicamos a leer anuncios de contactos en pasion; pero, al cabo de una hora, tuvimos que rendirnos a la evidencia de que resultaba muy difícil encontrar compañeros como los que nosotros deseábamos.

Finalmente, nos convencimos de que había muchos anuncios de hombres solos, especialmente uno que mandaba su fotografía. Y me llamó mucho la atención, pues era un morenazo de unos treinta y un años, con un rostro muy agradable y una verga descomunal. Mi marido se dio cuenta del interés que yo prestaba a este contacto. Y un poco más tarde, cuando estábamos follando en la cama de matrimonio, me preguntó si me gustaría gozar con aquel desconocido. Yo le contesté en un tono muy bajo:

—¡Oh, querido, debe ser algo muy bueno, extraordinario...!

Al momento comencé a gemir de placer, porque estaba a punto de alcanzar un orgasmo. Esa  noche Jaime me la clavó con una intensidad que no solía demostrar habitualmente.

Unos días después, mi marido me dijo que me tenía reservada una sorpresa. Y había llegado el momento de ponerme al corriente del asunto:

—Me he puesto en contacto en el «morenazo» que a ti te llamó tanto la atención. Acabo de concertar una cita con él, para ponernos de acuerdo en la fecha y la hora, en el caso de que nos interesemos mutuamente.

A la mañana siguiente, llena de ansiedad, entré con Jaime en una cafetería. Iba a ser el escenario de nuestro primer encuentro. Vi en seguida al «morenazo». Se levantó al instante, y vino a nuestro encuentro. Nos invitó a su mesa. Al natural valía más que en la fotografía. Vestía cuidadosamente, y nos dimos cuenta de que procedía de un nivel sociocultural bastante alto.

En resumen, me causó una impresión estupenda, con lo que me propuse gustarle al máximo. Tengo que aclarar que yo me conservo bien para mi edad. No soy demasiado delgada, y resulto bonita de cara y mis tetas se mantienen muy firmes... ¡Cómo me puse de contenta en el momento que le oí expresar las ganas que sentía de pasar la velada junto a nosotros!

Durante este primer encuentro, el «morenazo» se sentó a mi lado. Y en un momento dado, apoyó su mano sobre mi muslo para acariciarlo con dulzura. Nos despedimos después de haber hablado largamente; y, al separarnos, me dijo:

—Hasta la semana que viene. ¡Espero que seas feliz, y que yo sepa hacerte gozar cuando se nos presente la oportunidad!

Nunca me ha parecido que el tiempo pudiera pasar tan despacio. La víspera del encuentro me sentía excitadísima. Jaime reconoció que había buscado que el acontecimiento sucediera precisamente el día de mi cumpleaños, para que yo pudiera celebrarlo de una forma inolvidable. Luego, me tendió una serie de paquete comprados en una de las mejores «boutiques» de la ciudad y me dijo:

— ¡Para qué estés muy hermosa y muy sexy! ¡Y el «morenazo» te desee tanto que te haga gozar más que nunca! ¡Te lo mereces, Celia!

Llena de entusiasmo le abracé y, después, abrí los paquetes. Contenían una bata trasparente, un sujetador con agujeros, un ligero de cintura, unas braguitas negras acanaladas y unas medias de red. Todo lo que podía contribuir a que mi cuerpo resultara más deseable. Por la noche, antes de acostarnos, me lo probé todo. Me iba divinamente. Al final, Jaime me dijo que al día siguiente debía abrir la puerta de casa al «morenazo» vestida de aquella manera.

—Verás como así se le pondrá la picha en erección antes de que llegue a la salita de estar. — Luego se dedicó a aconsejarme— Tú te sentarás junto a él y yo me encargaré de las bebidas. Todo lo que te pido, querida, es que folles con nosotros mostrando el mayor amor, deseo y sensualidad de que te sientas capaz.

Por toda respuesta le di un beso larguísimo, que duró tanto tiempo como se prolongaban aquellos de nuestra época de novios.

Yo no estaba muy decidida a abrir al «morenazo» con aquella vestimenta; pero Jaime insistió tanto. Luego, los cumplidos que aquél me hizo al llegar a casa, terminaron por derribar mis prejuicios. ¡Deseaba hasta tal punto aprovechar al máximo aquellos momentos...!

En cuanto cerré la puerta, él se colocó detrás de mí. Sus brazos me rodearon la cintara, y sus manos sujetaron mis tetas. Las puntas de mis pezones se endurecieron instantáneamente. Mientras me besaba en el cuello, me dijo que yo le parecía muy excitante. Por lo que se disponía a hacerme gritar de placer.

Entramos en la salita de estar, donde Jaime le invitó a que se sentara cómodamente llamándole por su nombre: Héctor. Hizo que nos acomodásemos juntos; al mismo tiempo, él se ocupaba de llenar nuestras copas. El «morenazo» me miraba con ansiedad, y reconoció que yo despertaba en él un enorme deseo. Sin dudarlo, se inclinó hacia mí y me besó en los labios.

Su lengua recorrió mi paladar; a la vez, una de sus manos me tocaba un muslo y, al instante, subió hasta el pubis. Yo no llevaba bragas, e instintivamente abrí las piernas. La verdad es que ya estaba húmeda de deseo. Aumentó el caudal de mis flujos el hecho de sentir como varios dedos se agitaban en mi coño. Ya comencé a gozar. En los límites del orgasmo, él me pidió que le acariciase y me señaló el bulto de su pantalón. Le sentí duro, con una polla descomunal... ¡Y recordé la fotografía del pasión; allí se me ofrecía mucho más de lo que se anunciaba!

De pronto, cuando yo me había «corrido», volvimos a la realidad. Jaime nos había traído más bebida y nos estaba indicando que podíamos pasar al dormitorio conyugal. Una vez  allí, me pidió que liberase el objeto de mis deseos. Cosa que yo estaba deseando. Y Héctor me facilitó las cosas soltándose el cinturón. Al momento le bajé la cremallera. Nada más que le quité el slip, una vez libre del pantalón, no pude evitar esta exclamación:

—¡Qué polla más enorme! Mis ojos fueron incapaces de abandonar la contemplación de aquella maravilla. Mi marido también quedó impresionado, por eso me aseguró que yo iba a gozar de lo lindo con un miembro tan fabuloso.

Para entonces me había quedado sin voz. Pensaba que su verga era casi el doble de tamaño de la que Jaime me había venido ofreciendo. Por una parte sentía mucho miedo; y, por otra, me invadía una cierta aprensión. El «morenazo» se dio cuenta y me atrajo hacia él, asegurando que, como todo iba a ir perfectamente, no debía tener miedo. Luego, me cogió una mano, la colocó sobre su polla y me pidió que se la acariciara suavemente. Al mismo tiempo, me soltó la bata y, echándose un poco hacia atrás, se terminó de liberar del pantalón y del slip que se le había caído hasta los tobillos.

Me atrajo hasta el centro de la cama, y él se sentó en la almohada. Yo quedé arrodillada delante, con su picha frotándome prácticamente el rostro. Sus ojos lujuriosos hablaban por Héctor. La verdad es que yo le deseaba enormemente. Mis labios empezaron a recorrerle en toda su dimensión y, en el momento que se cerraron sobre su cálido glande, le escuché emitir unos suspiros de satisfacción.

Le chupé lo más que pude; sin embargo, aunque sintiera su capullo en mi garganta, una buena parte de la polla permanecía siempre fuera, acariciada por mi mano derecha, que iba y venía en unas acciones ascendentes y descendentes.

En aquel momento, me di cuenta de que mi marido, que también se había desnudado, disfrutaba de una enorme erección. Le pedí que se acercara por detrás y me tomara a lo «oveja»; mientras, yo seguía chupando a Héctor.

Me replicó que siguiera chupando al «morenazo, sin preocuparme de él. Pues yo lo estaba haciendo muy bien, y me veía muy cálida. No pude contestarle nada, porque me llenaba la boca el enorme cipote de nuestro amigo.

Repentinamente, Jaime empezó a follarme como le había pedido. Y aunque su sexo no podía compararse al de Héctor, empecé a sentir un gran placer; mientras, aquél me pedía que siguiera con la felación. Puse en movimiento toda mi sensualidad, acariciándole los testículos, a mi marido con las uñas, por que siempre le había vuelto loco. Y a él también le hizo mucho efecto, debido a que sentí su verga ponerse aún más rígida.

Estaba a punto de explotar en mi boca, y se movía cada vez más deprisa. Casi a la vez los dos gritaron de placer, y se vaciaron uno en mi boca y otro en mi chumino. Fue la primera vez que probé un auténtico semen, porque siempre que mi marido se vaciaba en mí lo colocaba todo en un pañuelo. Pero, en aquella ocasión, deseaba causarle placer al «morenazo», y saboreé todo hasta el final.

Luego, él me dijo:

—¡Eres una auténtica mujer... Te comportas sexualmente como a los hombres nos gusta!

Al mismo tiempo, su mirada se hundía en la mía. Se adueñó de mis labios y nos besamos largamente.

Pasamos al cuarto de baño. Los tres lo necesitábamos, especialmente yo. Pues sentía el esperma correrme por los muslos. Luego, tomamos una cena ligera. Nos encontrábamos sentado a la mesa totalmente desnudos. Nuestra conversación giraba sobre el sexo y, de vez en cuando, ya uno u otro metía una mano por debajo de la mesa para acariciarme el chumino. Yo también palpaba sus pollas algunos ratos. Íbamos por el postre cuando mi marido me anunció que Héctor iba a pasar la noche con nosotros. No me lo esperaba; pero se debió notar la alegría en mi cara, pues Jaime me dijo:

—¡Ya veo que la noticia te llena de felicidad! —Y dirigiéndose a Héctor añadió—: Espero que la hagas gozar muchas veces.

El «morenazo» contestó que se consideraba muy resistente, y que yo follaba tan bien que no había nada que temer. Esto era cierto como iba a comprobar poco después.

En cuanto acabamos de cenar, Jaime quiso que volviéramos a la habitación.

—Ahí vamos a celebrar el cumpleaños de mi mujer.

Bebimos cava, y la verdad es que me sentía muy feliz y deseaba todavía más continuar follando. Nos echamos los tres juntos, y yo les acaricié las pollas. En seguida los dos se pusieron en erección. Me causó mucha gracia la diferencia de sus tamaños, y con su simple visión ya empecé a gozar de lo lindo.

Poco más tarde, Jaime hizo que me colocase sobre él en posición del «69». En esta postura me dedicó un cunnilingus; mientras, yo me ocupaba de su miembro. Hasta que pidió a Héctor que me follase; y él mismo me abrió el coño con sus dos manos, cuidándose de dirigir el enorme cipote hasta el centro de mis carnes. Disfruté en seguida de un enorme orgasmo, y me moví tanto que la lengua de Jaime apenas pudo seguirme.

Por este motivo me acarició con sus dedos, apoderándose de mi clítoris. Al mismo tiempo, Héctor iba y venía. Y como yo me encontraba tan húmeda, un ruido de chapoteo acompañó sus movimientos. Jaime le sugirió que me sodomizara; y el «morenazo» abrió bien mis nalgas para facilitarse el camino. Todo iba muy de prisa. Sentí el contacto de su verga contra mi ano, y él empujó. Sin apenas tiempo de sentir dolor, logró hundirse en mí dulcemente. Advertí que me quemaba; sin embargo, esta sensación no duró mucho tiempo, debido a que al momento fue reemplazada por el placer de sentir sus testículos golpeando contra mis nalgas.

Se hallaba hundido en mí, y se quedó mucho rato así; luego, se inclinó y me dijo:

—¿Sabes que eres la primera mujer que me tiene así?

Esto me halagó mucho. Me sentí feliz y cada vez me dolía menos. Le pedí que continuase. En aquel preciso instante llegaba lo mejor, y yo misma apretaba las nalgas; mientras, hundía el rostro entre los muslos de Jaime, que me acariciaba el coño con varios, dedos.

Héctor me estaba sodomizando cada vez más de prisa, y mi marido le animaba para que se moviera con mayor rapidez. De pronto, grité sin poder resistir más, y el «morenazo» se vació dentro de mi ano. A la vez, mi marido mantenía sujetos sus testículos contra mis nalgas.

Pero no terminó ahí todo, porque luego me tomaron formando un auténtico emparedado: yo empalada en la verga de Héctor, mientras Jaime me sodomizaba. Este eyaculó mucho más de prisa que el «morenazo». Me proporcionaron una sensación increíble.

Cuanto lamento haber esperado tanto tiempo para conocer unos placeres tan extraordinarios. En la actualidad, de vez en cuando Héctor viene a casa para gozar locamente. Mi marido se siente orgulloso de mi sensualidad, debido a que es mucho más grande que antes. Me gustaría que él lo pudiera pasar tan fabulosamente como yo.

CELIA - BARCELONA

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