Están ahí, tíratelas

Podría traérmela floja que la mayoría de los tíos no se coman una rosca a la hora de ligarse a las chavalas. Mejor para mí. Lo que sucede es que tengo un hermano medio gilipollas —acaso lo esté del todo—, al que le metieron en el coco eso de que «la mujer es virgen y madre». ¡Vaya contrasentido de la mierda!.

Vamos, que uno no se quiere enrollar. A mí siempre se me han dado de miedo las mujeres. Desde los quince años, que me desvirgó mi tía Micaela, aprendí a comer coños, manejar las tetas y, una regla básica, que a todas mis amantes debía suministrarles un margen de dos a uno; es decir, por cada par de orgasmos que ellas obtuviesen, a mí me tocaba una sola corrida. Con las tías más expertas puedo llegar a la proporción de tres a uno o de cuatro a uno. Siempre que ellas —sólo he conocido tres chavalas de esta especie tan excepcional— batan las plusmarcas de belleza y de cachondeo.

La cosa sucedió en las Navidades pasadas. A mi hermano Jorge le trajeron a casa después de haber estado más de tres años en el pueblo. Por lo visto agarró una hepatitis de esas que te encaman por espacio de diez meses. No se le curó bien y necesitó todo ese tiempo para restablecerse. Es diez años más joven que yo. Sabéis lo que suele ocurrir: los padres quieren probarse que pasados los 40 años todavía tienen los genitales en pleno funcionamiento, y nos trajeron a este infeliz. Por cierto, es el último de seis hermanos. Yo soy el penúltimo.

Enseguida me di cuenta de que Jorgito se la meneaba más que un mono. Como le tengo cariño, me fui a por él, le metí en el dormitorio y le apreté bien las clavijas. Pero me fui a enterar de lo siguiente:

—Lo siento Rafa. ¡Es que me la ponen muy gorda nuestras hermanas! ¡Son tan guapas y se mueven por casa con tan poca ropa!

Le pegué dos o tres bofetadas que todavía le deben estar doliendo; luego, le agarré por la camisa y le levanté un metro del suelo. Soy más alto y fuerte que él. Por último, le dije:

—Has cumplido los 18 años, eres tan guapo en hombre como ellas en mujer, ¡y a mí me dan cien patadas en los cojones que todavía no hayas ido con ninguna tía!. Ya sé que has estado enfermo y todo lo demás. ¡Pero tú vas a follar hoy mismo, para que te fijes en otras chavalas que no sean nuestras hermanas!. La cosa va de que tienes tanto miedo a las mujeres, que has ido a fijarte en las que se encuentran en casa. ¡Pero eso yo lo arreglo desde hoy mismo!

Marta es una cosa fina para estas cuestiones. Nada más que se lo conté, soltó una carcajada y me pidió una botella de whisky, del mejor, a cambio del trabajito... Lo peor vino cuando me vi empujando a mi hermano para meterlo en el apartamento de una de mis amantes. Y lo bueno fue que Jorgito cuando vio a la chorba en la cama, totalmente en pelotaris y con el coño abierto, perdió todos los miedos. (en algo se parecía a mí)

Saltó como un tigre a por Marta y se la quiso clavar allí mismo. Ella le retuvo colocándole una mano en el pecho y, después, le metió un pezón en la boca. Pero él no sabía qué hacer. Así que me subí a la colcha y me puse a chupar el otro, con el fin de que me imitase. Acerté de pleno. Con la técnica de irle marcando el camino a seguir, él fue calentándose y probándonos que podía ser un buen follador con un poco más de entrenamiento.

Realmente tuve que someterme a un gran sacrificio, porque clavársela a aquella tía que ya iba por el tercer orgasmo, y tener que salir de su coño para que entrase Jorgito, fue para darme el «nobel de la paz». Además, vi como él se corría, moviendo el culo una cosa mala, echándose hacia atrás como si se le fuera a descoyuntar la columna vertebral y soltando unos «balidos» que me hicieron saber que se le había disparado el tapón de la picha.

Después de unos minutos reconfortantes, Marta se sentó a mi lado y comenzó a trabajarme con suavidad, lentamente. Mi verga respondió a todas las caricias, y aún se puso más tiesa. Luego ella me besó el glande. La piel quedó brillante gracias a los efectos de la saliva. Seguidamente, puso los labios vaginales en forma de la letra «o», y los frotó contra mi carne fálica. La penetración se hizo inmediata.

Mientras, los dos nos podíamos dar cuenta de los estremecimientos que sacudían al muchacho. Esto hizo que ella se tumbara para aplicar unos pequeños mordiscos a sus cojones, olvidándose de mí. Pareció quererse comer un poco más de aquellas bolsas llenas, hasta que se las tragó una a una. Seguidamente, enrolló su lengua alrededor, para proporcionar a mi hermano una serie de estiones a medida que entraba y salía en su boca; pero, los últimos esfuerzos le llevaron al coño.

Se deshizo la follada, acaso porque Marta estaba encelada con la picha del novato. A la vez, yo dejé la mía al aire. La restregué contra los duros pezones femeninos, dejándolos algo calientes. Y con estas caricias recobré todo mi vigor. Porque obtuve nuevas energías de aquellos contactos.

Manteniendo a la hermosa fuertemente sujeta por los costados, dejé que mi hermanito continuase con sus intensos y directos golpes en el coño, alternándolos con un movimiento circular de su polla. Ella apreció la variedad del tratamiento, y colaboró para mantener el ritmo. Sin dejar de saborear mi cipote, pues ya lo estaba mamando.

La de Jorgito se hallaba escondida en la vellosidad de la hembra; pero los cojones que la acompañaban parecían animados por unas vivaces acciones, que se hacían muy bruscas cada vez que se producía la penetración en la extremidad del canal. Se detuvo un momento, con la verga hundida en aquel agujero de carne temblorosa; y, después, la sacó apoyándola en el pozo rosado, que se abría más arriba, y la empujó irremisiblemente.

—¿Es que te vas a atrever a darle a Marta por el culo?

—¡Claro que sí, Rafa! —me contestó, muy seguro.

A pesar de su grosor, la polla resbaló fácilmente hacia dentro, gracias a los viscosos humores que la chavala había esparcido con los espasmos de su placer. Y él no trató de detenerla, porque la fuerza del empuje inicial parecía desagradar —muy relativamente, desde luego— a la propietaria del cautivador orificio.

Mi hermanito se lió a empujar con furia; y ella, inclinada para contemplar el espectáculo que representaban aquellas naturalezas unidas, acusó la sensación de que estaba siendo vencida: los potentes testículos se detuvieron, probando que la penetración ya era completa. Por eso llegó a morder mi capullo.

—¡Brutal! —grité, siempre ansioso de golferías y orgulloso del comportamiento de Jorgito.

Mientras, las nalgas de éste ya se movían en círculo, como si quisieran permitir a Marta que apreciase, del modo más completo, las dimensiones y la rigidez del músculo que tenía dentro.

—¡Qué fuerza tan irresistible! —comentó ella—. ¡Cuando me enfilaste de tan precisa manera... no pensaba... que... pudiera resultar tan espectacular...! ¡Tan gozosa! ¡Y me voy a comer el capullo de Rafael...! ¡Qué rico... Vaya banquetazo!

De pronto, las manos femeninas expresaron su aprobación sobre los glúteos del chaval y mi falo. Y los tres, prisioneros de aquel cálido abrazo, sentimos que no podíamos retener por más tiempo el placer. Después de un breve descanso, durante el cual saboreamos el triunfo de haber gozado de los cuerpos de nuestros amantes, reanudamos el ataque: manteniéndonos bien sujetos a los otros por las caderas o por donde fuese, emprendimos la cabalgada definitiva que debía terminar en un final del juego, o lección de follada de mi hermanito.

Marta y Jorgito respondieron gimiendo y retorciéndose, porque también para ellos aquel movimiento resultaba irresistible. Me incitaron a moverme con mayor rapidez, queriendo aumentar mi excitación. Y lo consiguieron a través de aquella boca que se cerraba y se abría sobre mi polla, pues se me despertaron unos hervores enloquecidos.

Por su parte, Jorgito sintió cómo subían desde sus testículos las oleadas de placer. Aumentó la intensidad de sus movimientos. Fue cuestión de un instante. Después, ella quedó presa del éxtasis, notando que en su vientre corría el río del goce que el chico estaba descargando. Por último, lo dos se relajaron, satisfechos y exhaustos.

—No puedes olvidarte de mí, Marta —exigí con todo el derecho del mundo.

—Espera un momento... ¡Cuando vuelva el aire a mis pulmones... estaré contigo...! —me prometió.

Mi polla estaba majestuosamente erguida y ella me la agarró con fuerza, como si temiera que se le escapara. Se la introdujo resueltamente en la boca y empezó a acariciarla con la lengua.

A continuación la mamó con lentitud, con magistral habilidad, a la vez que masajeaba y lamía mis cojones. Le ordené que dejara de chupar, ya que de lo contrario me correría de inmediato. Miré su mojadísimo coño y me dirigí sin dilaciones hacia aquella raja tan sabrosa. Le metí el cipote hasta los mismísimos huevos, notando como las paredes del chichi se ceñían a mi instrumento. Llevé a cabo unos cuantos «mete-y-saca» muy suaves.

De aquella manera disfruté bastante más rato antes de descargar mi caliente ración de semen. Para «distraer» durante unos instantes los ardores de mi verga, la saqué de aquella deliciosa madriguera y bajé la boca hasta el coño.

Acaricié dulcemente con la lengua los labios vaginales interiores. Después, me dediqué al clítoris. Marta estaba como un volcán en erupción. Se corrió otra vez y yo bebí una pequeña cantidad de los jugos de su orgasmo y, el resto, me lo llevé a su propia boca para que conociera el sabor.

El chocho continuaba abierto, pero yo me fui de nuevo a sus tetas enloquecedoras. Las chupé, las mordí y las comí durante mucho rato. A la vez que le devoraba materialmente los pechos y los pezones, le acaricié el culo y los alrededores del ano.

Terminé, como era mi obligación, introduciéndole dos dedos en el precioso agujero. Estábamos de nuevo al borde del paroxismo. Le metí la picha dentro de la inmensa almejita y, tras varios impetuosos movimientos mutuos, descargué allí toda leche que todavía me quedaba. Marta gritaba de gusto y aseguraba que nunca había disfrutado tanto de un hombre.

Como remate a la faena, más tarde a Marta se la metí en el culo. Lo tenía bien lubricado y nos regalamos un placer extra. Por otra parte, retuve la corrida durante más de quince minutos, mientras, dedicaba a la chavala todas las manipulaciones que necesitaba saber un follador. Finalmente, se me ocurrió decir esta verdad indiscutible:

—Las mujeres están ahí... ¡tiratelas!. No tiene que darte corte ante ninguna. Si alguna te rechaza, ¡peor para ella!. Ya encontrarás otra mejor a la que follarte...

Entonces me vi obligado a cerrar el pico porque me venía el chorretón de leche... ¡Madre mía lo que sucedió! El cabrito de Jorge se echó en la cama, me tocó los cojones con las dos manos, esperó a que me saliera la leche y se puso a lamer las gotas que se escapaban del culo de Marta... ¡Y cómo movía la lengua el muy «hijo de puta»!. Me dejó alucinado. Por este motivo, cuando me recuperé, le exigí una explicación.

—No lo había hecho antes con mujeres, Rafa. Pero me lié con el médico del pueblo. Es muy guapo, muy joven y amable. Yo le iba a visitar con frecuencia debido a mi enfermdad. Llegamos a mantener tal amistad, que me permitió entrar por la puerta de atrás. Contaba con una llave. Me gustaba estar con él, hablar de cualquier tema y escuchar música.

Una mañana entré allí y me extrañó no encontrarle. Le estuve buscando por toda la casa, hasta que le vi en el cuarto de aseo. Estaba meando. Contemplé su polla y me quedé desconcertado. Acepté sus caricias y tuve que hacerle una paja. Nunca pasamos de eso. Pero nos la meneábamos con mucha frecuencia. Hubo momentos en los que me creí un homosexual, aunque jamás acepté que me diera por el culo. Tampoco que yo le diese a él. Me lo pidió en dos ocasiones, al ver mi negativa, ya no insistió... Nada más llegar a casa, me di cuenta de que también me gustaban las mujeres. No es que me faltaran en el pueblo. Pero allí yo las rehuía, de tanto permanecer al lado del médico. Nuestras hermanas iban demasiado provocativas, son tan hermosas... Por eso me pajeaba pensando en ellas... Lo más seguro es que yo soy un bisexual, ¿no creéis, amigos míos?

—Gracias por lo de amigo. ¡Pero soy tu hermano! Desde ahora, te las tendrás que valer por ti mismo.

—Me gustaría seguir follando con Marta —replicó Jorge.

—Te valdrá una botella del mejor whisky: ¡es el precio de la chavala!

—Sólo cuando desconfío de lo que pueda ocurrirme. ¡Pero la experiencia ha resultado estupenda, digna de ser repetida!

Esta es mi historia, compañeros de «milRelatoseroticos.com». ¡El mundo es una verdadera caja de sorpresas! Lo que no quita para que se siga mi consejo: «las mujeres están ahí... ¡tíratelas!».

RAFAEL - MADRID


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