Confesiones de un impotente

Sr. Director de milRelatoseroticos.com

Mi enorme problema es que yo soy impotente. Mi esposa tiene 38 años y yo 45. Desde los 40, no he conseguido forma de tener una erección. He visitado varios médicos, y no ha habido manera de lograr recuperar mi virilidad.

Mi esposa es la más sufrida, porque yo, con la masturbación y la felación, consigo pasarlo bien, me corro sin problemas y me siento satisfecho. En cambio, mi mujer, que es terriblemente ardiente, lo pasa muy mal, porque a pesar de todos mis esfuerzos por dejarla satisfecha, ella no consigue la total plenitud en el placer.

A ella lo que le va es hacer el amor con todas las de la ley: algo que yo no estoy en condiciones de proporcionarle. Los sucedáneos que yo le ofrezco no la calman, ni la colman de la felicidad que ella sin duda se merece.

Ella, para no lastimarme, no me echa nada en cara, y sólo ocasionalmente me demuestra su insatisfacción. Pero yo tendría que ser tonto para no darme cuenta que, cuando termino con ella, está completamente insatisfecha. Sus orgasmos son más bien débiles y, a veces, me confiesa que después de calentarla, y al no poder darle el placer por ella apetecido, se queda peor que antes de empezar. Este es mi dilema, este es un gran problema difícil de solucionar.

Hemos leído algunos testimonios de casos parecidos, y en los que han recurrido a la ayuda de un tercero. Yo estoy seguro que ella, por su parte, no lo buscaría, porque no quisiera engañarme. Pero yo lo he pensado en múltiples ocasiones y no me he atrevido a decírselo.

Poco a poco, se lo fui insinuando, hasta que al fin se lo planteé claramente. Ella me dijo que es un gran precio el que yo tendría que pagar, que yo tendría que cargar con un par de cuernos por el hecho de ella conseguir el placer con otro hombre.

Continué pensándolo, estudiando el tema con más detenimiento. A base de tanta reflexión sobre el asunto, yo cada vez lo veía más natural y necesario.

En un momento en que se lo planteé con la mayor seriedad, ella me respondió que estaba loco en pensar que otro hombre la poseyese para calmar sus ansias lógicas de goce y placer sexual. De todos modos, noté en ella un cierto rubor y un cierto nerviosismo cuando yo no paraba de insistir en el asunto.

Un día, insistí tanto, que ella acabó convencida de que debíamos probar. Dijo que, si iba bien, podríamos continuar, y, que si salía mal, lo olvidaríamos para siempre.

Publicamos, entonces, un aviso en una web de contactos, pidiendo «varón viril y bien dotado, para mujer casada e insatisfecha». Las ofertas no se hicieron esperar; recibimos más de 50 correos.

Un poco al azar, aunque bajo ciertos criterios nuestros, nos pusimos en contacto con un joven de 25 años, bien dotado. Nos pusimos de acuerdo y, un sábado, nos reunimos los tres en un Motel.

Comimos juntos. Yo procuré que tomara alguna copa de más para que estuviera relajada y animada, y que su primer encuentro con un hombre extraño fuese lo más natural posible, y libre de tensiones.

Después de comer nos fuimos los tres a la habitación. Habíamos convenido que yo estaría presente, y fui yo mismo quien la desnudó entre besos y abrazos, para hacerla entrar en ambiente y contemplar su placer.

Siguieron haciéndolo durante un buen rato, hasta quedar extenuados. Yo, simplemente de verlos a ellos gozar tanto, eyaculé con enorme abundancia.

Después nos despedimos. El nos dio su número de teléfono por si queríamos repetir la experiencia otro día. Nos dijo que había quedado encantado por haber tenido la dicha de haberse montado una hembra tan ardiente como mi mujer.

Después de esta experiencia, yo hablé de nuevo con mi mujer, con la intención de volverla a repetir. Pero me quedé perplejo y casi sin habla cuando ella me dijo: «No sé por qué buscar fuera de casa lo que aquí tenemos.»

Yo no comprendí lo que quería decir. Pero cuando me manifestó que ese complemento lo teníamos en casa, y que era nuestro propio hijo, casi me desmayo.

Nosotros tenemos dos hijos: uno de 20 años y otro de 18. Ella me explicó que su hijo bien podía satisfacer sus necesidades sexuales, y que le parecía que era mejor que todo quedase dentro de nuestra casa.

Cuando me recuperé de mi sorpresa, le dije: «¿Pero tú te irías a la cama con tu propio hijo?».

Ella me respondió: «Si lo que buscamos no es amor, cariño por parte del que me complazca, sino simplemente alguien que satisfaga mis instintos sexuales, yo creo que el más indicado es nuestro hijo».

Nuestro hijo, el mayor, se llama Jaime. Es más corpulento que yo, y, confieso, que hasta ese momento no había entrado en mis pensamientos. De todos modos, acogí con liberalidad la propuesta; como de verdad hay que aceptar estas cosas.

Acordamos que yo hablaría con él. Así lo hice. Le expuse nuestro problema, mi enfermedad, el carácter ardiente de su madre, y la necesidad de un macho que pudiese satisfacerla.

El quedó un poco confuso por la sorpresa, pero, de inmediato reaccionó y dijo que si era necesario para equilibrar el matrimonio, él estaba completamente dispuesto a hacerlo.

La noche elegida para el encuentro es algo difícil de narrar y supongo, un asunto incomprensible para personas que no estén totalmente liberadas de tabúes.

Mi mujer estaba tendida en la cama, completamente desnuda y cubierta tan sólo por una sábana delgada. Cuando la destapé, el chico quedó gratamente sorprendido ante la desnudez de su madre.

Le pedí a mi hijo que se desnudara. Mientras tanto, yo me acerqué a mi mujer y la besé en la boca. Como el chico estaba un poco cortado, yo, para darle ánimo, continué besándola. Le lamí sus duros y enhiestos pezones, le recorrí el cuerpo con la boca, hasta detenerme en su sexo. Cuando noté que lo tenía muy mojado por la excitación, le indiqué a mi hijo que la poseyera.

El así lo hizo. Tenía un miembro hermoso, de verdad, y yo estaba seguro que iba a gozar con su madre. La penetró con mucho regocijo por mi parte, pues pensaba que de esta manera el asunto quedaría en casa, y podríamos satisfacernos sin tener que buscar aventuras fuera.

Es difícil de explicar lo que se siente al ver joder a un hijo de uno con su propia esposa. La emoción que me embargaba era indescriptible.

Ellos no tardaron en olvidar que eran madre e hijo, e hicieron el amor con desenfreno. En un momento vi que mi mujer se convulsionaba en espasmos de placer. En esos instantes, también mi hijo descargó en ella toda su excitación. Era evidente que la virilidad del chico era capaz de dar satisfacción a la hembra más exigente.

Tal era mi estado ante aquel espectáculo, que yo también me eché uno.

Ellos continuaron haciéndose el amor hasta quedar extenuados. Mi mujer se abrazó a mí y me dio las gracias por permitirle gozar tal como lo hacía.

Continuamos gozando en familia. Cada dos o tres días, ellos se entregaban a la locura del sexo, y siempre en mi presencia.

Tiempo después, mi hijo menor me dijo un día: «Padre, ¿por qué permites que mi hermano se acueste con mamá y a mí no?»

Quedé cortado un momento, pero reaccioné y le dije: «Cuando seas más grande ya lo harás tú también». Pero él me respondió: «No sé si sabes que yo estoy mejor armado que Jaime, la tengo más grande y más gorda que él, y, por eso, creo que tengo tanto derecho como él a montarme a mamá».

Ante tal respuesta, resolví consultarlo con mi mujer. Ella se entusiasmó muchísimo cuando yo le dije que el pequeño decía estar mejor armado que su hermano, y dijo que quería tener, una experiencia con él. Cuando la tuvo, me dijo que había disfrutado mucho más que con el mayor, qué tenía más aguante y un miembro fabuloso.

Desde ese día mis hijos se turnaban, una noche cada uno, para acostarse con mi mujer. Una vez nos plantearon la idea de acostarse los dos a la vez con ella. Nosotros, naturalmente, estuvimos de acuerdo.

Aquella noche fue el delirio. Ellos se turnaban para penetrarla, y, hubo un momento en que la penetraron los dos al mismo tiempo. Fue una orgía impresionante. Yo, de tan sólo verlos gozar, me quedé sin un gota de semen, pues tuve varia eyaculaciones.

Y esto es todo. Desde hace tiempo tengo a mi mujer satisfecha plenamente y sin tener la necesidad de salir de casa.

MANOLO - ZARAGOZA


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