Supliendo a mi madre
Entro todas las semanas en «milRelatos». Me gusta mucho, en particular la parte de incesto, sexo en familia. Voy a contaros mi historia, que comenzó hace unos años y sigue hoy todavía. A mi padre le tocó casarse a los 18 años, porque jugando de chicos con una prima suya la dejó embarazada. El resultado fue que naciese yo.
Pero cuando tenía 19 años murió mi madre y nuestra casa quedó muy triste. Mi padre quedó deshecho. Al regresar del trabajo, y ver el dormitorio vacío de la mujer que había amado tanto mostraba una gran angustia. Yo no sabía cómo animarle. Siempre confié que serían los primeros días; pero no. Pasaron dos meses y continuaba desolado.
Una noche, estando en la cena, le noté nervioso. Parecía como si quisiera llorar. Sin embargo, se dominó. Pretendí ayudarle, por lo que le pregunté si se sentía mal. Mi padre me contestó:
—No, Luis. Lo que me ocurre, a un chico de tu edad le sería muy difícil de comprender. La ausencia de tu madre se me hace insoportable, sobre todo cuando vamos a la cama. Un hombre necesita las caricias de su esposa; podría ir a desahogarme con otra mujer; pero no quiero ser infiel a la compañera que tanto amé. Por el momento aún te tengo a ti, y puedo darte un beso de padre a hijo; pasar la mano por tus cabellos, rascarte la espalda igual que cuando eras más pequeño...
Y acercándose a mí, comenzó a acariciarme y a darme varios besos en los carrillos. Esto me hizo sonreír, al comprender que yo podía hacer feliz a mi padre, aunque solamente fuera con tan poca cosa.
Era verano y hacía mucho calor. Me había sentado a cenar sin camiseta. Llevaba el pecho al descubierto. Y mi padre, poco a poco, fue extendiendo sus caricias por mi espalda y mi tórax, hasta que comenzó a jugar con sus dedos en mis tetillas, cosa que me agradó y consiguió que me sintiera mimado.
Nada de todo aquello me pareció mal, sabiendo quién me lo hacía; al contrario, yo estaba contento de poder ayudarle a superar su pena, a suavizar el recuerdo que le obsesionaba.
Además, sus caricias me agradaban, nunca lo había visto así conmigo. En aquel momento pensé que esas muestras de cariño también se las dedicaba a mi madre. Le comprendí mucho mejor. De repente, él me dijo:
—Bueno, vamos a dormir, pues si sigo acariciándote no acabaré nunca, pues estoy muy a gusto.
Viéndole tan feliz, le acompañé hasta la habitación para darle un beso; luego, como hubiese hecho mi madre, decidí acariciarle la espalda. No debía notar tanto su falta. Aquello le emocionó realmente:
—¡Hijo, no sabes lo que me agrada tu espontaneidad! ¡Necesito que seas cariñoso conmigo! Que te des cuenta de que todas las personas somos de carne y hueso. Y tú puedes evitar, con tu amor, que yo no cometa el disparate de buscar otra mujer.
Me eché a llorar pidiéndole que no hiciera nunca aquello, ya que si daba ese paso, me marcharía de casa. Mi padre se desarmó ante este razonamiento y se volvió todo caricias hacia mí.
Me secó las lágrimas que corrían por mis mejillas; me besó y hasta comenzó a desnudarme para que me acostara en su misma cama, porque le daba apuro que me fuera solo a la mía con preocupación.
Me metí entre sus sábanas, llevando tan sólo los calzoncillos. Mi padre también se dejó esta única prenda, se echó junto a mí. Estábamos los dos juntos y me besó; pero esta vez en la boca, preguntándome si ya me sentía más tranquilo. Afirmé con la cabeza y, nuevamente, me abandoné a sus caricias.
Su mano comenzó a recorrer todo mi cuerpo, incluso las piernas. Yo sentía un placer difícil de explicar; más aún siendo mi propio padre quien me lo proporcionaba. A cada sobeteo suyo mi placer aumentaba, y hasta deseaba que acercara la mano por la entrepierna; pero no me atrevía a insinuárselo. Hasta que, de repente, me la pasó por encima. Al notar lo dura que se hallaba mi polla, me preguntó:
—¿Estás excitado, hijo?
Yo no me atreví a decir nada. Pero él advirtió que no me disgustaba; y metiendo la mano en mi calzoncillo, me agarró la verga dura y los testículos exclamando:
—¡Qué hermoso tienes todo esto, Luis! ¿Te agrada que te lo acaricie?
Le contesté que sí, que me sentía muy a gusto y feliz, porque así podía aliviar en parte la ausencia de mi madre. Ante mi respuesta, él me abrazó, me quitó los calzoncillos y también se deshizo de los suyos.
Enseguida se dedicó a acariciarme todo el cuerpo hasta el culo. Al experimentar tan hirvientes sensaciones por primera vez, me vi envuelto en una gran felicidad y le dije:
—¡Desde hoy siempre te acompañaré todas las noches! ¡Dormiré contigo para que nunca te sientas solo!
—¿No te molesta que entre tú y yo se establezca esta relación, hijo? —me preguntó.
—No, papá.
También quiso saber si alguna vez había hecho aquello; y le contesté que realmente lo que deseaba era hacerle feliz.
Entonces fue cuando, cogiendo mi mano, la puso sobre su polla. Se la apreté y la acaricié glotonamente. Entonces nos abrazamos, nos besamos y nos demostramos una pasión distinta. Mi padre me dijo que íbamos «a follar» como cuando lo hacía con mi madre, sólo que a la hora de penetrar utilizaríamos el culo.
Entre besos, me contó que antes de joder, con sus caricias, ponía cachonda a mi madre. Por lo que a mí me iba a hacer lo mismo. Me colocó boca arriba y comenzó dándome la lengua y buscándome la mía; después, fue tirando hacia abajo para chuparme las tetillas, besarme la barriga y llegar a la zona genital. Mi gozo cobró más unas dimensiones indescriptibles.
Me lamió los testículos, partiendo de la base de la polla hasta la cúspide; luego, poco a poco, se la fue engullendo toda entera. Yo estaba en el paraíso, hasta que tuve que decirle que me iba a correr. Se la sacó un momento de la boca y me anunció que ya podía hacerlo.
Así me soltó, y mi padre se bebió toda mi leche. Aquella noche no dormimos mucho del gusto que nos dimos; después, yo le hice lo mismo a él, y también me tragué su leche. Y por ser la primera vez, me dio mucho placer y más por ser leche de mi padre.
Yo era feliz haciendo dichoso a mi padre. Luego de que reposamos un poco, él me dijo que había llegado el momento de metérmela en el culo. Antes me preguntó si me venía el gusto; y le aseguré que todo lo que le satisfaciese a él a mí me colmaría de dicha.
Entonces mi padre me puso el culo en pompa; después me la hizo mamar para que se la pusiera más dura; me aplicó crema en el ojo del ano; y, poquito a poco y con mucha suavidad, me la hundió entera. Sus huevos me golpearon las nalgas... ¡Yo me encontré en la gloria, pues nunca había gozado tanto!
Más tarde yo monté a mi padre. Y al tener su precioso culo entre mis piernas, con toda mi polla dentro y meneándome como un potro, comprendí que yo era alguien muy importante. Me corrí copiosamente.
Han transcurrido siete años desde aquella noche. Estoy casado; a mi mujer se lo conté todo, y dio su aprobación. Vivimos con mi padre y, cuando nos viene bien, follamos los tres juntos y somos muy felices. ¡Saludos, amigos!
LUIS - BARCELONA
Si te ha gustado y quieres leer otros contenidos parecidos a Supliendo a mi madre puedes visitar la categoría Amor Filial.
Deja una respuesta
Estas historias te pueden gustar