Placeres en familia

Les escribo para narrarles una historia auténtica, de la cual yo mismo he sido el principal protagonista. Fue mi primera experiencia sexual familiar. Después he tenido algunas otras, pero ahora contaré la primera.

Yo vivía en un pueblo cuando me tocó ir a la Mili. Mi tío consiguió que me colocasen de ordenanza en unas oficinas. Eso me permitía tener la mayoría de los días libres, muchos permisos, y, además, podía comer y dormir en casa de mis tíos.

Ellos me querían mucho. Mi tía era hermana de mi madre. Como no tenían hijos, ni más sobrino directo que yo, desde siempre me quisieron mucho, especialmente mi tía.

Cuando sucedió esto que estoy escribiendo, mi tío tenía 56 años y ella 40. Ella es una mujer estupenda; es alta , casi como yo (mido 1,70 metros), buen tipo, buenas tetas y unas piernas muy bonitas. Tiene un culo digno de mencionarse: redondo, abultado, que lo mueve al andar que es un gusto mirárselo. Su pelo es rubio natural, y una carita muy graciosa y llena de picardía. En una palabra: es un bombón muy apetitoso.

Mi tío tiene un alto cargo en una industria, trabaja de 9 a 5 todos los días, y además viaja bastante por cuestiones de su trabajo. Por esa razón, mi tía y yo pasábamos mucho tiempo solos. Hablábamos de todo un poco, salíamos juntos de compras, o a pasear, al cine.

Un día en que mi tío estaba de viaje, después de comer nos pusimos a charlar mientras tomábamos el café. Hablamos de muchos temas hasta llegar al sexual.

Entonces, ella me contó que se había casado enamorada de mi tío, que al principio, según ella, se querían mucho. Pero, a medida que pasó el tiempo, su marido fue espaciando cada vez más el acto sexual. Me dijo que ella pensaba que su cambio se podía deber a que trabajaba muchísimo y, también, al hecho de la diferencia de edad entre ellos.

Me contó que trató, durante un tiempo, de animarlo, pero que él siempre le decía que estaba agotado, que a su edad y con tanto trabajo encima le resultaba imposible hacer el amor como en los primeros tiempos. Para tratar de darle satisfacción a ella, lo que hacía era masturbarla. Pero eso a ella no le daba el placer que necesitaba, y además, a veces él se quedaba dormido mientras la masturbaba, y entonces ella tenía que continuar la masturbación para quedarse un poco calmada.

Después de aquellos vanos intentos, terminaron haciendo el amor cada ocho, cada quince días, y a veces hasta llegaban a pasar un mes entero sin ningún contacto sexual. Esto la hizo pensar mucho, y llegó a la conclusión de que, en realidad, su marido, ni aún en los mejores tiempos, había sido nada extraordinario en al amor.

Esto, además, lo sintió confirmado cuando sus amigas le contaban lo bien que lo pasaban haciendo el amor. Sentía envidia de que las demás pudiesen gozar tanto, y de tan variadas formas, mientras ella sólo lo hacía en la forma más tradicional, pues su marido, como era muy puritano, lo hacía siempre en las posiciones más comunes, y en contadas ocasiones le besó un poco el cuerpo, pero nada más.

Ella le decía a sus amigas que lo pasaba muy bien con su marido, para no quedar mal y no ser menos que ellas.

Lo cierto es que, con aquella conversación, y con las copas que tenía encima, a mí se me puso el miembro tieso como un palo. Mi tía notó de inmediato el bulto de mi bragueta, y no le quitaba los ojos de encima. Yo, por mi parte, tenía mi vista fija en su escote, por donde asomaba el nacimiento de sus preciosas tetas.

Sin dejar de mirarnos, fuimos acercándonos hasta unir nuestras bocas en un beso suave. La abracé, la besé con más fuerza, e introduje mi lengua en su boca hasta encontrar la suya. Mientras tanto, mis manos recorrían todo su cuerpo, tocando sus tetas, sus pezones gordos y tiesos, que acaricié con los dedos de una de mis manos. Con mi otra mano exploré sus muslos deliciosos y, lentamente, fui ascendiendo hasta llegar a su Monte de Venus.

Deslicé mis dedos por debajo de la braguita, y alcancé su sexo húmedo por la excitación. Cuando le metí los dedos dentro, ella se estremeció, y abrió más las piernas para facilitar la penetración.

Mientras tanto, me bajó la cremallera del pantalón, y se apoderó de mi miembro. Mientras lo miraba y acariciaba, me decía: «Qué grande lo tienes... nunca pensé que los hubiese tan grandes y tan gordos... me da gusto mirarlo.»

«Mira —le dije—, si lo besas y lo chupas sabrás lo bueno que está.» Le cogí la cabeza con ambas manos, y la acerqué a mi miembro. Lo coloqué en sus labios, y ella empezó a besarlo y a lamerlo. Le dije que abriese la boca bien grande, y lo metí lo más adentro que me fue posible.

«Cómemela toda —le dije—, trágamela, chupa, chupa! ... así... así... ¿te gusta?... eres una estupenda chupadora... dentro tengo una cosa muy rica y caliente que quiero que te tragues hasta la última gota ¿sabes?»

Cuando empecé a derramarme dentro de su boca, ella quiso retirarse. Pero yo la sostuve con firmeza y no se lo permití. Cuando la solté, le pregunté si le había gustado.

«Sí —respondió ella—, al principio sentí un poco de reparo porque ésta ha sido la primera vez, pero, después me gustó... quiero volver a repetirlo para poder hacerlo mejor.»

Después que me repuse, empecé a besarle las tetas, los pezones, los muslos. La tumbé sobre el sofá y, seguidamente de quitarle las bragas, incrusté mi cabeza entre sus muslos y empecé a lamerla su húmeda cavidad.

Ella gritaba y gemía de placer. Estaba como enloquecida, y no dejaba de repetir: «Qué bueno, qué bueno... jamás había gozado así!... cómeme toda... no dejes un solo agujero sin comerme!...»

Yo seguí lamiendo y chupando sin darle un segundo de tregua. De repente, empezó a estremecerse, a sacudirse cada vez con más violencia. Suspiró, gimió, se retorció de gozo, hasta que, por fin, satisfecha y feliz, quedó tumbada en el sofá, respirando con agitación.

Después de descansar un rato, nos quitamos la ropa, y continuamos besándonos y acariciándonos. Cuando con mis manos acaricié su trasero, sentí unas ganas locas de hacerlo mío por completo.

Nos fuimos a la alcoba, para estar más cómodos. Me tumbé bocarriba en el lecho, con mi sexo endurecido, y ella se lo metió todo en la boca. Sin abandonar el calor de su ardiente boca, yo me fui cambiando lentamente de posición, hasta quedar con mi cara apuntando hacia su sexo. Empecé a lamerlo, a besarlo, a disfrutar con todo mi ser aquella cavidad húmeda y ardiente.

Lamimos y chupamos sin descanso, hasta llegar al placer final; no dejamos que ni una sola de nuestras gotas se escapase de nuestras bocas ávidas de placer. Después, quedamos tumbados en la cama, exhaustos, dichosos por lo bien que lo estábamos pasando.

Ya repuestos de nuestro agotamiento, nos lavamos un poco y regresamos a la cama. Mi tía era una mujer insaciable y no estaba dispuesta a abandonar el juego. Nada más regresar, se lanzó sobre mi miembro como una famélica, y empezó nuevamente a lamerlo y a chuparlo. A mí no me quedó ninguna duda de que el asunto le había gustado mucho. En poco rato se había convertido en una experta capaz de satisfacer al macho más exigente.

Después de dejármela más tiesa que un palo, yo la tumbé bocarriba porque deseaba metérsela toda en su deliciosa cavidad. «Abrete —le dije—, quiero que me sientas todo dentro de ti»

«Ten cuidado —me rogó ella—, hazlo con suavidad porque no estoy acostumbrada a un miembro tan grande como el tuyo.»

Me metí entre sus piernas y, con lentitud y firmeza, empecé a abrirme camino por su excitante gruta; poco a poco, llegué hasta lo más profundo.

Ella se estremecía de placer, me abrazaba con fuerza, daba pequeños gritos de dicha. Después, cruzó sus piernas sobre mi espalda para permitirme entrar hasta el fondo. «Qué placer tan grande siento —decía—, jamás he gozado así.»

Yo seguí moviéndome dentro de ella como un poseso, mientras le mordisqueaba el cuello y los lóbulos de las orejas. De repente, lanzó un grito, y su cuerpo se sacudió enteramente. Yo aceleré mis movimientos para llegar al clímax en el mismo momento que ella.

Después, volvimos a quedar tumbados en la cama, jadeando y repletos de satisfacción.

Desde aquel día glorioso, seguimos pasándolo bomba en cada oportunidad que teníamos. Mi tío me consiguió colocación en la empresa donde trabaja y, cuando terminé la mili, me quedé definitivamente a vivir con ellos.

Mi tía cada vez está más buena. Es como si las inyecciones de sexo que le pongo la hicieran rejuvenecer Yo cada vez disfruto más con ella, y procuro siempre practicar posturas nuevas para mantener el entusiasmo del principio.

JOSÉ - SANTANDER


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